35

72 10 0
                                    

No sabía cuántos días habían pasado con exactitud hasta el momento; ni siquiera podía saber en qué parte del día se encontraba y, probablemente, de no ser por las recurrentes visitas de Treyn llevando su desayuno, almuerzo o cena, tampoco sería capaz de dormir al menos una vez al día (o lo que pensaba era un día). Vin se había ido la misma noche que había llegado, y no se había quedado con ella esa ni ninguna otra; no había regresado. Y Bee estaba casi segura de que aquello era culpa suya, se debía a aquella pregunta y a su incapacidad para reaccionar a tiempo y decirle a Vin que no la dejara, que no quería estar sola, que lo necesitaba. Pasó esos días absorta en sus pensamientos y con la culpa y la preocupación carcomiéndole el corazón. No era que no confiara en Vin ni que dudara de que él fuera regresar, sino que ella no era de las personas que simplemente se sentaban y dejaban que los demás hicieran el trabajo por ella. Además, estaba preocupada también por aquel brujo. ¿Hasta dónde abarcaba exactamente la inmortalidad? ¿Si él intentaba hacerse daño, realmente se lo haría? ¿Era posible que Vin llegara a ese punto? ¿Podría él simplemente lanzarse contra una situación con la intención de salir lastimado o sin valorar su integridad física? No quería pensar que eso de verdad pudiera pasar, y sin embargo ahí estaba, con el corazón agitado y sintiendo que el aire le faltaba mientras esas ideas le daban vueltas una y otra vez.

Como de costumbre, estaba echada en uno de los sillones, dándole la espalda a la puerta, cuando escuchó pasos a su espalda y el roce de la madera contra la tela de la alfombra. De inmediato sus ojos se movieron hacia la bandeja de comida que permanecía tapada frente a ella, desconcertada. Y entonces un olor suave y dulce, como  el vino, llegó a sus fosas nasales; aún sabiendo de quién era aquella presencia, Bee se giró sobre ella. El aire se atascó en sus pulmones por un segundo, agobiada por la aparición de aquél demonio. Bred no se había presentado frente a ella desde el día en que ella había saltado. Presentía que estaba molesto con ella, que su ira era tan grande que se había negado a verla. O que tal vez, simplemente, había perdido interés y ella no había resultado ser tan importante para él como la misma Bee había creído percibir al principio. Pero, ahora que lo tenía frente a ella, observando la intensidad de aquellos ojos carmesí y la rigidez de los músculos inferiores y superiores (incluidos los de su rostro), estuvo segura de que su primera intuición había sido la correcta.

Bred se mantuvo con los ojos clavados en ella, por lo que le pareció una eternidad, y luego, como si al fin hubiese encontrado algo que lo satisfaciera, los apartó y caminó parsimoniosamente hacia el centro de la habitación. Se detuvo a un lado de ella, frente al curioso cuadro que había llamado la atención de Bee la primera vez que había abierto los ojos en aquel lugar. Se mantuvo cautelosa, moviéndose a duras penas para seguir los movimientos de aquel demonio, y se tensó ligeramente cuando éste se posó a su lado. No sabía para qué había ido, no deseaba saberlo y, al mismo tiempo que deseaba que abandonara la habitación, una tremenda calma pareció opacar sus ansias. Era parecido a lo que sentía con Vin, y al mismo tiempo no. Tal vez, lo único parecido entre aquellas dos sensaciones era que ninguna parecía provenir de ése tiempo.

—¿En qué piensas, señorita Bee?

Su voz la hizo saltar, lo mismo que la hizo olvidar y dispersar todas su cavilaciones. Ni siquiera fue consciente en un principio de lo que había dicho, se había quedado enganchada en el sonido, y tuvo que esforzarse para recuperar la compostura y la concentración. Parpadeó un par de veces, se obligó a apartar los ojos de su perfil y, sólo entonces, fue capaz de articular una respuesta.

—No lo sé.

Una respuesta muy pobre, pero una respuesta al final. Sintió que la mitad izquierda de su rostro de pronto quemaba, y supuso que Bred la observaba ahora, aunque no se atrevió a comprobarlo.

 [PAUSADA] Érase una vez: El secreto detrás de la historiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora