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Despertó agitada, la piel empapada en sudor y las telas pegadas a su cuerpo. Abiertos de par en par, sus ojos recorrieron con prisa su entorno; paredes color lila, muebles repletos de libros, cortinas blancas  y sábanas plateadas. Estaba en su habitación. Había tenido una pesadilla. A juzgar por la obscuridad del familiar lugar, todavía estaba a mitad de la noche. Bee se sintió aliviada, y soltó un largo suspiro.

Sin embargo, justo después de eso, un escalofrío junto con la espeluznante sensación de estar siendo vigilada por un par de ojos, la hizo volver a estar alerta. Con mucho cuidado, y más meticulosamente, volvió a mirar a su alrededor. Mueble tras mueble, pared tras pared, rincón tras rincón... La sangre se le heló. Sus ojos, que no habían captado nada inusual, de pronto se toparon con otros. Iris rojas, brillando en medio de la espesa obscuridad de un rincón de su habitación, sin parpadear, como si hubieran estado acechando ahí desde mucho tiempo atrás. El cuerpo de Bee se congeló, sólo sus ojos se movieron cuando, lentamente, el ser que estaba oculto entre la noche salió de su escondite. Piel pálida, cabellos delgados como hilos castaños y vestido blanco suelto que revoloteaba con cada paso. Tick, tick, tick. Algo goteaba. Manchas rojo brillante, brillante se esparcían a lo largo y ancho de la piel blanquecina; en el vestido, en el mentón, en el pecho, en las manos...

Tick, tick, tick.

Enredado entre sus dedos, hilo negro era sostenido, un objeto redondo y alargado, se balanceó colgando.

Tick, tick, tick.

Lento, lento, el objeto redondo dio vueltas y, a medida que la mujer se acercaba, la tenue luz de la luna lo iluminaba.

Tick, tick, tick.

Líquido rojo, espeso, goteó con un ritmo suave desde la punta. Tez pálida, ojos cerrados, boca con líneas delicadas y facciones elegantes. Un rostro. Una cabeza. La cabeza de un demonio que ella conocía. Sangre goteando del cuello arrancado del resto del cuerpo. Una sonrisa grande de dientes blancos y puntiagudos, labios rodeados de sangre. La mujer de las sombras era ella. La cabeza en sus manos pertenecía a Bred.

Si antes se había sentido horrorizada, ahora no existían palabras para la repulsión y el terror que escaló por su cuerpo desde sus pies hasta su garganta, escapando a través de sus labios. Bee gritó y gritó y gritó, sin que su voz pudiera ser escuchada.






Abrió los ojos y se incorporó de golpe, respirando con toscas bocanadas. Tosió y tembló bruscamente. Se apresuró a calmarse, mirando a su alrededor. Como un deja vú, sus ojos reconocieron la habitación y el lugar; sin embargo, en vez de paredes lilas, fueron grises; en vez de estantes repletos de libros conocidos, fueron tomos viejos y con cubiertas gruesas, elegantes; en vez de cortinas, fue una pintura enorme y sombría. Tardó un momento en repasar internamente los últimos sucesos en su vida y, cuando llegó a la parte en la que había sido apuñalada, se apresuró a apartar las telas de su abdomen. Examinó la piel de ese lugar, frunciendo el ceño y sintiéndose confundida cuando no fue capaz de encontrar ningún rastro de heridas. Ni vendas ni cicatriz. Era como si no hubiera pasado nada, como si nunca hubiese sido atravesada con una hoja afilada. Sacudió la cabeza, decidiendo que el asunto podía esperar por más extraño que le pareciera. Tenía que encontrar a Vin, tenía que asegurarse de que el brujo había sido llevado con ellos, que Bred había cumplido con su palabra. Con la aparición del nombre del demonio en su mente, no pudo evitar preguntarse qué había pasado luego de que ella perdiera el conocimiento. Aunque tampoco fue un pensamiento con el que se entretuvo demasiado, razonando que, si ahora ella estaba de vuelta en esa mansión, significaba que todo había salido bien. Se sacudió el escalofrío del reciente sueño —pesadilla— y se prometió que, una vez se asegurara de que Vin estaba bien, buscaría al demonio. Por pura satisfacción suya, sólo bastaría con un vistazo, nada más. Mientras pensaba en ello, la chica se puso de pie y se animó a probar la puerta, descubriendo que ésta estaba abierta a diferencia de antes. Se asomó al pasillo, sin ni una pizca de idea de en dónde podría encontrar al brujo. Aún así se aventuró a los pasillos, yendo puerta por puerta.

 [PAUSADA] Érase una vez: El secreto detrás de la historiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora