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Dio media vuelta, avanzó un metro y volvió a dar media vuelta, una y otra  y otra vez. Tronó sus dedos y frotó las palmas de sus manos. Hacía media hora que habían llegado a su casa; el camino de regreso había sido mucho más rápido ya que no habían habido paradas y Diane y Leo se las habían arreglado para ir turnándose en tomar el volante. Bee había permanecido durmiendo la mayor parte del tiempo y, en una ocasión, cuando había despertado, había querido disculparse con Leo, pero él había estado durmiendo en ese momento. Cuando habían llegado, Diane había subido directo a su habitación, diciendo que se sentía demasiado cansada y les encargaba bajar el resto de cosas; después, Leo había ayudado un poco y se había disculpado, explicando que ya no podía mantenerse de pie y que prometía ayudar en cualquier otra cosa después de tomar una siesta, y se había ido. Bee no había tenido oportunidad de hablar con él sobre lo que había pasado antes. Así que, después de terminar de bajar (junto con Angela) las cosas que habían llevado para el viaje, se había dirigido a la habitación de Leo; pero, momentos antes de tocar la puerta, había comenzado a sentir una increíble inseguridad. ¿Y si lo molestaba? Debía estar cansado, tal vez fuera mejor que hablara con él después... Pero ¿y si, por no hablar con él antes, la malinterpretaba y daba por sentado que ella no le daba importancia? ¿Y si él en realidad la había estado evitando todo ese tiempo y no quería hablar con ella? ¿Y si seguía enojado? Y si, y si, y si... Realmente esa era la parte que más odiaba de sentirse insegura. Siempre eran especulaciones, y muchas veces ni siquiera tenían sentido. Se detuvo frente a la puerta una vez más, e hizo una mueca.

—¿No piensas entrar?

Pegó un brinco y se giró sobre sus talones; Ángela la miraba desde la esquina del pasillo, recargada contra la pared y sujetando un cesto de ropa en los brazos. Una sonrisa ladeada estaba pintada en sus labios.

—Llevas dando diez vueltas de un extremo a otro —señaló hacia la habitación y le sonrió con ganas—. Sólo es Leo, sea lo que sea que tengas que decirle, no se enojará. O por lo menos no por mucho rato.

Bee volvió a hacer una mueca, echó un vistazo a la puerta y luego miró al suelo, retorciendo sus manos.

—Tal vez ya esté molesto —dijo—, creo que ayer dije algo que no debía...

—Ah —exclamó Ángela, en un tono que la hizo levantar la vista; ella miraba hacia otro lado, como si ahora pudiera ser capaz de comprender algo. Al cabo de unos segundos volvió a mirarla y le sonrió gentilmente—. Te aseguro que no está molesto, irritado consigo mismo tal vez pero —el tono de su voz se volvió suave—, si se trata de Bee, entonces no creo que haya algún problema.

Y entonces se dió la vuelta dispuesta a bajar. Bee la observó, mientras descendía, la rubia dijo una última cosa:

—Sólo entra.

A pesar de que no volvió a hablar, siguió mirando en aquella dirección un rato más, y luego terminó por sonreír. Ángela realmente era una chica gentil. Se giró hacia la puerta de nuevo y, tomando una bocanada de aire, se armó de valor y tocó.

Nadie contestó, así que abrió despacio y sin hacer ruido, lo más delicadamente posible. Y se asomó al interior; Leo estaba de espaldas a ella, acostado sobre la cama. Probablemente estuviera durmiendo. Tal vez fuera mejor si regresaba luego después de todo... Leo se estremeció, estaba sólo con sus pantalones y la playera de mangas, sin sábana encima. Estaba un poco fresco ahí, ¿tendría frío? Terminó de entrar en la habitación y se acercó sigilosamente hasta la cama, se asomó por encima. Sus ojos estaban cerrados y los cabellos le caían sobre la frente ahí donde eran más largos. Sonrió, fue hasta sus pies y tomó la sábana doblada a un lado.

Después de acobijarlo, volvió a echarle un vistazo; Leo realmente tenía esa aura de dulzura cuando dormía, como si se tratase de un niño pequeño. Se dió media vuelta y fue a la puerta, mientras más rápido saliera, menos posibilidades habría de que él...

—¿Bee?

...se despertara.

Se paró en seco.

—Bee, ¿qué estás haciendo? —definitivamente era la voz de Leo, sonaba somnoliento—. ¿Pasó algo?

Se dió la vuelta lentamente, no queriendo hacerlo en realidad. Y miró a Leo de la forma en que un niño miraría a su madre si ésta lo atrapara haciendo alguna travesura. Él se enderezaba en la cama hasta sentarse sobre ella, frotando sus ojos perezosamente.

—Ehm... —balbuceó, logrando captar su atención—. En realidad, yo... No es nada, todo está bien —retrocedió lentamente—. Creo que mejor regresaré luego, vuelve a descansar. Lamento haberte despertado.

Y giró sobre sus talones, abriendo la puerta de nuevo...

—Bee, espera, no —la detuvo, a su espalda, el colchón crujió—. Quieres decirme algo ¿verdad? —ella se volvió, él la miraba con una sonrisa—. Ven, dime.

Dudó un segundo, y las palabras de Angela vinieron a su cabeza como una ventisca de verano que eleva hojas y flores a su paso. Caminó hasta llegar frente a él y se detuvo, rascó su cabeza con nerviosismo.

—Es sobre lo que pasó ayer —dijo—, perdón si dije algo que te molestó o incomodó. Yo no quería...

—Espera —la interrumpió, soltó una pequeña risa que la hizo fruncir el ceño y negó con la cabeza—. No hiciste nada malo —repuso—, el que debe disculparse soy yo. Perdona por eso —se tocó el cuello—, me hizo muy feliz que recordaras algo que pasó hace muchos años, y reaccioné de esa forma. Lamento haberte preocupado.

—Pero... —se interrumpió— ¿En serio fue eso? ¿No hice nada raro?

Leo volvió a reír. Inclinó la cabeza y estiró la mano hasta tomar las de Bee.

—Para nada.






Cuando salió de la habitación de Leo, el peso que había estado sintiendo sobre sus hombros se había esfumado, haciéndola sentir mucho más serena. Caminó hasta su cuarto y se tumbó en su cama, sintiéndose completamente cansada. Ahora que no tenía algo por lo que preocuparse y torcerse los dedos, el cansancio del viaje la estaba agobiando. Podía haber pasado la mayor parte dormida pero, siempre que uno viajaba, era imposible que descansara por completo. La cabeza le dolía y sentía que el cuerpo entero le crujía. Los viajes siempre resultaban cansados.

Tenían pendientes los exámenes de esa semana, recordó. Así que, cuando despertara, se dijo que ocuparía el resto del sábado para estudiar, y luego el domingo volvería a hacerlo. Al final, ni siquiera habían podido ir al gran cañón por su culpa... Suspiró. Se aseguraría de compensarlo a todos.


 [PAUSADA] Érase una vez: El secreto detrás de la historiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora