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Bee permanecía adormilada, acostada por completo en el asiento trasero, y con las rodillas dobladas hacia el pecho. Esa mañana habían salido del hotel nada más despertar, y ella había caído rendida después de unos minutos. Se movió en sueños, arrugando la nariz y haciendo una cara de enfado; Leo no pudo evitar sonreír. No le había hablado desde la tarde anterior —puesto que de pronto se había sentido demasiado avergonzado—, pero la había observado mientras dormía (aunque probablemente eso había sido un motivo mayor para avergonzarse), incluso ahora la observaba.

¿Desde cuándo se había vuelto tan patético? Observar de esa forma a su hermana (aunque no estuvieran relacionados por sangre), y quererla más allá de lo que debería... Probablemente fuera repugnante y egoísta. Pero, al final, nada de eso le importaba, siempre que Bee le sonriera de la forma en que lo hacía. Ladeó la cabeza, inquieto, cuando su hermanastra balbuceó y luego dejó sus labios entre abiertos, sus mejillas colorándose levemente. ¿La fiebre le había regresado? Se estiró en su asiento hasta acariciar la piel de su frente; estaba bastante fresca, tal vez incluso podía estar teniendo frío. Tomó su chaqueta y volvió a inclinarse sobre ella, rozando suavemente la piel de su cuello mientras la acobijaba. Leo se quedó un momento observándola, mordió su labio, indeciso, y terminó estirando su mano hacia ella de nuevo. La piel de sus mejillas era tan suave y cálida...

—¿Crees que esté bien?

Retiró la mano de golpe, girándose medio asustado medio sorprendido; Ángela lo miraba con una sonrisa.

—¿Uhm?

La chica señaló hacia Bee.

—Tiene las mejillas rojas —dijo—. ¿Le habrá subido la fiebre?

Ah, era eso. Leo volvió a mirarla y luego negó con la cabeza.

—Eso pensaba, pero chequeé su temperatura —sonrió perezosamente—. No parece que haya cambiado algo.

—Eso es bueno.

Se giró hacia ella, topándose con su mirada gentil: le sonrió.

—Lo es.

Ángela era la menor de los tres, aunque aveces solía comportarse de la forma en que los hermanos mayores lo hacían: como si supiera mucho más de lo que ellos sabían y, al mismo tiempo, como si no supiera absolutamente nada. A menudo era confuso, pero lo que era seguro era que ella siempre se mostraba amable y gentil. Contrario a Bee, Ángela solía ser casi siempre sincera consigo misma y con los demás; no le costaba decir cuando quería algo, si se sentía mal o, incluso, si había algo que no le agradara. Ella era lo que muchos conocían como una chica directa. Sin embargo, gracias a esa actitud suya, muchas veces se había metido en problemas con otras personas; en la escuela, Ángela a menudo se había visto rodeada de chicas que le echaban pleito por haber dicho algo que no les agradara (aunque fuera verdad). Bee y Leo siempre habían salido en su rescate, sin importar quién o dónde fuese. Y entonces, cuando al fin se habían desecho de aquellos que querían buscar pleito con su hermana menor, tanto Bee como él solían sermonearla. Pero, pasase lo que pasase o dijeran lo que dijeran, Ángela siempre volvía a hacerlo. Los amigos de Angela nunca duraban mucho tiempo a su lado, tarde o temprano ella les decía algo que no les agradaba y entonces ellos se alejaban, comenzando a hablar mal a sus espaldas; muchas veces, Leo le había visto observar a sus antiguos amigos desde lejos, con una mirada en los ojos que le hacía sentir ganas de llorar. Esas veces, Angela parecía realmente sola. Él le había preguntado a menudo por qué seguía diciendo cosas que sabía la gente no quería escuchar; por qué, si sabía que después la dejarían de lado, seguía siendo directa... todas y cada una de las veces que Leo se lo había preguntado, Angela se había limitado a mirarlo con ojos que parecían más sabios y viejos que cualquiera, y luego sonreía. Tal y como en ese momento lo hacía.

Y era precisamente por todo lo anterior, que a Leo le había sorprendido en sobremanera la forma en la que Angela había actuado en la habitación del hotel. La observó, dubitativo, debatiéndose entre si era o no buena idea sacar el tema. Decidió que su preocupación por la salud de su hermana era mayor que cualquier otra cosa.

—Y... ¿Qué tal te encuentras tú?

En un principio, la chica no respondió, y se quedó observando, borrando la sonrisa de su rostro y con ojos grandes y brillantes. Luego, volvió a curvar los labios y asintió.

—Bee y yo somos muy afortunadas —dijo—, tenemos a un hermano que siempre se preocupa por nosotras.

Se giró por completo hacia ella, desconcertado.

—¿Por qué estas diciendo eso, Ang?

La expresión de su hermana pareció suavizarse más, ella echó un vistazo hacia atrás y luego volvió a mirarlo.

—Porque creo que no hay algo por lo que sentirse avergonzado.

Sus palabras lo tomaron con la guardia baja. ¿Qué estaba diciendo? ¿Qué quería decir con eso? A pesar de querer preguntarle, las palabras se quedaron atascadas en su garganta y sólo pudo mirarla con ojos desorbitados. Ángela, por el contrario, volvió a sonreírle con gentileza. Y entonces, como si unos segundos antes no hubiera dicho algo tan serio, se giró hacia la ventana y, señalando con verdadera emoción en el rostro, exclamó:

—¡Mira, de ese lado hay un árbol enorme!

De verdad que no la entendía.

 [PAUSADA] Érase una vez: El secreto detrás de la historiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora