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Tal y como Bred había dicho, al caer la noche, alguien vino a su habitación. Sólo que, para desagrado de Bee, la elegida para la tarea fue Nora. Se preguntó en qué estaba pensando Bred; se notaba a mil kilómetros de distancia que a la demonio ella no le agradaba, no quería protegerla, si no más bien echarla a los tiburones. ¿De verdad Nora era más confiable que cualquier otro presente en esa mansión?

Bee frunció el ceño ante la palpable molestia de la mujer.

—No te desquites conmigo. A mí tampoco me agrada verte más de lo que te agrada verme.

La demonio bufó en su dirección, mirándola enardecida.

—Eso se arregla fácil, lárgate de aquí.

Bee rodó los ojos, fue su turno de bufar.

—Ah, sí. Torcerme el tobillo y romper mis costillas fue por puro gusto. Gracias por sugerirlo.

—Sería mejor si también te hubieras roto el cuello.

Se cruzó de brazos, permaneciendo sentada al borde de la cama, y su ceño se frunció al escuchar el último comentario de Nora. Ya quisieras, pensó pero prefirió no responder. ¿Para qué comenzar una pelea con alguien que de todas formas tendría que soportar por un largo tiempo? Si la ignoraba, mejor.

La observó dirigirse al enorme guardarropa —que ella había descubierto tiempo atrás— y revolotear en su interior. Un segundo después, Nora se enderezó, sosteniendo un largo, suelto y elegante vestido de seda roja en sus manos. ¿De dónde había salido eso? No recordaba haber visto nada rojo en ese ropero antes, nada tan elegante y simple como eso al menos. Bee se quedó contemplando ese vestido, mientras Nora volvía a abrir cajones y sacaba accesorios brillantes y delicados. Entonces la mujer volvió a enderezarse y miró en su dirección, haciendo una mueca.

—Creo que con esto se disimula lo poquita cosa. —murmuró para sí, aunque con la clara intención de que llegara a oídos de Bee.

Entonces, sin poder evitarlo, la lengua de Bee se movió, rapaz.

—¿Eso te dijiste al elegir tu conjunto esta mañana?

Al instante, la sonrisa maliciosa en el rostro de Nora, que apenas se había formado luego de su comentario, se borró, siendo reemplazada nuevamente por esa máscara de odio e ira pura. Por un momento, se imaginó a la demonio lanzándose sobre ella como un animal salvaje, directo a su garganta; y luego recordó que eso no iba a ser posible, no al menos sin sufrir luego las consecuencias por desobedecer a Bred. Así, observó a la demonio formar puños a ambos lados y tensarse en su lugar, conteniéndose.

Los labios de Bee se curvaron en una sonrisa, demasiado encaprichada ahora como para retomar su ideología de mantener la paz con aquella. Además, estaba aburrida, no tenía con qué desquitar su frustración tampoco. Por ello, se puso de pie y caminó hasta pararse frente a la mujer, quien aún la miraba con ojos ardientes, reflejando la batalla que se libraba en su interior por contenerse.

«No juegues con fuego», recordó Bee lo que alguna vez alguien le había dicho. Pero el fuego siempre resultaba demasiado enigmático y atrayente para ella; disfrutaba de mirar con fascinación las ondulaciones de las lenguas ardientes, la susceptibilidad de aquellas hacia su entorno, y la imprevisibilidad de las mismas. La incertidumbre de ser o no quemada. ¿Qué podía ser más entretenido que eso?

La chica ladeó la cabeza, antes de abrir la boca nuevamente: —¿No dirás nada? ¿Te comió la lengua el gato?

Los ojos de la demonio parecieron relucir y su cuerpo tembló ligeramente, los músculos alrededor de sus labios se estiraron y contrajeron. Pronto, su rostro se transformó en una mueca salvaje, animal. Sin embargo, Bee no retrocedió, en su lugar, su sonrisa se ensanchó e incluso se acercó más. Se paró tan cerca de ella que fue capaz de sentir la respiración y el calor de su aliento sobre su propio rostro. Levantó la barbilla, se irguió y la observó con un brillo malicioso.

 [PAUSADA] Érase una vez: El secreto detrás de la historiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora