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Aquel lunes, Bee se levantó con bastante energía. Gran parte del fin de semana lo había ocupado para prepararse para sus examenes —al igual que sus hermanos—, así que estaba segura de que aquellos no serían algo por lo que preocuparse. Tenía una muy buena memoria, y podía recordar cosas que incluso sólo había leído, visto o escuchado en una sola ocasión. Aunque los primeros seis años de su vida, por alguna razón, eran un tema aparte para su memoria; suponía que era normal no poder recordar esos primeros años y, además, si podía recordar todo lo demás en sus últimos diez años, ¿qué problema había? Probablemente esos recuerdos no fueran importantes o agradables, después de todo, en ese tiempo la habían abandonado en una cabaña vieja en medio de la nada.

Bajó a desayunar como de costumbre, sentándose en la mesa con Diane y sus hermanos y compartiendo una charla bastante amena. Para su suerte, su padrastro despertaría tarde ese día, por lo que no se lo toparía, probablemente, hasta llegada la noche. Definitivamente, aquel sería un buen día.

Cuando terminaron de desayunar, cada quien tomó camino y, mientras Ángela, Leo y Bee se dirigieron al colegio, Diane emprendió camino a su trabajo, despidiéndose con un beso de cada uno de los adolescentes.

Lo primero que hicieron al llegar al colegio fue dirigirse a la sala de maestros, donde su tutor los esperaba.

—Pensaba que tardarían más, chicos —les dijo la profesora Ada—. ¿Pudieron pasar tiempo con sus padres biológicos?

La pregunta había sido demasiado inocente, y Bee comprendió al instante que esa debía haber sido la excusa que Diane había usado para poder conseguir el permiso. Reprimió una sonrisa y asintió justo cuando Leo comenzaba a responder.

—El encuentro fue un poco incómodo —repuso—, por eso decidimos regresar antes de tiempo.

La profesora Ada pareció lamentar aquella respuesta.

—Ya veo —les sonrió a los tres de una forma que sugería trataba de ser reconfortante—. Pero Diane es una muy buena madre, chicos. Y siempre han dicho que padre es aquel que cría, no el que procrea. Así que no se depriman por algo así, ¿de acuerdo?

Los tres asintieron y sonrieron. La maestra pareció satisfecha con eso; se giró sobre su escritorio y sacó un pequeño montón de hojas que repartió entre los tres.

—Les han dado las primeras cinco horas para resolver los exámenes, chicos —señaló—. Y se ha acordado que los harán en la biblioteca, aunque deben situarse con por lo menos una silla de separación. ¿Entendido?

Volvieron a asentir.

—Bien. Entonces, cuando suene la campana para receso, podrán salir, sólo tienen que dejar volteados sus exámenes en las mesas. La encargada de la biblioteca estará al pendiente, así que pueden recurrir a ella en cualquier caso.

—¿Y le entregamos a ella los exámenes cuando terminemos?

La profesora negó.

—Conforme vayan terminando un examen, lo pueden dejar a un lado y seguir con el siguiente hasta terminar todos. Entonces se levantarán y le avisarán a la encargada, yo iré a recogerlos si estoy libre o por el contrario se los entregarán a ella. Pero iré por sus exámenes si no han terminado al veinte para la una, ¿de acuerdo?

Asintieron por tercera vez y se dieron la vuelta para retirarse...

—Ah —exclamó la profesora, haciéndolos girar de nuevo—, se me había olvidado decirles que la profesora Jill tuvo un accidente la semana pasada, así que desde el jueves ha estado viniendo un profesor suplente. Espero que se lleven bien con él. —dijo.

 [PAUSADA] Érase una vez: El secreto detrás de la historiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora