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—Bee... —¿Uhm? ¿Quién era?—. Oye, Bee. Vamos, despierta.

Se removió. Qué molesto. Una risita llegó a sus oídos, frunció el ceño. Ah, eso no le daba buena espina... ¡Splash! Una gran cantidad de agua cayó en su rostro y ella se enderezó de golpe. Toció y gruñó. ¡Había entrado en su nariz!

—Fuu —exclamaron—, al fin despiertas.

Se volvió como un suspiro y derribó a la persona que ahora mismo la estaba fastidiando.

—¡¿Qué demonios te sucede?! —le gruñó a Leo— ¡Casi me ahogo!

Él sonrió ampliamente.

—No seas llorona. Apenas fue un chorrito de agua.

Lo golpeó.

—¿Para qué rayos me despertaron? —se quejó cuando estuvo de pie, estirándose y percatándose de que que estaba fuera del auto, en lo que parecía una pradera—. ¿Dónde estamos?

—Es por lo que intentaba despertarte —repuso  él, poniéndose de pie y cerrando la puerta del coche (no sin antes observar la mancha de agua que había dejado en el asiento)—. Mamá va a matarme —murmuró—. Eh... En fin, hicimos una pequeña parada, mamá quiere que esta noche acampemos aquí y partamos de nuevo al día siguiente.

Frunció el ceño.

—¿Por qué? Hay un hotel a unos cuántos kilómetros.

Su hermanastro sonrió y comenzó a caminar más adentro del lugar, donde la vegetación se comenzaba a asemejar a la de los bosques.

—Mamá lo sabe —contestó—. Pero ella cree que un viaje no puede estar completo sin haber acampado por lo menos una noche, ya sabes cómo es.

Suspiró. Ah, cierto. Su madre adoptiva era una amante de la naturaleza y las excursiones. Siguió a Leo.

—Entonces, ¿para qué me despertaste? Pudieron dejarme ahí hasta que fuera hora de desayunar.

—Ha-ha. Tan linda como siempre —se giró—. Madre quiere que todos ayudemos a montar el campamento, por supuesto.

Hizo una mueca. Qué remedio.

—¿Sacaron todo? —Leo asintió—. ¿Mi bolso?

Él lanzó un bufido, burlón.

—¿Me vas a decir que ahora desarrollarás tu instinto femenino y el apego por las bolsas que toda mujer tiene?

Revoleó los ojos.

—¿Lo bajaron o no?

—Por supuesto. Todo está en el lugar que se convertirá en nuestro campamento.

Se sintió aliviada; y al mismo tiempo inquieta. ¿Qué tan cuidadosos habrían sido con sus cosas?

—¿Te preocupa que hayamos lastimado al amiguito que duerme allí?

Se giró al instante.

—No sé de qué estas...

Leo se detuvo, volvió a mirarla y le sonrió, era una sonrisa bastante astuta.

—¿De verdad creías que ninguno lo notaría? —repuso—. Has vivido con nosotros durante ocho años, en algún momento alguien iba a descubrirlo.

No. No podía ser. ¿Desde cuándo? ¿Cómo? Y más importante aún: ¿qué haría ahora?

—Leo, por favor...

—Tranquila —la interrumpió—. Sólo yo lo sé, y no diré nada. Lo prometo.

Bee lo miró, tragó saliva y soltó un suspiro.

—¿Desde cuándo?

—Veamos... Uhm, más o menos un mes después de que llegaras —movió los pies, rozando el pasto de forma desinteresada—. Lo vi por accidente mientras husmeaba en tus cosas, siempre parecías distante con nosotros pero alguna vez te había oído reír mientras estabas sola en tu cuarto, así que me dio curiosidad —se encogió de hombros—. Me sorprendí bastante ¿sabes? ¿Cómo es que habías metido un gato a tu habitación sin que nadie se percatara?

Leo alzó la vista, realmente intrigado. Bee volvió a suspirar y se dejó caer en el césped, Leo no tardó en hacer lo mismo.

—Lo encontré una semana después de que había entrado en el orfanato —dijo—. Y empecé a dejarle comida cada que podía en la orilla de las rejas que daban al bosque.

—¿Lo escondiste en tus maletas cuando mamá fue a buscarte?

—No —jugueteó con las hierbas—, él me siguió. No pude dejarlo afuera después de todo el recorrido que había dado para llegar a  mi.

Leo frunció el ceño.

—¿Cómo sabes que es el mismo gato?

Se encogió de hombros.

—Simplemente lo sé —cruzó las piernas y alzó la vista—. ¿Por qué no le dijiste a mamá?

—Consideré hacerlo —admitió—. Pero lo sabes ¿no? A mamá no le gustan los gatos, y tampoco permite que tengamos algún tipo de mascota. Angela y yo se lo pedimos muchas veces antes de que tú llegaras —suspiró y movió su mano—. Si le hubiera dicho, habría echado a ese gato a la calle, y eso te habría puesto muy triste ¿verdad? —le sonrió—. Así que decidí no decir nada.

Bee continuó observándolo. Había vivido tantos años con ellos, y aún así no terminaba de conocerlos. Siempre había creído que Leo y Angela le contaban todo a Diane, que eran algo así como unos hijos estrella. Sin embargo, ahí estaba, sentada frente a Leo en medio de nada y escuchando de su propia boca cómo había descubierto algo y no había ido corriendo a contárselo a su madre. Le sonrió.

—Gracias.

Leo rió y comenzó a levantarse, tendiéndole la mano para que ella también lo hiciera.

—No hay de qué —sonrió—. Él es importante para ti ¿verdad?

—Lo es. —Tanto como ustedes.

Y tomó su mano.




—Por cierto —dijo él después de un rato—, ¿por qué sigue viéndose como si sólo tuviera meses de nacido? Me refiero al gato.

Bee inclinó la cabeza.

—A decir verdad no lo sé —frunció el ceño—. Me preguntó por qué será.

Siguieron caminando.

—Uhm... Bueno —exclamó al final, cuando ya estaban por llegar—, supongo que no tiene importancia. ¡Ah, mira, mira! Mamá y Angela ya están armando la primer casa.

Y con eso salió corriendo. Bee lo observó llegar junto a ellas y luego reír. Ahora que lo pensaba ¿cuántos años vivía un gato normalmente?

—¡Oye, Bee —la llamó Leo, agitando los  brazos y riendo—, mamá dice que si no ayudas te quedarás sin desayuno!

—¡¿Qué?! ¡Espera, espera, eso no es justo! —le gritó de vuelta, y corrió en su dirección.

Bueno, eso no importaba mucho ¿verdad?

 [PAUSADA] Érase una vez: El secreto detrás de la historiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora