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Lo primero que vió al entrar en la habitación fue un enorme oso de peluche —con facilidad podía llegar a ser de su misma estatura— y luego, mirando hacia la derecha, se topó con un escritorio de madera: largo, con libros sobre él y una lámpara encima; había una chica sentada enfrente. Bred ladeó la cabeza, percatándose de que la joven usaba una diadema, por la cual una melodía suave y dulce se filtraba. La muchacha continuó escribiendo, moviendo el pie de arriba a abajo en un ritmo presuroso que no iba de acuerdo a la melodía que escuchaba, completamente ajena a la presencia de Bred. Él, avanzando con soltura y sin hacer ningún ruido, se asomó por encima de la chica, esquivando el moño que sujetaba sus cabellos en un nudo. Entrecerró los ojos, curioso; El confesor, leyó garabateado en el centro de la hoja, como un título, y justo arriba de eso un nombre. Bajó la vista, siguiendo las líneas que había escrito hasta el momento, y una pequeña risa se deslizó por sus labios, enviando una suave corriente de aire hacia el cuello de la chica quien, de improviso, dejó de escribir y se volvió en redondo. Bred, por supuesto, se ocultó de su vista, reacio a que su diversión terminara tan rápido.

La muchacha dejó de lado la diadema, se puso de pie, fue hasta la puerta y se asomó al pasillo, quedándose quieta unos segundos, mirando hacia la nada... Y entonces cerró la puerta de su habitación y volvió a la silla. Tenía la piel bronceada, observó Bred, y una pequeña cicatriz en las cejas; los ojos eran verdes, tirándole a la tonalidad que tenía el musgo, y tenía las pestañas y cabellos finos. Se aproximó a su lado de nuevo, provocando que la piel de la nuca se le erizara y ella se removiera en su lugar, inquieta. Los demonios podían causar ciertas perturbaciones en el ambiente que, a menudo, afectaban a los humanos; cambios en la temperatura, la sensación de estar siendo vigilado, alucinaciones e, incluso, la aparición de otras criaturas, atraídas por la extravagante presencia de los demonios.

Observó sus manos, sus brazos y cuello, y el rojo en sus ojos brilló. Hizo a un lado el truco que le había permitido ser invisible ante los ojos mundanos y, con una sonrisa felina, deslizó su mano hasta la boca de la chica; ella brincó, empujó y forcejeó, gimoteando. Entonces le dio la vuelta y la tuvo  cara a cara, sus ojos se clavaron en los de ella, y el terror fue visible en ellos. La chica se quedó quieta de pronto, su rostro congelado en una mueca de horror puro, y entonces Bred le sujetó la barbilla.

Shhhh... —ronroneó, colocando un dedo en sus labios.

Cuando retiró la mano, lentamente, la muchacha se apretó contra su silla, retrocediendo todo lo que podía, sin emitir palabra. Bred se mostró complacido. Se irguió en su lugar, la miró fijamente un momento y luego, sin previo aviso, alzó a la chica de los hombros como si fuera una muñeca, y la llevó a la cama, donde la obligó a sentarse a horcajadas sobre él. Temblaba, pequeñas gotitas de sudor comenzaban a surcar su frente y nuca, y contraía su cuerpo todo lo que podía hacia ella; eso le pareció divertido. Soltó una risilla encantadora, paseó su mano por la mejilla de la chica y, tomándola por la muñeca, llevo una de sus manos hasta su nariz; olía a vitalidad. Alzó la mirada, volviendo todo el acto en algo excitante, y, sosteniendo la de ella, se inclinó a dejar un beso en el interior de su muñeca.

—Ivonne, ¿verdad? — La chica asintió, había dejado de temblar, y Bred podía oír el golpeteo acelerado de su corazón, las mejillas se le tiñeron de rojo—. ¿Qué te parece si nos divertimos un rato?

La muchacha pareció confundida un instante, aunque al mismo tiempo se podía leer en sus ojos la emoción y el éxtasis que recorrían su cuerpo en aquel momento; fue tan sólo cuestión de segundos entonces, para que Bred hundiera los colmillos en sus venas. Y ella quiso retroceder, pero el fuerte agarre del demonio no la dejó moverse ni un centímetro. Cuando ella alzó los ojos, de nuevo brillando con  terror, se topó otra vez con las iris rojas del demonio.

—Todo está bien. —le susurró éste, acariciando las palabras con extrema y tortuosa lentitud.

Por alguna razón, olvidó el miedo que había sentido y el dolor palpitante de sus venas, se sintió extasiada, deseosa. De pronto quería que aquel tocara más partes de su cuerpo, que clavara sus dientes en su cuello... que sus labios tocaran los propios.

Bred retiró sus colmillos, lamió la sangre que brotaba ahí donde habían estado clavados y pasó la lengua por sus labios. ¿Por qué los humanos siempre se rendían ante un deseo carnal? No era que tuviera alguna queja, lo disfrutaba... Pero a veces, que resultaran tan predecibles, le aburría.













—Hueles a humana. —fue lo primero que farfulló Treyn cuando Bred cruzó la puerta.

El demonio arqueó la ceja, divertido, y luego se dejó caer en el sillón más cercano.

—¿Y bien, qué encontraste?

Treyn se giró en redondo; el ceño fruncido y los labios estirados en una mueca repleta de indignación.

—Claro, qué importa el hecho de que tú hayas salido a divertirte mientras yo me quedaba aquí haciendo el trabajo de ambos... —Bred revoleó los ojos: obviamente estaba de buen humor.

—Si te apresuras a decirme lo que encontraste, podrás salir a divertirte mientras yo hago el resto.

—De acuerdo —repuso él luego de pensárselo unos segundos, se giró hacia la máquina de nuevo y comenzó a mover los dedos sobre las teclas—. Esto es lo que sé —dijo—: hace unos nueve años hubieron casos de desapariciones y asesinatos en este lugar, muertes inexplicables, cuerpos encontrados sin gota de sangre, partes de cuerpos que nunca pudieron ser encontradas... cosas así. Según esto, esta villa había sufrido de estos ataques desde hacía muchas décadas, algunos años más frecuentes que otros, pero siempre existían. ¿Te suena a algo?

—Desterrados —exclamó Bred, y Treyn sonrió.

—No sólo eso, también demonios inferiores —señaló—. Este lugar era un imán de criaturas sobrenaturales, y nadie lo sabía. Corrían rumores de bestias come carne y monstruos que se escondían en las sombras, pero todo el que hablara de ello era encerrado en algún manicomio. Así que pronto se dejó de rumorear por las calles, aún cuando las personas supieran que era posible la existencia de aquellas criaturas.

—Y tú decías que éste no tendría nada interesante.

Treyn se encogió de hombros.

—Lo tenía antes —dijo—, se suponía que ahora todo estaba tranquilo.

—¿Pero? —repuso Bred, alentándolo a seguir hablando.

—No hay ningún pero. Como decía —suspiró, y sus dedos volvieron a teclear—, eso paró hace unos ocho años. Recientemente no han habido más casos de desapariciones o alguna pista que pudiera relacionarse con algún demonio —soltó una risilla—. Claro que no estoy muy seguro de que ocurra lo mismo en los próximos días, a juzgar por lo bien que te la has pasado esta noche.

Bred hizo una mueca y le lanzó un cojín —el cual Treyn atrapó en el aire—. Se frotó las sienes y soltó un suspiro al mismo tiempo que dejaba caer la cabeza hacia atrás; no había sido mucha la información que Treyn había conseguido, pero era algo. Si lo pensaba a profundidad, tomando en cuenta lo que había visto aquella noche, tal vez la responsable de que aquel pueblo estuviera libre de demonios era aquella criatura. Pero, ¿cómo averiguar más acerca de ello? ¿Cómo volver a encontrarla? Necesitaba mucha más información.

—Ah, una cosa más —Treyn se giró hacia él—: es posible que aún hayan más criaturas sobrenaturales en éste lugar.

Bred se incorporó de golpe, completamente interesado en la última información.

—Y averiguaste una forma de contactar con alguno, ¿verdad?

A Bred no le gustó la mueca que su compañero de diversión puso en aquel momento, menos aún lo que salió de su boca unos segundos después:

—Encontré a Nora.

 [PAUSADA] Érase una vez: El secreto detrás de la historiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora