27

84 12 2
                                    

Dos días antes...

Sintió un escalofrío; tenía mucho frío. ¿Por qué la temperatura estaba tan baja?

La cabeza le dolía como el demonio. Se removió e intentó llevar una mano a su sien; fue entonces cuando se dio cuenta de que algo andaba mal; no podía mover brazos o piernas y, ahora que se percataba, no permanecía tumbada en una superficie fría como había creído en un principio. Estaba sentada en algo duro y metálico; sus piernas, brazos y torso permanecían sujetos a ello. Abrió los ojos con dificultad y parpadeó repetidamente cuando se vio cegada por una fuerte luz blanca. El cuello también le dolía.

¿Qué estaba pasando?

—Ah, veo que al fin despiertas. —Las palabras, pronunciadas por una voz con un ligero tono familiar, vinieron desde su derecha—. Comenzaba a pensar que ese golpe había sido suficiente para matarte.

¿Quién era ella? ¿De qué estaba hablando? ¿Qué demonios había sucedido? Cerró los ojos con fuerza y se quedó inmóvil. Su ritmo cardíaco se había acelerado y sentía que todo el cuerpo le temblaba: estaba entrando en pánico. Se tranquilizó a sí misma, repitiéndose que no lograría nada si se alteraba, hasta que al fin pudo ser capaz de escuchar algo más que los pasos acercándose de aquella persona. El tintineo del metal, el golpeteo de zapatos de tacón, el sonido de su respiración, el viento —soplando fuertemente desde algún punto en el exterior— y el sonido de algo raspando contra un cristal. Abrió los ojos, despacio, en el instante en que la persona dejó de caminar.

Una vez más, Bee enfrentó el resplandor de aquella lámpara y segundos después sus ojos se acostumbraron; frente a ella apareció una persona. Lo primero que vio fueron los zapatos negros de tacón, subió la vista pasando por el pantalón acampanado de color aceituna y hasta el top negro (que dejaba al descubierto una piel bastante pálida pero cubierta de pecas). Sus ojos se detuvieron en su familiar rostro y su boca se abrió en una perfecta O.

Ivanna...

La susodicha extendió sus labios en una sonrisa burlona —para nada acorde con su habitual comportamiento en la escuela— y asintió como quien está dispuesto a dar una recompensa por la buena respuesta de un niño.

—Alguien hizo los deberes... —canturreó, y se inclinó sobre ella para tomar su barbilla con una de sus manos—. Uhm... Eres bastante ordinaria —murmuró—, lo único bonito en ti son esos ojos azules... Aunque siguen siendo aburridos entre los de ojos claros. ¿Qué es lo que él ve en ti?

¿Él? Aunque la chica, a simple vista, lucía igual que cuando paseaba por los pasillos de la biblioteca o cuando —al acercarte al escritorio para preguntar o pedir algo— te respondía con una sonrisa, ciertamente había algo en ella que te hacía querer mirar una segunda vez. Y ahí, en ese segundo vistazo, te percatabas de que sus ojos (que antes eran de un color verde brillante) ahora miraban con desdén, opacos y marchitos; su piel (que a pesar de ser pálida solía estar cubierta por un tono rosáceo en las mejillas) lucía tan blanca como la nieve, sólo manchada con pecas aquí y allá, como si la sangre que antes circulaba bajo ella ahora hubiera escapado de su sistema, dejándola vacía; su cuerpo entero (que antes había parecido una silueta sin mucho chiste) ahora era todo líneas y curvas, como si hubiera sido borrado y vuelto a hacer. Casi podías preguntarte si realmente era la misma persona, o si sólo se trataba de dos personas muy parecidas. No había notado nada de eso cuando la había visto en esa cafete... La confusión volvió a nublar su mente. Ahora que lo recordaba, ella había estado en una cafetería hasta lo que se había sentido como unos minutos. Había ido tras Ivanna y luego, cuando la había alcanzado, la había seguido hasta un edificio.... Y ya no recordaba algo más, lo cual la hacía volver a la pregunta inicial: ¿Qué había pasado?

 [PAUSADA] Érase una vez: El secreto detrás de la historiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora