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—Me estas jodiendo...


Aquella noche, luego de que Leo regresara con agua, Angela había llegado al campamento detrás de él, exclamando con urgencia que había logrado contactar con un hotel cerca y reservado dos habitaciones dobles. De inmediato, los tres se habían puesto en marcha; Diane y Angela metiendo a toda prisa las cosas a la camioneta; y Leo asegurando a Bee en los asientos traseros. Habían llegado al hotel más rápido de lo que jamás se hubiesen imaginado, instalándose en las habitaciones apenas tuvieron oportunidad. Diane había pasado aquella noche pegada a Bee, mientras Angela se retorcía las manos en la habitación contigua, dando vueltas de un lado a otro y tratando de sentirse útil haciendo una que otra cosa. Por otro lado, Leo se había encargado de alimentar al pequeño felino y, cada tanto, se las arreglaba para escabullirse en la habitación, ansioso por ver cuál era el estado de Bee. Y, cerca de las tres de la tarde, minutos después de que Diane hubiese salido a ordenar comida, Leo se había escabullido dentro con la excusa de que él cuidaría de Bee mientras su madre regresaba. Para su sorpresa, en cuanto había puesto un pie en la habitación, Bee había despertado; y Leo había salido disparado a avisarle a Diane y Angela.

Justo después de eso, Angela había abierto la boca, sugiriendo que, ahora que Bee había despertado, podían reanudar su viaje. Leo casi había saltado sobre ella.

—Me estas jodiendo —repitió—, en serio. Dime —le clavó los ojos, incrédulo— que estás bromeando.

Pero Angela no se mostró culpable, si no confundida, como si no pudiera hallar la ofensa en lo que había dicho.

—Pero lo digo en serio —respondió—. Bee despertó, podemos reanudar el viaje ahora, sólo nos faltan unos pocos kilómetros para llegar al cañón —señaló, los ojos brillándole con entusiasmo y la voz teñida de una absurda ignorancia. Y luego, como algo en lo que apenas hubiese pensado, añadió:—. Pero si Bee se sintiese muy mal, podría quedarse aquí en el hotel, luego regresaríamos por ella cuando...

—Angela. —la calló Diane, el rostro crispado en una mueca de horror.

La joven se mostró aún más confundida.

—¿Dije algo malo? —murmuró, menos entusiasmada que antes—. Lo único que quería era que pudiéramos continuar con nuestras vacaciones, después de lo que costó para que se presentara la oportunidad...

Se interrumpió a media frase, repentinamente consciente de la mirada penetrante y fría que Leo le estaba dirigiendo.

—Por el amor de Dios... —exclamó él, pasándose una mano por el cabello y sintiéndose decepcionado—. ¿Estás siquiera oyendo lo que dices? Nuestra hermana mayor, Bee, cayó enferma hace menos de veinticuatro horas, y hace tan sólo unos minutos recuperó la consciencia... —sacudió la cabeza—. ¿Qué está mal contigo?

Angela no respondió, en su lugar, se quedó mirando fijamente a Leo. Y, de pronto y como si se hubiera accionado un interruptor en su interior, sus ojos se abrieron de par en par mientras su cabeza caía hacia adelante (medio oculta entre los cabellos) y dio un paso atrás, casi como si le hubieran dado un empujón. Se talló la cabeza y, cuando alzó la mirada de nuevo, algo había cambiado en ella. Miró desde Leo hacia Diane y frunció el ceño.

—¿Qué sucede? —dijo, y luego cerró y abrió los ojos, la mano que sostenía su cabeza presionó su sien con más fuerza— Ah, lo siento —intercambió la  mirada desde Bee hacia Leo, y su expresión se mostró confundida y arrepentida—, creo que dije algo realmente cruel —hizo una mueca y retrocedió—. Yo... en verdad  no sé por qué dije eso.

—¿Ang? —el enojo había desaparecido de su tono de voz, y su cólera había sido reemplazada por preocupación—. Estás... ¿bien?

La chica sacudió la cabeza, volvió a presionarse la sien y suspiró.

 [PAUSADA] Érase una vez: El secreto detrás de la historiaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora