El error

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Theodore salió de enfermería en cuanto su cuerpo se lo permitió, estaba tan asustado que ni siquiera podía creerlo, la amenaza de Draco era tan real cómo el cielo era azul.

- Eres un idiota…- el rubio le miró de reojo, Hermione había estado conciente todo ese tiempo y él lo sabía.

- Y tú una descuidada… ¿Qué te ha dicho la enfermera? –preguntó Draco.

- Efectos secundarios de la poción de Parkinson.- soltó la joven mientras se sentaba en la cama.

- Pansy ya ah hablado con su madre… se encuentra en la oficina con Snape y Dumbledore.- confesó el rubio mientras se acercaba.

- Malfoy… tenemos que hablar…- soltó Hermione seriamente, Draco levantó la mirada hacia el techo, mientras sus dorados mechones se lanzaban hacia a tras.

- Después Granger… después…- murmuró el chico mientras se acercaba a ella y se sentaba a su lado.

- En verdad Malfoy… yo no…- pero la chica se vio interrumpida por un delicado beso que el muchacho le dio.

Fue tan tierno y dulce aquel beso, no era cómo el que se habían dado, no había posesión, rudeza ni agresión mutua, algo estaba pasándole y no solamente a él, si no a Hermione por igual.

Los efectos del Oscuriti Muggle ya habían pasado, pero no las secuelas, Hermione no volvió a comportarse cómo una Zorra prepotente, pero los dolores de cabeza se hacían cada vez mayores y frecuentes.

Había pasado tres días desde que estuvo en enfermería, su madre había llegado a Hogwarts esa mañana, y con permiso de Dumbledore, ambas asistieron a San Mungo.

Draco y ella se habían visto un par de veces, por un corto tiempo, pues temían que los descubrieran, Draco se excusaba con Blaise diciéndole que iría a ver a Snape, pero en realidad iba a verla a ella, quien le esperaba sonriente, recargada en la pared de aquel pasillo.

Hermione y Draco, después de varios días, se encontraban nuevamente en aquel sitio, donde se veían cada vez que podían, a la misma hora y en el mismo lugar, los besos y caricias habían dejado de ser retadoras, agresivas…

Y ahora, ambos eran dulces y cariñosos con el otro, cualquiera que los viera en ese momento, dirían que eran la pareja perfecta, que era realmente amor lo que existía entre ellos…

Pero no era otra historia más, de Romeo y Julieta, pues los que rodeaban a la pareja, se odiaban a muerte, eran completamente rivales y ante los ojos de los demás, eran enemigos, cuando en verdad se escuchaban dentro de un olvidado pasillo para poder disfrutar de la compañía del otro…

Esa mañana Hermione tenía que entregar cierto ensayo a Minerva McGonagall, la chica se detuvo frente al espejo del baño y se miró, su madre le había enviado una carta un día antes, pidiéndole de por favor que si pasaba cualquier cosa, le avisara y así lo hizo.

Pero ahora, viendo ese hilillo de sangre resbalando por su nariz, ya no sabía si decirle a alguien.

Pero la cosa no quedaba ahí, sintió los ojos húmedos, se tentoneo las majillas para descubrir su palma llena de sangre, levantó la castaña mirada y ahí estaba, llorando lagrimas de sangre…

- ¡YIAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA!- soltó el grito…

Dumbledore tenía frente a él a Snape y a Minerva, ojoloco también se encontraba presente…

- Granger ha sido llevada a San Mungo de emergencia.- Minerva fue quien rompió aquel aterrador silencio.

- ¿Snape…ya has descubierto algo importante sobre la poción? –preguntó Dumbledore.

El Pasillo de los AmantesDonde viven las historias. Descúbrelo ahora