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Es casi media tarde cuando Alfhild y su pareja aparcan en el estacionamiento del edificio donde vivían, ambos habían estado contemplando en silencio la carretera, él pensando qué era lo que le perturbaba tanto a su prometida y ella en cambio no pensaba nada, se había adueñado de la sensación de que el tiempo se detuviera bajo sus pies que incluso ahora sentía que todo iba muy rápido. Cuando advirtió que el motor del automóvil se había apagado volvió a su realidad y miró de soslayo a su esposo que pasaba su dedo índice sobre su labio inferior, estaba a punto de preguntar algo pero ella bajo del automóvil dejándolo con la duda.

—Al, detente por favor.

No lo escuchó y espero por él entonces el ascensor, se había mostrado tan posesivo que a ella le había causado molestia y angustia; no sabía por qué había actuado así pero era como si el tratará de no perderla, pero ¿cómo era eso posible si a la única persona que amaba era a él? Cuando había sido el único que había dado un lugar en su vida, porque la manera en que se habían conocido era tan milagrosa e inesperada que ella seguía agradecida.

Cuando estuvieron de pie en su departamento todo volvía a la normalidad, el silencio le era reconfortante y sobre todo el semblante tranquilo de él que pasaba sus manos sobre las llaves de automóvil, como si estuviera avergonzado de lo que acaba de hacer. Era prácticamente una relación tóxica, ambos tenían sus rabietas descontroladas y sus emociones volátiles que se perdonaba en ese mismo lugar, con lo que fuera, aunque fueran unas cuantas palabras. Le gustaba saber que su hogar era el único lugar seguro que tenía. Ambos se observaron con delicadeza y ella fue la que inició la conversación, sin prisa ni molestia:

—Lo siento, necesitaba tomar algo de aire y tranquilizarme, sabes que me provoca ansiedad estar dentro de este lugar y sobre todo cuando tú pareces tan desesperado.

—El viaje me tiene aturdido —explicó él sin rodeos—. No sé cómo va a resultar todo eso...

—Entonces no vayamos a Canadá —le interrumpió Alfhild—; deberíamos permanecer aquí, la niña ha hecho una vida social aquí y a logrado muchas cosas, no le quites eso.

Ella se estaba escuchando y sabía que era una cortina de humo, estaba usando a la niña cómo escusa para que no se marcharán, ella no quería dejar Nueva York y mucho menos ahora que había sucedido eso frente al asilo, algo que estaba segura que pasaría de nuevo y tenía que volver a ese lugar.

—Pero éste lugar —señaló a los ventanales—, no me gustaría que mi hija tenga una vida aquí, no me gusta la ciudad.

—¿Entonces por qué nos has traído aquí, Knox?

—Creí que sería diferente a las últimas veces, Londres nos traía malos recuerdos.

Alfhild asintió y trató de entenderlo. Pero no le era suficiente un rostro triste y una historia del pasado, con ella no funcionaba y mucho menos su él hablaba todo el tiempo sobre el futuro.

—No puedo irme —le respondió Alfhild con decisión.

—No puedes tomar una decisión sola —estaba endureciendo—. ¡Piensa en la niña!

Era obvio que él ocultaba algo y que hacer a la niña "primordial" parecía lo más cuerdo, pero a ella le molestaba que no fuera sincero.

—¡No has tenido ni la intención de preguntarle! —le grita Alfhild cansada de tantas vueltas.

Knox se quedó pensativo unos minutos pasándose las manos sobre su desordenado cabello, observando al suelo como si este le fuera a entregar las respuestas que necesitaba lanzarle a Alfhild, pero no había nada y el empezaba a cansarse de tantas peleas en una semana. ¿Qué había pasado con la promesa de amor que se habían hecho unos meses atrás? ¿Qué pasaba con el "soy tuya y tú eres mío"? Se negaba a perderla pero tampoco quería seguir soportando sus ideas inalcanzables.

3. LegacyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora