I. nom omnis moriar.

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Estaba quieta en una sala de estar con la mirada pérdida en un ventanal, uno enorme que se elevaba del suelo al techo, con hierro enmarcando la vista de un pequeño barrio en Londres, donde los árboles se elevaban en la mayor parte de las calles; era invierno, uno de los peores del año, la nieve caía a montones sobre el pavimento y el balcón del ventanal. Los vidrios estaban empañados por su respiración, con las manos podía hacer pequeños garabatos, formas irregulares que se solo ella podía hacer de vez en cuando, a su parecer no eran más que garabatos, pero para ella era completamente normal hacerlos en cualquier lugar.

Había una presencia más con ella, él, de nuevo con su traje negro y su cabello negro perfectamente peinado, no podía quejarse de lo que veía, en realidad era apuesto y sus movimientos eran elegantes y ágiles como los de un gato. La miraba con tristeza y trataba de mantener la compostura, le veía con el alma rota y débil ante lo que veía; fue cuando se dio cuenta que veía al ventanal con melancolía, porque ella no estaba ahí para él. Parecía que fuera la cosa más triste ver qué mantos blanquiazul estuvieran invadiendo su balcón y la vista que tenía del lugar. Podía observar todo desde ahí.

Esta vez retrocedió sintiendo que le estorbaba a su penetrante mirada, en realidad estaba avanzando a su lado, esta vez no tenía miedo ni sentía que era el centro del universo, está vez era omnipresente y solo veía como él desarrollaba su propia historia.

Se percató que había un enorme sofá escarlata en forma de L que se extendía por toda la sala de estar, la mesilla estaba repleta de notas y copas vacías, así como artilugios antiguos que se esparcían por el suelo, algunos rotos y otros más sanos y salvos bajo la mesilla. En el sofá había una mujer, de cabellos azabache que le quedaban al nivel de sus omóplatos, cubriendo su piel lechosa de la luz que era casi escasa en la sala. Él hombre ahora la veía a ella, temeroso y con tristeza.

La mujer en ningún momento giró a verlos, en realidad estaba serena viendo el balcón, respiraba estaba claro y sobre todo se movía, pero no parecía notarios en absoluto. El hombre estaba a su izquierda, respirando de forma entrecortada, de vez en cuando dejaba de hacerlo. Alfhild podía ver la desesperación que crecía en sus ojos, quería acercarse y tocarla, incluso ese brillo le decía que quería algo más que eso, quería tenerla cerca, como si esa fuera una de sus necesidades fundamentales, era como agua en el desierto. Alfhild sintió dolor y culpa ¿por qué culpa si ella no sabía nada de ambos? Ninguno de los dos eran conocidos ni amigos, ¿por qué de pronto sentía que necesitaba ayudarle al hombre a encontrar al amor de su vida? No lo sabia.

De soslayo advirtió que el giró a verla, de pronto había aparecido en el plano, ella le devolvió la mirada. Se quedaron observándose unos segundos. Él estaba aterrado de verla ahí, como si fuera una intrusa —que realmente lo era—, como si no le gustará verla ahí dentro de su imágen.  Él abrió la boca tratando de decir algo y se acercó para tocarla, pero algo tiró de ella y la llevó de golpe fuera de la escena; la mujer giró asustada y observó a Alfhild, pero ella ya tenía los ojos cerrados y no logró verla.

3. LegacyDonde viven las historias. Descúbrelo ahora