5.

928 49 5
                                    

La última semana ha transcurrido con normalidad, se me ha hecho rutinariamente larga y aburrida, como siempre. El martes vino Juan, el que me proporciona los suministros para el bar, tuvimos una charla larga y tendida, como cada dos semanas, y estoy segura que si por él fuese tendríamos algo más que palabras, pero no es mi tipo, no es por que sea considerablemente mayor que yo, y además es muy atractivo, pero prefiero estar fregando todo el día mi propio bar, a la cocina de cualquier machito que se crea con derecho a creerse que soy de su propiedad. Me solucionaría la vida en muchos aspectos, pero ser mujer sumisa y florero nunca ha sido lo mio, nunca he ambicionado una vida así, bueno, la que llevo realmente tampoco, pero al menos soy medianamente dueña de ella, yo sola me mando y yo sola me basto, no dependo de nadie y no necesito a nadie. 

A parte de eso, no ha pasado nada más, ni rastro de Antón, y en realidad mejor, esta es mi vida y esta va a ser hasta que me muera. El bar y yo. Nadie más.

A la tarde hace demasiado calor y se llena un poco más y sirvo más mirindas de lo habitual y me entretengo un poco, ya que también hay más presencia femenina y entablo conversaciones con unas y con otras, me cuentan sus vidas y algunos chismes, todo muy banal, pero así consumo el tiempo con rapidez y la hora de cerrar llega casi sin darme cuenta. Hacía mucho tiempo que un domingo no se me pasaba tan ameno.

Ojalá fuesen todos así. Pienso mientras echo el cierre.

Camino por la calle desierta, apenas mal iluminada por farolas rotas o estropeadas, se nota que se va acabando el verano porque corre una brisa fría, que nada tiene que ver con el calor que ha hecho durante todo el día. Oigo un ruido a mi izquierda que me sobresalta, y miro inconscientemente, tengo los brazos rodeándome el cuerpo, camino deprisa. Solo era un gato callejero.

- ¿Dónde vas tú tan deprisa?- Oigo a mis espaldas, conozco la voz, casi ahogo una arcada.

Me paro en seco.

- A mi casa, ¿por qué? - Respondo solo mirando a mi derecha, no hay contacto visual.

- ¿Y quieres que te acompañe?

- No, mucha gracias.

Reanudo el paso.

- Eh eh, espera.

Me giro y está a pocos metros de mi, una farola nos alumbra, una de las pocas servibles de la calle.

- ¿Qué coño quieres ahora Raúl? 

Hace una mueca y avanza unos pasos, con cuidado, con mucha cautela, al acecho por si salgo corriendo. Me planteo esa posibilidad durante unos segundos, un escalofrío recorre mi espalda pensando en las consecuencias que tendría el hacerlo.

- Hablar, Eva, solo hablar... Saber como te va todo, solo eso, lo juro. - Y levanta las manos en señal de paz, pero su sonrisa me dice que no viene  en son de paz.

- Pu-pues estoy muy bien, gracias. - Doy un paso diminuto hacia atrás.

Raúl es el camello más conocido del barrio, no se mueve droga sin que él lo sepa, no se vende droga sin que él lo sepa, además es el único distribuidor. Pero antes de eso fue mi primer y único novio, si se puede considerar, ya que solo éramos unos críos. Cuando yo le conocí ni pasaba, ni consumía, era muy diferente. Era un chico encantador. Al poco de salir fallecieron mis padres, ahí fue cuando todo se fue a la mierda y empezamos a consumir, supongo que simplemente yo supe cuando parar y él no. Su consumo fue incrementando según pasaba el tiempo, él se tiraba más horas en la calle trapicheando y yo más horas en el bar trabajando. Sin rastro de los paseos por el parque a media tarde cogidos de la mano, ni las noches en el cine metiéndonos mano torpemente, ni el sexo precipitado e inseguro en la parte de atrás de su coche, incluso eso se volvió violento. La droga nos distanció, y en parte las circunstancias también influyeron, le aparté de mi vida poco a poco de una forma prácticamente indolora, algo que no quiso aceptar. La cosa fue medianamente estable y tranquila mientras que a mi no me importaba seguir acostándome con él esporádicamente cuando venía a verme al cierre del bar, como hoy. Todo se perturbó en el momento en el que física y mentalmente, le perdí, y se entregó por completo a ella, se convirtió en un yonki de libro. Además, coincidió con que yo me empecé a ver con otro chico, en fin, quise zanjar cualquier tipo de relación con él, pero eso no le hizo mucha gracia, una parte de mi ni le culpa, es totalmente un esclavo de su adicción, le considero un enfermo. Pero ahí fue cuando empezaron las pintadas en la fachada del bar, la intimidación a los clientes del bar, los celos desmedidos a cualquier hombre que se acercase a mi, hasta ahí fue medianamente tolerable e incluso entendible, pero se nos fue, a ambos, de manos cuando una noche como esta, me asaltó. Debí haber puesto medios mucho antes.  Yo casi no lo cuento. Me encontraron unos basureros al hacer la ronda de madrugada. Después de eso solo recuerdo la habitación del hospital. Estuve en coma tres semanas. De él no volví a saber nada, mi agresión sexual y física fue lo que bastó junto con algunos otros delitos leves para mandarle a prisión un tiempo, pero por lo visto no el suficiente, porque ahora mismo le tengo a poco más de cuatro metros. Sabía que llevaba un tiempo libre y que había vuelto a las andadas, que siempre tuvo todo controlado desde la cárcel, pero no pensé que volviese a buscarme.

- Vaya, vaya... cuanto has crecido... Me ha costado mucho reconocerte, pero saliendo de ese tugurio en realidad no ha sido tan difícil.- Su voz es ronca, y no hay vida en ella. No queda rastro del chico que fue una vez.

- No deberías estar tan cerca de mi, déjame llegar a casa Raúl, por favor.

- ¿Me tienes medio? - Y sonríe.

Todo mi sistema circulatorio se detiene, porque mi corazón ha dejado de bombear, se ha congelado por el frío de sus palabras y ha estallado en mil pedazos. Recuerdo los golpes, recuerdo mis gritos, recuerdo el dolor desgarrador hundiéndome el pecho, recuerdo su aliento en mi cara y recuerdo perder la esperanza. Me estremezco.

- Déjame llegar a casa, por favor. - Casi lloriqueo, pero una parte de mi sabe que no va a servir de nada.

- Shhhh - me manda callar - si te quedas tranquila va ha ser mucho más divertido, ya lo verás.

Noto como su cuerpo está preparado para abalanzarse sobre mi, como los instantes antes de que un depredador cace a su presa. Pero aún tengo ganas de sobrevivir y corro. Corro tan rápido como puedo por lo largo de la calle, vivo demasiado cerca como para no conseguirlo, me trato de convencer. Pero esa pequeña esperanza se desvanece a jirones cuando noto el dolor que me produce que me agarren violentamente del pelo.

Caigo al suelo de espaldas y mi cabeza choca fuertemente contra el asfalto, y me produce un dolor tan intenso que no puedo evitar chillar de dolor.

Confundida por la conmoción noto un gran peso sobre mi, que continúa golpeándome, desgarrándome la ropa y simplemente ya no tengo ganas de luchar, se que no servirá de nada. Me cuesta mantenerme despierta y me da vueltas la cabeza, no soy rival para él, ni aunque esté en juego mi vida. Creo que lo más sensato es dejarle ganar. 

Pero alguien grita a lo lejos mi nombre, y la voz me suena, pero estoy demasiado ida y me cuesta demasiado abrir los ojos. Siento mi cara latir del dolor y sangrar. El peso que me oprimía el pecho desaparece. Ese alguien sigue gritando mi nombre y me tambalea para que reaccione, pero no hay palabras para explicar que me estoy muriendo, mi boca no reacciona y mi cuerpo se ha vuelto inmóvil. Pronto dejo de tocar el suelo y alguien me lleva en volandas, y le da mi cuerpo a otra persona. Hablan entre ellas, pero no les entiendo, mi raciocinio sigue en el asfalto. Esta segunda me mete en un coche muy delicadamente, pero antes consigo ver por el ojo que tengo medio abierto que un conjunto de tres sombras van a tomarse mi venganza por su mano, y no puedo evitar sentirme un poco aliviada. 

Bien Duro (C. Tangana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora