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La semana transcurre con una normalidad habitual. No han habido visitas no deseadas, ni altercados desagradables, al contrario, esta ha sido una buena semana. La presencia de Sticky me ha facilitado muchísimo las cosas, como ya supuse que haría, no sé cuanto tiempo más se querrá quedar conmigo, pero espero que mucho, por que podría acostumbrarme a su ayuda. A los clientes también les ha parecido bien su presencia en el bar. Sticky se dio muy pronto por vencido de que le llamasen así, y aceptó un poco a regañadientes pero con humor, que le llamen "Tiqui". Ha cogido mucha soltura en cuanto al trato con los clientes, por lo que él atiende las mesas, mientras que yo estoy todo el tiempo detrás de la barra. En los descansos o tiempos muertos jugamos a las cartas o hablamos de nuestras vidas. Me he dado cuenta durante estos días de lo poco que sabíamos él uno del otro, pero conocer a alguien que me resulte interesante y sea recíproco ha resultado ser bastante agradable. Por ejemplo, ahora sé que nació en México porque su madre es de allí, pero que vino a España de muy pequeño porque su padre era español, y que al morir este, su madre volvió a su país, pero que él se quedó aquí con su abuela paterna. De él y de Antón ahora también sé que se conocen desde chavales, que siempre fueron del mismo barrio y que hace unos años tenían una especie de grupo juntos, que sigue en activo, como una especie de sociedad para crear música, pero que de momento solo sacan música por separado. Hasta entonces yo no sabía que Sticky también se dedicaba a la música. De mi ahora sabe lo de mis padres y de porque siendo tan joven tengo un bar en propiedad, mi historia con Raúl, y también mi versión de todo lo que ha pasado con Antón. Me extrañó mucho que él no quisiera contarme lo que habló con Antón respecto a eso, pero ante su negativa, no quise indagar más. 

Me retuerzo en la cama casi de dolor cuando suena mi despertador. Son las cuatro en punto de la mañana y toda mi habitación está a oscuras, el sol ni tan si quiera ha hecho amago de salir, es por eso que sus rayos no se cuelan vagamente por los huecos de la persiana. Aún con los ojos cerrados y con todos los esfuerzos de los que soy capaz, arrastro a mi cuerpo fuera de la cama, y literalmente eso me produce un dolor intenso que me recorre el cuerpo entero. Totalmente adormilada consigo llevar mi cuerpo al baño, sabiéndome el camino de memoria, por que aún sigo sin abrir los ojos. Siento que me arden cuando enciendo la luz del espejo del lavabo del baño. El reflejo casi me asusta. Es una versión muy desmejorada de mi misma, prácticamente soy todo ojeras y malos pelos, pero tampoco entiendo de que me sorprendo, siendo las horas que son. Casi inconscientemente pongo el agua a tope de fría y me la mojo de manera bastante poco delicada, esto me espabila, e incluso diría que tengo hasta mejor cara.

La imagen que me encuentro al llegar al salón me produce tanta ternura que desearía tener a mano mi cámara de fotos para poder inmortalizarla, pero no sé donde está, y tengo el tiempo un poco limitado. Mi sofá esta ocupado por un bebé que mide más o menos metro setenta, colocado boca abajo, con el brazo izquierdo colgando, la boca abierta y el culo ligeramente levantado. Me da hasta pena despertarle, pero a las seis y cuarto tenemos que coger un tren en Chamartín dirección Vigo. Enciendo la luz y veo con más claridad la imagen. Sticky frunce el ceño pero no se despierta, se queja entre sueños. No podría ser más adorable ni aunque se esmerase en ello. Me posiciono de rodillas justo delante de él.

- ¿Sticky? - Digo acariciándole despacio la mejilla con los dedos.

Se queja y esta vez creo que es entre sueños.

- Sticky hay que levantarse. - Ahora le acaricio el pelo.

Y justo en ese momento abre los ojos, y me mira, aun que tarda unos segundos en enfocarme. Cuando lo hace permanecemos unas décimas de segundo mirándonos el uno al otro, hasta que por fin habla.

- Buenos días. - Dice con una sonrisa que hace que algo dentro de mi se revuelva.

- Hola. - Respondo con una sonrisa y con una voz de boba total.

Bien Duro (C. Tangana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora