32.

514 30 3
                                    

- ¡Eva! - Escucho a alguien gritar excesivamente cerca de mi.

Abro los ojos sobresaltada de inmediato.

Antón me sostiene la cara con ambas manos y me contempla con cierta preocupación. Estamos desnudos en su cama, la luz del atardecer entra con cierto recelo por la ventana, llenando la habitación de una cálida y magnética sensación. 

- ¿Qué pasa? - Pregunto extrañada, no terminando de entender como diablos he aparecido aquí si hace tan solo segundos estaba con...

- Estabas teniendo una pesadilla, gemías y gritabas, murmurabas cosas, me estabas empezando a dar mal rollete y he decidido despertarte. - Dice sonriendo levemente.

- Gracias... - Digo tímida.

- Parece que las siestas no son lo tuyo, eh. - Dice, y se coloca los brazos bajo la cabeza, mirando al techo, yo sigo de lado, contemplándole.

- Hace tiempo que no las duermo en condiciones. - Digo sin más.

Parece que algo divertido pasa por su cabeza, por que sonríe como distraído. Es toda una gloria verle tan despejado y sereno, sin su característico ceño fruncido, o bajo los efectos de alguna droga o alcohol. Parece joven, más de lo que debe de aparentar, pero más aún de los que realmente tiene. Me pregunto como fue su infancia, si fue feliz. Vacilo sobre si preguntarlo, a estar alturas me da hasta vergüenza reafirmar lo poco que sabemos el uno del otro, pero si sigo dejando estas dudas correr, jamás las sabré y más tiempo habrá pasado.

- ¿Cómo definirías tu infancia? - Pregunto con un tono de voz muy premeditado y poco natural.

- Pues una normal, ¿por qué? - Dice mientras continúa mirando al techo, sin inmutarse.

- Pues por que no lo sabía.

Asiente.

- ¿Y la tuya? - Pregunta.

- ¿Cómo crees? - Decido jugar un poco aprovechando que parece que la situación y su humor están en el estado propicio.

Se gira para mirarme, continúa con la cabeza apoyada en sus brazos. Sus ojos me rastrean, quizá intentando encontrar signos claves que le den alguna pista de cuan feliz ha podido ser, como si eso se reflejase en mi mirada,  me hace gracia, no sé. Probablemente lo único que sea capaz de rastrear en mis ojos es dolor, añoranza, cansancio y mucho miedo, pero por nada del mundo esa felicidad inmensa en la que crecí. Cuando me sentía completa y lo tenía todo. No tenía preocupaciones, y ni si quiera me imaginaba lo dura que podía llegar a convertirse la vida.

- Feliz. - Dice sin previo aviso y continuando con su observación.

- No.

- ¿No? - Pregunta sorprendido.

Niego con la cabeza.

- ¿Triste? - Pregunta.

Me encojo de hombros de manera evasiva.

- Vamos Eva, no seas así, dame una pista.

Río por el tono infantil que está tomando la situación.

- Muy. - Confirmo finalmente.

- ¿Feliz? - Pregunta atropelladamente y un poco incrédulo.

Asiento con una sonrisa en los labios.

- Joder Eva... - Y sonríe, pero esa sonrisa es falsa, no le llega a los ojos.

Por su tono parece que este juego le ha dejado de hacer gracia, y no entiendo por qué, no entiendo que le molesta exactamente, ni porqué parece que le moleste que haya tenido una infancia plena y muy feliz.

Bien Duro (C. Tangana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora