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Camino por un largo pasillo, no sé hacia dónde me lleva ni de dónde me trae, pero unas imperiosas ganas de descubrirlo me corroen. No estoy nada cansada, por el contrario siento mi cuerpo ligero y con mucha energía, totalmente activo. La sangre fluye por mis venas, me siento revitalizada. El pasillo por el que camino apenas está alumbrado, solo se divisa una luz blanca y cegadora al fondo, que brilla con tanta intensidad que permite esclarecer el largo del pasillo, dejando ver sus paredes rojas sangre y su suelo negro. Cuanto más me acerco, más difícil es mantener los ojos abiertos, la luz me hiere a los ojos, pero aparto la mirada y sigo caminando de frente, al cruzar el umbral cierro los ojos.

Accedo a una sala, es bastante amplia y está llena de gente. Es como un salón, decorado de forma clásica, con muebles y sillas de madera robusta, es una estancia elegante y acogedora, como de un gran palacio. La gente que la ocupa viste elegante, pero de inmediato se que no encuentro en una fiesta, porque todos van vestidos de negro. 

Me extraña cuando agacho la cabeza y descubro que soy la única asistente que viste de blanco. Es tanta la sensación de desentonar que siento unas ganas inmensas de marcharme, pero para mi sorpresa, la puerta por la que he accedido ya no está, se ha esfumado. No consigo entender nada.

Entre tanto, busco entre los rostros tristes uno familiar. Me sorprende de sobremanera encontrar entre todos ellos el de Antón, él debería estar en Madrid, ¿qué hace aquí?

No me sorprende verle un poco retirado de la gente, solo, sin hablar con nadie y con su ya característica copa de whisky en una mano. Parece muy triste, más de lo que le he visto nunca. Su cara está totalmente descompuesta, y tiene la mirada perdida. Las ojeras le llegan prácticamente hasta la mitad de la cara y las tiene muy inflamadas, como si no hubiera parado de llorar en días. Tiene el traje desaliñado, la camisa también negra por fuera del traje. El detalle más evidente es que está completamente borracho.

Decido acercarme a él, necesito preguntarle donde estamos y qué le pasa, no me gusta verle así. Pero cuando estoy tratando de cruzar la sala para llegar hasta él, algunas personas pasan por delante de mi y le pierdo de mi campo de visión. Para cuando vuelvo a mirar, ya no está.

En ese momento alguien habla, un cura, subido en una especie de escenario, donde descansa un féretro, lo que confirma mis sospechas sobre que efectivamente, estoy en un velatorio.

Durante los próximos minutos soy testigo de un emotivo y triste discurso sobre la efimeridad de la vida. Después anima a que todos los que quieran dar el último adiós a la joven hagan una fila. Una idea me cruza la cabeza, pero no puede ser, ¿cómo? ¿Cuándo? No puede ser real que esté en el velatorio de Claudia, la hermana de Antón. ¿En qué momento ha ocurrido esto?

Parada entre un montón de gente veo como se va formando una fila para los más allegados, o valientes, que se quieren despedir de ella, sea quien sea. Entre las personas de la fila veo a los padres de Antón, pero no soy lo suficientemente valiente como para atreverme y acercarme a preguntar. Miro hacia el escenario donde, cuando se da la vuelta para abandonarlo, descubro que está Sticky. Llorando. 

Esto no puede ser real.

Permanezco en la fila hasta que descubro que es Antón ahora el que esta subiendo al escenario. Sin pensármelo demasiado avanzo paralelamente a la fila, pero nadie protesta, nadie me mira ni tan si quiera. Una vez subida al escenario me quedo parada detrás de Antón, sin valor de mirar el féretro.

- Antón... - Susurro tras él, pero hace caso omiso y empieza a hablar.

 - Perdóname, -comienza- perdóname por que si estás aquí hoy es por mi culpa. Juré protegerte y mírate, tan quieta, tan callada... No me voy a perdonar en la vida no haberte sabio cuidar, haberte dejao sola.

Bien Duro (C. Tangana)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora