Capítulo XXI. Irremediable.

46 8 0
                                    

Fui a casa antes de las 22hs, como había acordado con mis padres, después de todo no tenía ganas de quedarme en casa de Claudia ni un minuto más. Al menos no por el momento.
Toqué el timbre y después de algunos segundos abrió mi madre.

-A ti te estaba esperando.-

-¿Para qué?- Le dije mientras cerraba la puerta. Seria, me hizo una señal para que la siguiera a la cocina. Una vez ahí abrió el refrigerador, me miró con el ceño fruncido y preguntó:

-¿Y el yogurt?-

-Estaba pasado y lo he tirado.-

-Sophie yo bebí un poco antes de ir a trabajar ésta mañana. Te aseguro que no estaba en mal estado.-

-Que sí mamá.-
Me acerqué a la basura y tomé la botella que dejé en el cesto ésa mañana. La saqué y tratando de no olerla se la enseñé. Ella lo agarró y luego de olerlo me habló muy molesta.

-Sophie. Antes que nada, no puede estar en mal estado porque lo compré ayer. No hay excusas, si no te gusta este no lo bebes y listo. No era necesario tirarlo. Lo he pagado y por si no lo sabes no me regalan el dinero. Este yogurt no tiene nada, aunque ya está perdido.-
Me dijo en tono severo y volvió a echarlo al cesto.

Luego, evidentemente molesta aún me dijo que ellos ya se iban y me mostró que dejaba carne lista en el horno.
Cuando abrió el horno para mostrarme, me volví a sentir mal y sentí que vuelvían las náuseas.
Ella me observó y le dije que era por el yogurt.
Asintió, cerró el horno y se retiró.
Mis piernas no respondían, me mareé y pude sentir cómo mi cuerpo se desplomó.

Desperté, ya no sentía náuseas pero si un intenso mareo.
Estaba recostada, abrí los ojos, y no reconocía el techo.
La claridad del ambiente me obligaba a cerrarlos nuevamente.
Podía escuchar a mi madre hablar con alguien. Se oía a lo lejos, bastante nerviosa.
Nuevamente traté de abrir los ojos, aún la luz me enceguecía pero podía soportarlo. Me senté lentamente mirando a mi alrededor. Era la sala de un hospital.
Aún estaba adormilada y aturdida.

Oí sólo un fragmento de lo que estaban hablando.
No se entendía bien. Parecía ser que estaban fuera, junto a la puerta.

-No se preocupe, sea lo que sea que decidan, tratarenos de que sea más rápido posible, para que no resulte tan difícil.-

-Doctor, no sé si sea lo correcto, pero creo que es lo mejor para ella en éste momento.-

-Sí no está segura, lo ideal es tomarlo con calma. Y escoger la mejor decisión.-

Al oír a mi madre despedir al que supuse era mi médico, me volví a recostar rápidamente. Cerré los ojos y me hice la dormida.
Mi madre se acercó y creyendo que seguía dormida, tomó mi mano y me dijo suavemente con la voz entrecortada. No podía verla pero la conocía lo suficiente para entender que lloraba, o estaba a punto de hacerlo.

-Sophie. Te hemos dado todo. ¿Por qué haz hecho esto?-

Al escucharla así de afectada y no entender sus palabras no pude continuar fingiendo. Y abrí los ojos pretendiendo que ella me había despertado.

-¿Mamá? ¿Qué ha pasado?
¿Qué hago aquí?-

Mi madre me miró y no pudo contenerse más las lágrimas le rodaban por las mejillas.

-Sophie, hija. Dime ¿Por qué?-

-¿De qué hablas? ¿Qué sucede? ¿Qué sucedió?-

-Siete semanas... Estás embarazada. De siete malditas semanas-
Tras decir eso se quebró en un desconsolado llanto. No podía continuar. Pude percibir la decepción en su voz.

- ¡Qué!? Debe ser un error. Mamá. Debe ser un error.-

Le respondí agarrando mi cabeza en un gesto de sorpresa y desesperación.
Un millón de pensamientos estaban atropellando mi mente.
Entendí el por qué mis malestares.

-Después de que te desmayaras anoche, tu padre y yo te trajimos a la guardia médica. Y luego de hacerte algunos breves chequeos nos dieron la noticia.-

La oía en silencio.

-Mamá... Yo...-
Ella me interrumpió.

-No digas nada. De ahora en adelante se acabaron las salidas nocturnas. Es tarde y claramente castigarte o prohibirte algo ahora no tiene sentido, pero si tu padre y yo podemos evitar que pierdas la posibilidad de tener un futuro ideal y satisfactorio, haremos lo necesario. Ahora vamos a casa. No hace falta que te quedes en observaciones. El doctor nos ha dicho que estarás bien. En el transcurso de la semana tu padre y yo te diremos qué decisión tomaremos.
No es necesario que nos digas de quién es, porque no lo conservarás, eso es seguro. No permitiremos que interrumpas tus estudios a causa de esto.-

Recuerdo no haber respondido ni haberlo intentado. Sólo pensé en que debía buscar a Víctor y contárselo. Salvar al bebé. Huir. O lo que sea.

Después de aquella conversación con mamá,
el médico firmó mi alta y bajamos a el estacionamiento para regresar a casa.
Durante todo el camino de regreso mi madre me hablaba lo justo y necesario.
Papá no me dirigió la palabra en todo el viaje.
Era claro que estaban enojados conmigo, lo peor era que los había decepcionado y traicionado la confianza que tenían en mí.
El silencio era más que incómodo. Todo en el ambiente era silencio, decepción y miradas cargadas de reproche.

En cuanto llegamos a casa subí a mi cuarto, y una vez en la habitación decidí llamar a Víctor, pero aunque intenté varias veces, éste me colgaba.
Al otro día me levanté muy temprano y en cuanto mis padres se fueron a trabajar salí a buscarlo.

Golpeé su puerta varías veces hasta que abrió.

-¿Qué?-
Abrió la puerta apenas unos diez centímetros y me respondió sin salir.

-Víctor necesito hablarte de algo urgentemente.-

-No hay nada de qué hablar.-

-Víctor es importante. Necesito que me escuches. Después no habrá vuelta atrás.-

-Sophie, haznos un favor a ambos, hazlo fácil para los dos. Vete.-

-Víctor escucha.- Mi voz era entrecortada y débil estaba a punto de llorar y no quería hacerlo.

-Oye. No sé si no lo captas. Por si no lo sabes ya estoy en algo muy importante. Tu, como habrás visto eras sólo un pasatiempo. Tengo novia y me quedaré junto a ella. Ten un poco de amor propio, márchate.-

-Víctor escúchame-

-Cállate Sophie ten dignidad y vete de una vez. Ya no quiero saber nada de ti.-
- Víctor estoy...-
Me interrumpió de un portazo en la cara.
No me dejó terminar de hablar.
En cuanto cerró la puerta quebré en llanto y ahogada en lágrimas no me importó ser humillada nuevamente, golpeé desesperadamente la puerta una, dos, diez veces pero nunca volvió a salir.

No sabía qué hacer.

Fui corriendo a casa de Claudia. En cuanto abrió la puerta, ahogada en llantl le conté todo lo que estaba pasando. Y ella me abrazó, me hizo pasar, me preparó un chocolate caliente mientras me oía. Era muy temprano aún y estaba fresco, así que nos sentamos en el sofá y encendió la calefacción. Luego de haber escuchado todo atentamente me dijo:

-So, amiga... Lo mejor será que tus padres decidan. Víctor no se responsabilizará por sus actos. No dejará a Sabrina. Y lo sabes.-
La abracé y llorando no hice más que asentir.
Ella me pidió que me calmara y me hizo saber que como siempre, pase lo que pase me apoyaría.
Luego de estar más tranquila decidí regresar a mi hogar.
Hacía mucho frío ésa mañana y como me fui de casa apresurada no me abrigue, así que Claudia me prestó un abrigo suyo.
Cuando salí, pude ver a Víctor viéndome parado junto a la ventana, como siempre. Como hizo aquella última noche que me votó de la habitación como si de un perro callejero se tratara. En cuanto me vio observándolo se alejó de la ventana.
Una vez más, decidió ignorarme.

En el peor momento.

Tal vez en otra vida...Donde viven las historias. Descúbrelo ahora