Mara no le mira, solo intenta caminar lo más rápido posible. Ni siquiera le importa en que dirección va.
- ¡Hey! - Tae se levanta. Esta vez le pone la mano en el hombro para que se gire y le mire a la cara.- ¡Estás sangrando!.
Mara no sabe que decir. Se ha quedado helada.
- Eso tiene mala pinta.- Tae observa la camisa empapada de sangre, como la tela blanca se cubre de rojo.
Me parece que no lo ha entendido, piensa Mara, aliviada. ¿Es posible que no relacione la sangre que le sale del brazo con la herida de la pierna de ayer?.
Si pudiera pensar en alguna excusa creíble para justificar la herida. Si no estuviera en un lugar tan revelador. No había sido difícil disimular con el corte de la pierna.
Claro, si hubiera pensado en otra excusa, una caída, un accidente, cualquier otra cosa que no fuera afeitarse porque... en fin, con las piernas puede pasar, pero... nadie se afeita los brazos. ¿Qué explicación tendría para las heridas de los brazos?.
Tae está cada vez más desconcertado cuando mira la sangre. Levanta la mirada hacia Mara con una mirada inquisitiva.
Vaya, una lastima, piensa Mara. No pienso responder. Aparta la mano sin pensar en el dolor. Por desgracia, al hacer eso, la mochila se le cae de las manos al suelo y todo el contenido se esparce por el suelo.
- ¡No! - grita Mara mientras Tae se agacha para ayudarla a recoger las cosas. ¿Por qué tiene que ser tan educado? Piensa en empujarlo, zarandearlo o incluso algo tan bestia como darle una patada en la espinilla, cualquier cosa con tal de apartarlo de sus cosas, solo para asegurarse que está bien lejos de su cargamento.
Mara le embiste para recuperar su tesoro, pero es demasiado tarde. Tae ha llegado primero. Tiene unas cuchillas en la mano. Se levanta y se las devuelve, junto con un par de bolígrafos, un borrador y el resto de sus pertenencias.
Mara no se lo puede creer. Las ha encontrado y aún así no lo pilla. No encuentra ninguna conexión entre la sangre que sale de su brazo y la cuchilla sucia que le acaba de pasar.
Se siente tan aliviada que no puede evitarlo y se echa a reír. Tae parece confuso unos instantes: al fin y al cabo, no es divertido que se le haya caído la mochila. Pero él es un chico comprensivo. Su cara dibuja poco a poco una sonrisa y estalla a carcajadas.
Mara piensa en la pinta que deben hacer: como una joven pareja de enamorados.
Eso la hace reír más. ¿Quién podría imaginar al verlas que ella ríe porque él no comprende el significado de lo que tiene entre las manos?.
- Eh - dice Tae de repente.- Yo uso la misma marca.- Se queda mirando las cuchillas y para de reír. Mara se da cuenta de que debió haberse ido corriendo, de que lo ha subestimado, de que él, finalmente, la ha pillado... Su mente funciona a toda velocidad, pero no se le ocurre nada que decir, no logra encontrar la manera de garantizar que él no se vaya de la boca.
- Eh - exclama Tae una vez más. Le sube la manga y le mira el brazo. Mara se pone roja como un tomate. No podría sentir más vergüenza ni estando desnuda y con él mirándole los pechos. Puede sentir sus ojos, como se llenan de la terrible vista de las cicatrices viejas que se confunden con las nuevas, la sangre que se extiende por su brazo, las heridas mal curadas.
Levanta los ojos y la mira a la cara con una expresión entre susto y repulsión. Mara le devuelve la mirada. Tae, al igual que ella, no dicen ni una sola palabra. Y no hay ni que planteárselo. Simplemente no hay nada que decir. Mara deja caer el brazo. Lo peor ya ha pasado. Quizás ahora la deje marcharse. Después de todo ¿qué puede hacer él?.
Pero al volverlo a mirar, Mara ve como ese terror que hay en los ojos de Tae se convierte en determinación. Se da cuenta de que, efectivamente, hay una cosa que él pueda hacer, algo tan terrible que a Mara le flaquea las piernas solo de pensarlo.
Puede decirle a Josh.
Tae se gira repentinamente y se echa a correr a través del pasto. Mara, sin dudarlo se lanza tras él. Pero él es más rápido, mucho más de lo que ella puede llegar a ser. Cruza la entrada de la universidad, sube las escaleras corriendo. En cuestión de segundos llegará al edificio de antropología, y ella aún no lo ha alcanzado.
Mara quiere pegarle un grito para hacerle parar, pero tiene miedo de atraer sobre ellos más atención todavía. La gente ya ha empezado a girarse para mirarlos.
En cualquier caso, se ha quedado sin aliento y demás ¿de qué serviría gritar? Gotas de sudor le atraviesan la espalda, y el corazón le late con tal fuerza que realmente teme que le pueda estallar, pero eso no es nada, nada, en comparación con la desesperación que la invade al pensar en lo que está a punto de ocurrir. No puede permitir que él le quite la única cosa que le ofrece algo de consuelo.
Un grupo de estudiantes sale del edificio de antropología cuando él está llegando a la entrada. Están hablando y riendo le bloquean la entrada. Mara no puede creerse la suerte que está teniendo. Tae se quedó parado frente a la puerta, no puede hacer nada aparte de esperar a que se muevan.
Cuando los estudiantes finalmente despejan la entrada Mara consigue alcanzarlo.
Tae habré la puerta pero ella le está pisando los talones. Él sube las escaleras de dos en dos. Mara se lanza tras él, extendiendo los brazos frenéticamente decidida a alcanzarla, a detenerle, a evitar como sea que logre su objetivo.
Mara consigue agarrarlo de la camisa. Estira, pero él es más fuerte y ella le suelta por miedo a romper la tela. En ese momento, él se da la vuelta. A lo mejor está sorprendido de lo fácil que ella ha abandonado, o quizás le sorprende lo absurdo, lo enfermizo que resulta que una persona que no tiene ningún problema mutilar su propio cuerpo no sea capaz de destruir una camisa. Se quedan quietos en la escalera, respirando aceleradamente, sin decir nada. Entonces, Tae vuelve a darse la vuelta. Esta vez Mara es suficientemente rápida como para agarrarle la mano pero, aunque ella estira con todas sus fuerzas, él logra avanzar. Con la otra mano, Mara se aferra a la barandilla y sus pies se enganchan al suelo como si fueran se plomo pero es inútil: él no da su brazo a torcer y lo único que ella puede hacer es caminar con él.
Cuando llegan al cuarto piso, todavía van tomados de la mano. Tae se para un instante frente a la puerta de la oficina de Josh. Mira a Mara en silencio.
- Por favor, no le digas nada - le ruega Mara, al sentir como él duda. - Por favor.
Pero no le da tiempo de suplicar más porque, incluso antes de que Tae pueda llamar a la puerta, está se abre mostrando a Josh tras ella...
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La chica con la sonrisa rota 《Kim Taehyung》
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