Epílogo

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Cuando Joan y Taylor llegaron a una isla desierta, el avión se marchó hasta nueva orden.

Ambos caminaron por un camino bastante largo.

Pero una milesima de segundo después, Taylor se cansó un poco y Joan le cogió en brazos hasta que llegaron a un camino de grava.

Después caminaron hasta una casa a tan solo unos pasos de la entrada del camino.

Cuando entraron en la casa, Joan solo le mostró lo principal. Que fue el salón y el jardín. Donde ahí ella vio algo preparado para lo que estaban a punto de hacer. Pero no tan solo vio eso. Si no a sus padres. Que parecían que sabían que a lo que habían ido por unas horas.

Ambos caminaron hasta el altar.

Ahí ambos escucharon las leyes del estado y después firmaron su matrimonio. Pero Taylor parecía triste.

Los padres de Taylor y el nuevo matrimonio pasaron al salón, donde Miryam. Ama de llaves de la casa y la que solía limpiarle a Joan la casa, les hizo algo exquisito para comer.

Después de comer, pasaron a un brindis donde Joan sabía que debía de esmerarse hasta que los padres de su esposa se marchasen.

Un baile lento hizo que los padres de Taylor bailasen cómodos, mientras que el nuevo matrimonio lo hacía incómodamente. Pero Taylor aguantó los toqueteos de su flamante marido porque sus padres estaban delante.

Cuando ambos bailaron la siguiente pieza, ambos se miraron a los ojos y él le dijo a ella:

―Por fin mia.

Pero ella no le respondió. Ya que sabía que podría reaccionar mal. Solo le preguntó algo que le quedaría eternamente sentenciada:

―¡Nos quedaremos aquí para siempre!

―Siempre querida ―respondió él―. Y si intentas hacer algo que vaya contra mis normas que te daré después de la noche de bodas, te prometo que no tendré piedad de ti con un castigo ―le susurró―. Y ya has visto como son estos.

―¡Joan!

―Dime querida.

―¿Alguna vez podre ser libre para retomar mi vida social?

―¿A qué te refieres? ¡A volver al lado de James!

―No. Me refiero a trabajar con mi padre.

―No voy a dejar que mi esposa trabaje. Te quedarás en la casa y ya buscaras algún medio para entretenerte.

―No me puedes obligar a quedarme de brazos cruzados.

―Puedo. Y si no lo haces tú, lo hare yo. Y no saldrás de la habitación en mucho tiempo. Tú eres la que decide.

Taylor no volvió a abrir la boca. Solo se limitó a bailar con su esposo la pieza que estaba sonando en esos instantes y las siguientes.

Mientras tanto, el amante solitario pensaba en la forma de cómo recuperar a su mujer. Pues ante cualquier cosa, ella se le había entregado por primera vez a él. Aunque no supiese que era virgen hasta que no lo notó por una llamada. Un amor que sintió antes de secuestrarla y que intentase de violarla sin saber qué es lo que hacía y se le pasaba por su mente en aquellos instantes.

Pensó en la única posibilidad que tenía para poder encontrarla y sabia que esa forma tenía mucho riesgo para su vida. Más aun cuando se trataba de salvar a la mujer que amaba por medio de unos contactos que hace más de seis años que no veía. Justamente tras la muerte de aquella chica que tenía como prostituta de lujo y que no sabe aun si fue él quien le maté.

Por lo tanto, tiró de viejos contactos y comenzaron la búsqueda de su amada por todo el globo. Pero sabía que tras una ayuda con sus viejos contactos del pasado, le costaría la dignidad que se había costado ganar. Pero no le importaba, con tal de encontrar a la mujer que amaba y matar a un viejo enemigo más peligroso que antes. Pues James no se daría por vencido para encontrar a Taylor. Su único amor verdadero desde que se conocieron una noche en Verona...

Continuará...

Cuarenta Días de Sumisión (Una Noche En Verona I) Donde viven las historias. Descúbrelo ahora