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23 de junio de 2012; Buenos Aires, Argentina

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23 de junio de 2012; Buenos Aires, Argentina.


   Una de las primeras veces que fui al monumental. El día del esperado ascenso, el partido contra Almirante Brown había llegado. Habían pasado 363 días esperando este momento donde tanto dolor para el hincha se fuera, se deshiciera y finalmente el club que tanta alegría me había dado volviera a ser. 

   Papá aun que vivíamos lejos, seguía al equipo donde se hacía posible, y había inculcado en mí desde siempre el mismo amor. El lugar vibraba de amor, los cantos que ayudaban a desahogar tanto nerviosismo. En mis 14 años y varios partidos jamás había vivido o sentido esto en alguno. Era una vibra especial, una locura, un ambiente diferente.

   Los equipos salieron a la cancha, el estadio al ritmo de "River mi buen amigo..." mis manos sudaban a más no poder, mi corazón estaba a punto de salir de mi pecho... 

Arenga de por medio de Alejandro Domínguez, el pitido que dio inicio al primer tiempo me congeló el cuerpo de los nervios.

Tomé mis auriculares, dependíamos de otros resultados, también.

A los 10 minutos del primer tiempo aproximadamente vi a mi papá hablar con alguien, al girar mi mirada casi muero. Enzo y Franco Pérez estaban viendo el partido al lado nuestro.

— Hola ¿Nerviosa?— dijo Enzo, sonreí tímida.

— Ansiosa. — miré nuevamente al campo de juego esperando que al fin se diera el resultado.

   Aproximadamente a los 25 del primer tiempo el Maestrico dejó un centro que gracias a David Trezeguet casi fue el primer gol del encuentro. Simplemente salté de mi asiento. Papá apretó mi mano, yo no creía aguantar los 65 minutos que restaban.

   Cerca de los 45 minutos Chori Domínguez pateó un tiro libre que casi me infarta, pasó cerca, no fue gol.

   El segundo tiempo comenzó con una chance de Ponzio, a las manos del arquero.

   A los cuatro minutos un zurdazo del rey David nos hacía desgarrarnos en gritos, salte a la espalda de Enzo, él estaba ubicado delante de mí, nos fundimos en un abrazo. No experimenté nunca esa felicidad.

   Para los 40 minutos estaba simplemente sin uñas, el partido debía ser una victoria. Enzo me sonrió, intenté ignorarlo, me ponía muy nerviosa.

— Calmate, vamos ganando.— dijo observando mis manos.

— No puedo ¿Vos no estás nervioso?— dije rápidamente.

— Un poco...— se dio vuelta al campo de juego, Trezeguet había convertido un ajustado segundo gol. Salté hacia mi papá. Mi garganta ardía, mis ojos no paraban de soltar lágrimas de emoción.

   Mi primer abrazo con Enzo fue tremendamente significante. El primero y más importante de tantos. 

Por siempre || Enzo PerezDonde viven las historias. Descúbrelo ahora