Capítulo 1: La gaviota.

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El sol se ocultaba tras el extenso mar en los dominios de las Islas del Sur, pero aún no había a la vista ninguna de aquellas islas, solamente un gran barco con una madera desgastada y unas velas firmes movidas por el viento. Lo que sin duda llamaba la atención de aquel navío era la tripulación, una tripulación no muy numerosa y bastante alegre, quizás demasiado, pues se notaba que la mayoría se encontraba bajo los efectos del alcohol, sin duda algún motivo habría.

—¡Felicidades, Fedrick! —se oía entre los marineros debido a que el menor de todos ellos cumplía diecinueve años. Era el único que no había bebido ni una gota de vino y no paraba de agradecer las felicitaciones una y otra vez, ya que al estar borrachos, los navegantes se repetían sin darse cuenta, pero al chico no le importaba.

En aquel barco reinaba la felicidad, de no ser por una persona, una persona que no parecía divertirse como los demás y que se encontraba encerrado en una pequeña celda sin compañía ni botella de vino que llevarse a la boca; aquel hombre era ni más ni menos que Hans, el príncipe de las Islas del Sur y último en su línea de sucesión, el menor de trece hermanos. Supongo que no hará falta explicar los motivos por los cuales había terminado en aquella celda; aquel barco provenía del reino de Arendelle, donde el príncipe Hans intentó hacerse con el dominio del mismo actuando de manera miserable y tratando de acabar con la princesa y la reina, aprovechando las consecuencias de los mágicos poderes de esta última.

Y allí estaba ahora, observando cómo aquellas personas se divertían y reían mientras a él le tocaba esperar un duro castigo en consecuencia de sus malos actos.

—¡Tú, escoria! Cuando lleguemos te van a dar tu merecido. —le gritó uno de los marineros que más había bebido, a la vez que reía de una forma ridícula hasta el punto de estar al borde de precipitarse por unas pequeñas escaleras que tenía justo tras de sí, debido a la falta de equilibrio.

—Cállate —respondió Hans secamente, pues era consciente de lo que le esperaba, aquel tiempo en la celda le había hecho pensar y reflexionar para darse cuenta de que lo que hizo estuvo francamente mal—. ¿Crees que no lo sé? Vuelve con tus estúpidos amigos y bebe hasta vomitar, imbécil.

Dicho esto, se dio media vuelta y observó la pared en la que tenía pintados algunos dibujos poco nítidos que realizó rascando con la pluma que llevaba en el bolsillo interior de su chaqueta; no eran nada en especial, simplemente algo con lo que entretenerse hasta llegar a las Islas del Sur. Al instante de darle la espalda al contrario, una botella reventó en uno de los barrotes de la puerta, mojando a Hans y haciendo que unos pequeños cristales impactaran con la parte trasera del príncipe hasta llenar de desperdicios la celda. El borracho marinero se había enfadado con la respuesta y el pelirrojo no tenía más remedio que soportar aquel trato.

—No estás en condiciones de darme órdenes —reprochó el hombre con mirada repulsiva—. Pero sí, voy a hacer lo que me dices, de todas formas es mejor que quedarse encerrado en una estúpida celda sin nada mejor que hacer.

Aquel marinero volvió a reír de forma patética y esta vez sí acabó precipitándose por las escaleras, a lo que Hans no pudo evitar torcer sus labios en una sonrisa de satisfacción.

—Alteza —dijo Fedrick, el chico que cumplía años, dirigiéndose hacia Hans—. Si me permitís retirar los restos de la botella rota, para que no sean molestia...

Hans miró al joven marinero extrañado, y sin decir palabra, le acercó los restos que Fedrick recogió. Aquel habría sido uno de los momentos más agradables para Hans sobre el barco si no fuera por la intervención del mismísimo capitán, el señor Balckmore.

El señor Balckmore era un hombre bastante robusto de altura media, carecía de pelo pero lo compensaba una barba bastante cerrada. Llevaba una camisa blanca remangada y unos pantalones claros que apenas llegaban a las rodillas, y como no, su cara de completa arrogancia.

—Fedrick, no entiendo el motivo de tratarle con tanto respeto, ¿no lo ves? Está acabado, totalmente acabado –dijo el capitán, apoyando su mano en el hombro del joven—. Pasa de él y ven a divertirte, es tu cumpleaños.

—Esto... de acuerdo, Capitán —asintió el joven marinero, quien era un chico bastante educado con la mayoría de las personas, algo alto; no más que Hans, y tenía el pelo descuidado pero le quedaba bien—. Voy a dejar esto y ahora me uno a la fiesta.

—Bien. —dijo el capitán justo antes de retirarse, no sin antes dirigirle a Hans una mirada de burla.

Por su parte, el joven se disponía a marchar, pero fue entonces cuando Hans lo llamó.

—Oye, muchacho.

—¿Me ha llamado? —Fedrick se dio la vuelta sorprendido, nunca hasta ese momento Hans le había dirigido la palabra a pesar de todo el tiempo que llevaba allí.

—Feliz cumpleaños... —le deseó Hans, intentando transmitir un sentimiento neutro hacia el marinero, pero se notaba perfectamente una muestra de agradecimiento en su rostro.

—Muchas gracias, Alteza. —agradecido por las palabras de Hans, el muchacho hizo una leve reverencia y se marchó. No parecían importarle las palabras del capitán, él seguía tratando a Hans como lo que era.

La noche cayó y los marineros acabaron agotados por la celebración, pero Hans seguía allí, observando las estrellas.

—El cielo está despierto. —se decía una y otra vez.

El único lujo que tenía la celda de Hans era una tenue vela que le aportaba un poco de luz y calor, pues a pesar de ser mediados de agosto, el frío estaba siempre presente en mitad del océano, sobretodo en la noche.

Hacía escasas semanas que aquel barco había zarpado de Arendelle, y el frío en pleno verano le hizo recordar a Hans lo ocurrido en el reino, lo que le trajo a su cabeza pensamientos desagradables hacia sí mismo de los que se quería deshacer cuanto antes.

Durante aquellos pensamientos, una gaviota se acercó a la celda; tenía mucho frío y lógicamente el calor había llamado su atención, y si allí había una gaviota eso quería decir que su destino no se encontraba muy lejos.

—¿Qué? ¿Tú también has venido a reírte de mí? —preguntó Hans, sabiendo perfectamente que el animal no le comprendía—. Porque si es así, ya te puedes estar largando.

El ave inclinó su pequeña cabeza con extrañez mientras observaba al príncipe para, poco después, acercarse a la luz en busca de calor, manteniendo una distancia prudente con el contrario.

—Mírame, hablando con un estúpido pajarraco, quizás me esté volviendo loco... más de lo que ya estoy. —se reprochó a sí mismo el pelirrojo mientras los remordimientos seguían haciendo mella en su conciencia al mismo tiempo que la gaviota continuaba observándolo, era un simple animal y no entendía las palabras de aquel humano, en ese momento solo entendía que quería un poco de calor.

Hans observó un resto de tela que yacía en el suelo, su función era envolver aquella botella que le arrojó el agresivo navegante varias horas atrás, al parecer no se lo había dado a Fedrick ya que había ido a parar a uno de los extremos de la minúscula estancia. No tardó en recogerla y observar que en su interior se hallaba un pequeño hilo de cordel, lo que servía para atar el tapón a la botella y así evitar que el líquido se derramara. Hans tenía muchos remordimientos atormentándole y decidió hacer algo, siendo plenamente consciente que no serviría para nada, pero al menos se sentiría mejor.

Cortó la tela para que quedara con el tamaño apropiado, sacó aquella pluma del interior de la chaqueta de su traje y se puso a escribir. No tardó mucho, era una simple frase:

''Lo lamento, Arendelle.''

Una vez terminó, dirigió su mirada al animal y cogió el pequeño hilo de cordel. El príncipe fue rápido y logró atrapar a la gaviota con éxito, lógicamente el animal comenzó a resistirse, estaba asustado ante aquella brusquedad. Con astuta rapidez y sumo cuidado, Hans ató la tela a la pata del ave.

—No me falles —le susurró al animal, justo antes de soltarlo y apreciando cómo se alejaba y perdía en el firmamento. Y allí quedó el príncipe, de nuevo en la absoluta soledad mirando las estrellas, repitiendo una y otra vez las mismas palabras hasta quedarse dormido–. El cielo está despierto.

Frozen: El príncipe de fuego.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora