15: Veámoslo un poco...con tus ojos

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Ramón subió al cuarto después de su charla con Federica, dicha conversación lo dejó un poco aturdido. Considerar la idea de irse a París le daba un ritmo frenético a su cuerpo empezando por la planta de sus pies y terminando en la punta de su último cabello en la cabeza.

Pero dicho acto como todos, traería consecuencias.

Hacerse la idea de dejar a sus padres atrás y solo mantener charlas a la distancia lo rompía por completo, no quería que ellos pensaran en él como un hijo desagradecido.

Y en él otro extremo de la sensación, Carlitos era protagonistas de sus dudas.


Al entrar en la habitación suspiró con pesar, como si todo mal saliera de esa respiración y lo dejara por fin en paz. Un bostezo se le escapó y volvió a sentir en una oleada todo el cansancio que llevaba en mente y cuerpo.
Al voltear a la cama, se preparó para recostarse y detuvo la acción al notar los ojos despiertos y atentos de Carlitos, observándolo sin vergüenza descambiarse.

Ramón sonrió instintivamente.

Estuvo a punto de cargarlo con alguna burrada comentando que lo había atrapado viéndolo de esa manera tan descarada, pero los labios de Carlos se movieron antes.

—¿Dónde fuiste?—

Ramón borró su sonrisa instintivamente.

—Salí a comprar... cigarros—eligió para decir con cautela de no sonar nervioso.

Carlitos posó su vista en la mesa ratonera que estaba ubicada a los pies de la cama, sobre ella había tres atados de cigarrillos sin abrir.

El morocho llevo ambas manos a su cabello y lo recogió hacia atrás haciendo notable su tensión.
Le molestaba que Carlos pidiera explicaciones, cuando el había salido a matar esa noche al padre de sus novias, y ahora él con el tupe más grande del mundo pedía un por qué.

—Salí a tomar aire Carlos.— escupió con notable molestia.

Carlos se enderezó desaciendose de las frazadas. —¿Y desde cuándo necesitas airesito vos?—le dijo con burla, pero Ramón conocía ese tono, era un tono siniestro que salía de él cuando se enfurecía.

Entonces Ramón camino con prisa por la habitación tomando con fuerza uno de los atados sobre la mesa, sacó uno y luego revolvió el paquete a un lado del suelo. Con movimientos bruscos lo prendió.

—¿Y vos desde cuándo salís a hacer pelotudeces sin decirme?—soltó analizando el rostro del menor, quién parecía inmune a toda la furia de Ramón.

Desde la cama se encogió de hombros y respondió—Mi pelotudeces seguro nos salvó las espaldas.—eso era, ninguna pica de remordimiento en sus ojos. El moreno sobre el suelo se estremeció por completo.

—¿Y qué le vas a decir a Marisol? ¿Qué le digo yo a Ana?—preguntó con franqueza.

Carlos no supo que responder, pero eso no lo hizo cambiar de posición, ni siquiera lo avergonzó no poder seguir la discusión. Salió de la cama y se sacó la camiseta roja a rayas que llevaba puesta. La arrojó lejos de su vista y se aproximó a Ramón.
Éste lo recibió con sorpresa pero con una seriedad intimidante, claro que poco efecto causó en el chico de cabellos largos, que lo miraba provocándolo. Sus labios estaban entre abiertos, de un rojo imposible Ramón sonrió que esa piel de allí lo llamaba. Se dió por ser incapaz de resistirse a los encantos de ese ángel. Y algo en él lo hizo retroceder dando un paso hacia atrás, a lo que Carlitos lo miró con toda la picardía pintada en sus facciones. Quizás en ese momento podría dar miedo, pero a Ramón no lo asustó en lo mínimo, lo excito a niveles insospechados.

Carlos movió lentamente su mano posandola justo delante de su miembro, dónde la dejó ahí elevada por segundos para la desesperación del morocho. Luego la movió rozando lentamente el jeans que protegía esa parte que pronto despertaba más en el cuerpo de Ramón. Sus vistas nunca se apartaron. Carlos al fin llegó a su objetivo, el cigarrillo que arrebato de la mano de éste para llevarlo a su boca.

Ramón lo vio colocar el pucho entre esos labios que le gritaban por atención, y suavemente le dió una pitada.

—No me vas a ganar...— le susurró Ramón, algo que pensó quizás en voz alta.

Carlitos sonrió otra vez más y Ramón colocó ambas manos en sus hombros, alejándolo, pero sin quererlo solo lo motivaba a seguir acercándose.

—Si vos lo querés...disfrútalo...—le propuso Carlitos a sentimetros de su boca.

Y Ramón cedió.

Bajó las manos por la piel desnuda de Carlos, dejándose llevar por lo que sus manos pedían, lo acarició con deleite y no se reconoció, no él Ramón que disfrutaba del sexo hetero y de los senos, ese se había ido muy lejos. Lo había arrojado el mismo por la ventana.

Carlos llegó a su boca besándolo por primera vez con iniciativa propia, él tampoco estaba seguro de continuar, esto era más que nada el momento a momento.

No llegó a analizarlo más, que Ramón lo arrastró hacia la cama, está vez no quedo abajo, sino encima de él.
Sus ojos lo buscaron y ahí lo encontraron. Debajo de él, mientras sus manos lo sostenían por la espada, él había quedado con ambas piernas en su cadera. Una posición que les permitió sentirse con más profundidad, pero los incómodo, por el echo de lo que posiblemente seguiría.

—No puedo...—se disculpó Carlitos, quién cerró los ojos todavía agitado.

Ramón lo escuchó, pero de igual forma lo besó con calidez. Intentó seguir con las caricias, haciéndole notar al otro que de verdad necesitaba tan contacto. Más por capricho que por otra cosa, necesitaba respuestas, necesitaba saber que hacer con su vida de ahora en más, si Carlitos lo había hechizado o si podía ir con total paz a París. Necesitaba verlo con otros ojos. Unos que no juzgarán como su Ramón común, uno que entendiera que el corazón mandaba y no la cabeza.

Pero Carlos se bajó de él abrumado, sin voltear a mirarlo, Ramón no supo que decir, solo lo vio encerrarse en el baño y quizás por desgracia o cosas de la vida, tenía una de tantas respuestas.

| El Ángel | Corazón ¿contento?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora