5: Terminemos / empecemos

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Ramón miró instintivamente a Carlitos con una seriedad que congelaría al mismo Ala, pero que obviamente no hizo reacción en el muchacho rubio que a su vez lo observaba desafiante.

—¿No vas a decir nada?—El hombre que minutos antes se encontraba alegre ahora parecía transformado en algo totalmente distinto.

—Puede ser que te hayas confundido papá—se hizo escuchar Ana, que de los cuatro jóvenes, fue la primera en reaccionar.—Además si así fuera que haría Carlos con él...-quiso hacer reflexionar a su padre.

Ramón endureció su rostro y de su vista sólo se alcanzaba a intuir ira. ¿De verdad estaba haciendo ese papel lamentable? Él, quién burló a tantos policías y robo a sus vecinos sin nunca levantar sospechas, no podía temerle a este patético tipo con barriga y peinado ridículo.

Antes de que pudieran poner sus ojos nuevamente en él, tomó de un arrebato el brazo de Carlitos y lo arrastró hasta las escaleras de la grada.

Carlos no puso resistencia, intentaba mirar a Ramón y decifrar que había en su mente. Era su verdadero deseo. Nunca quiso detenerse a pensar ni analizar que producía exactamente en el Ramón su Roberto Sánchez, ¿Podía decir que le pertenecía a él?

No, ni en sus fantasías más enterradas.

Y hasta hace poco tiempo podía manejar la situación, cualquier situación que incluyera al morocho. Verlo con Ana, con otros chicos del barrio, con Federica...

Pero ahora todo era incontable para él, y no entendía, necesitaba entender. Pero tampoco tenía idea, de que a su lado, el chico que ahora mismo lo arrastraba por el enorme campo de juego, estaba en la misma situación que él.

A lo lejos los gritos de las gemelas eran solo un motivo para seguir adelante, Ramón se había pasado pensó Carlos. Difícil sería que el hombre lo dejara ver a sus hijas nuevamente.
Sin embargo, lo que para cualquier otra persona podría enfadar, a Carlos le alegraba.

Porque que Ramón lo estuviera sosteniendo de la muñeca con tanta determinación en sus ojos, y fuerza en su agarre, demostraba al menos para él, que estaba nervioso, confundido y que explotaría en cualquier momento.
Porque Ramón no era como él, éste tenía conciencia de sus actos.

Una vez en el estacionamiento del predio, ninguno aún sin decirse nada, cayeron en cuenta de que habían llegado en el auto del padre de las chicas.
Sin pensar un segundo más, Carlos camino entre los autos estacionados y eligió uno, Ramón con una pierda tomada del suelo le dio al vidrio del volante unos cuantos golpes hasta que puedo abrirlo. Ambos se subieron como si nada pasará, y como si lo de recién allá en la tribuna fuera cuento se otro libro.
Pero Ramón exigía desde hoy su charla, y Carlos no podía escapar de ella.

Sacando un cigarro de su bolsillo, extendió su brazo hasta dejarlo tendido sobre el rostro de Ramón.
Éste abrió lentamente la boca y Carlos metió el cigarrillo para después prenderlo con el encendedor que encontró en algún lugar de su campera.

Sus ojos se conectaron sin dejar de buscarse desesperadamente, mientras Carlos prendía otro cigarro para si mismo. Ramón soltó el humo y arrancó el auto, para volver por la ruta.

—Ya sé que me vas a decir—

—¿Sabés?—hizo una mueca las cejas, un gesto común en Ramon.—¿Qué sabes vo?—

—Todo.

Carlos siempre podía responder de una forma en la que nunca te dejaba dudando con sus palabras, parecía estar completamente seguro de sus comentarios aunque realmente no les buscaba demasiada vuelta.

—¿Y qué es todo para vos?—pregunto Ramón con la voz en un hilo de silencio, no seguro de lo que preguntaba y no convencido del todo con si quería conocer o no la respuesta.

—Vos.

No lo miró, pero en su cabeza la figura de Carlos estaba intacta, como si fuera  capaz de decirle que le daba el mundo en ese momento y que al mismo tiempo no significaba nada. Así imaginaba el rostro de Carlos, intocable, puro e intacto.
Y no lo pensó más, frenó el auto y ambos hicieron un brusco movimiento hacia adelante. Ninguno llevaba cinturón.
Se acercó a Carlos tan rápido y violento que éste no lo vio y lo próximo que pudo sentir fue los labios de Ramón en los suyos.
Quietos, disgustandose lentamente, las manos de Ramón lo tomaban suavemente por las mejillas, y el estaba inclinado en su silla en la misma pose en que lo recibió con sorpresa.

—Siempre tan personaje vos— le dijo Ramón una vez que se separó de él, Carlos lo observó, y después de unos segundos levantó los hombros en un gesto de despreocupación acompañado de su sonrisa más grande.

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Créditos al creador de la foto.

| El Ángel | Corazón ¿contento?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora