9: Corte final

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"A través de las lentes de ojo de pez    

de unos ojos bañados en lágrimas"

Ramón se sintió débil frente a la mirada de él, y por un momento flaqueo. Leves gotas de sudor caían en su rostro, y sus ojos aguados cristalizaban dolor.
Llevó su brazo al volante y piso el acelerador, apartando abruptamente la mirada de Carlos. Manejó sin pensar donde ir, con la mente llena de voces y el corazón confundido.
Si podía entregar todas las emociones que ahora mismo le atravesaban el cuerpo lo haría sin dudar, si podía enterrar esa debilidad que lo avergonzaba lo llevaría a cabo. Pero no podía, no había escapatoria del corazón.

En la plaza, Carlitos y su semblante preocupado dejó desorientada a Marisol, que no entendía muy bien lo que estaba pasando.
Su novio no la miró, mantenía la mirada perdida hasta luego depositarla en el suelo, pensando quién sabe que cosa. Pero se veía frustrado. Un nudo en la garganta capturó a la chica, que cada vez se sentía más lejos de él, sin poder evitarlo, lo tenía cerca pero lejos, cada día más lejos.

Al fin cuando Carlos la miró le dio una media sonrisa nostálgica y la saludo con la mano para después decirle que tenía que volver al departamento.
El muchacho de rulos atravesó la plaza caminando, sin tomar la moto con la que había llegado. Cómo es sabido, poco le interesaban a Carlos las cosas materiales. En ese momento, solo Ramón invadía su mente.

"Apenas puedo definir la forma de este momento en el tiempo
Y lejos de volar alto en cielos claros y azules"

Carlos abrió la puerta de la habitación, observó el interior sin entrar, con la mano aún sosteniendo el picaporte, pero no lo encontró.
Cerró sus ojos por segundos y pensó en ir a buscarlo a casa de sus padres, pero inmediatamente borró esa idea. No quería verlos.
Entonces lo esperaría en el bar dónde siempre frecuentaban.

Al otro lado de la ciudad o en algún punto determinado lejos de allí, el morocho seguía conduciendo con un aura feroz, estaba completamente furioso. Pero no tenía idea de por qué, solo quería un buen trago y un cigarro de calidad, no de tabaco.
Condujo toda la tarde y oscureció para cuando se dio cuenta ya estaba volviendo.
Sostener la vista en el camino le costaba, y respirar se le hacía cansador, estaba harto, de su vida, del hurto, de sus padres, de él.
Cuando él llegó nuevamente a su cabeza, como un flash enceguecedor sintió una extraña molestia en el pecho, recordó sus ojos siempre mirándolos con atención, su cabello nunca domable, y sus labios siempre pareciendo buscarlo. Para cuando frenó el coche, un portón rojo y exótico con una apariencia poco vista se exhibía  frente a él. Tocó bocina y salió un hombre barbudo de mediana edad vestido de traje.
El hombre lo miró confundido por el foco de las luces altas y atajando la intensa luz lo reconoció.
Lo hizo pasar y para cuando ya se encontraba en el lobby Federica se hizo presente bajando una de las escaleras de la extraña decoración de la mansión. 

El hombre vestido de bata roja de seda le sonrió fugazmente, pero Ramón solo lo miró con una expresión neutra.

—Mi hombre de hierro...—le llamó el de bata acercándose provocadoramente.—te esperaba.

—Me hice un tiempo y vine...—mintió Ramón, quien sentía que ahora mismo se encontraba allí más por enojo que por deseo.

—¿Venís?—lo agarró Federica de un extremo de la campera, tirando del cuero y obligando a Ramón a dar un paso en bruto hacia delante.

Ramón lo siguió sin despejarle los ojos de encima, entraron en la habitación donde habían compartido cosas demasiado íntimas un par de veces, las suficientes para que fueran incapaces de olvidar.

| El Ángel | Corazón ¿contento?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora