11: Recuerdos intocables

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La voz gadeante de Carlos pronunciar su nombre lo sacudía de un modo impensable, lo enloquecía la idea de que ese ser le perteneciera a alguien más, como a Carlos le aterraba que la atención de Ramón sea robada por otra persona que no sea él.
Pero en este instante, en ese cuarto de paredes antiguas y fuertes, quedaría para siempre impregnado el deseo y el cariño que rara vez los asesinos sienten, si es que lo sienten.

La escensia de Carlos era abrumadora, todos sus encantos nutrían a su personalidad y su alma era un misterio que resultaba peligrosamente oscura.

El cuerpo de Ramón aún mantenía aprisionado su cuerpo debajo de él.
Las caricias que le daba Carlos en el cabello, sin ser demasiado demostrativas eran más bien con torpeza.

No conocía la sensación de estar con un chico, pero no le disgustaba.

Ramón por su parte había encontrado el ritmo justo logrando que el de rulos respire agitadamente. Presionando en la entrepierna de Carlos, buscaba con delicadeza su boca mientras su mano hacia el trabajo.

Carlos quiso decirle algo, queriéndole comunicar de alguna forma que no parara, que estaba bien y no sentía disgusto por aquello. Pero luego se quedó con la idea de que el otro ya lo sabía.

Pero aún así Ramón paró.

Carlos volvió a abrir los ojos y se levantó con lentitud quedando en frente del morocho, quiso objetar pero callo al verlo quitándose la remera.
Una vez libre de la prenda se acercó sonriente a él y le levantó la suya, Carlos levantó los brazos ayudándolo a lograrlo con más facilidad.

Una timidez desconocida que nunca absolutamente había sentido en su vida, se apoderó de él cuando Ramón lo observó penetrándolo con solo la mirada, que automáticamente cambió a una de deseo total.

—No me corras la vista Charlie Brown...— le susurró éste con voz grave.

Carlos se mordió el labio y le dio la mirada más adecuada que encontró.
Pero había una verdad en sus ojos, y Ramón la percibió de inmediato.

No sabía hasta dónde sería capaz de llegar.

El morocho besó su mejilla, y acarició sus rulos. A Carlos lo embriagaba la masculinidad de Ramón, siempre le habían pintado que dos chicos juntos eran todo lo femenino posible, pero mierda, en Ramón todo era masculino y sensual. No importa si lo besaba o le sonreía, siempre sería notable su hombría.

Su impulsividad le ganó a la timidez del momento. Y se lanzó a los labios agenos con una dulzura feroz. Volvió a ser el de siempre, solo que ésta vez lo estaba disfrutando como nunca.

Ramón volvió a tocarlo, quitándole un suspiro como una especie de ronquido grave, él también dirigió su mano al pantalón de éste, y al no rechazarlo desabrochó el cierre.
Una sonrisa se formó en su cara al comprobar que Ramón estaba quizás más duro que él.

—Mira vos...de Roberto Sánchez—

Ramón no sé río por completo del comentario, pero llevó su cara al cuello de chico y lo mordió suavemente. Éste se recostó nuevamente.

Los ojos de Carlos estaban fuertemente cerrados, en los gadeos finales, su cuerpo se retorció al sentir los espasmos del orgasmo.
Estiró la cabeza hacia atrás dejando su cuello libre, gadeo una última vez corriendose en la mano que sostenía su miembro. Ramón siguió subiendo y bajando pero Carlos apoyó instintivamente la mano sobre la suya indicando que se detuviera ya que la acción se había vuelto dolorosa después de venirse.

Mientras se recuperaba y su respiración se normalizaba Ramón lo beso con brusquedad, ésta vez no era un beso de dulzura, sino uno de necesidad. Ramón tomó su propio miembro y empezó a masturbarse para terminar en segundos llegando a correrse.
Cayó tendido al lado de Carlos, con los ojos entrecerrados, admirándolo. Movió varios rizos de su frente y encontró los ojos azules observándolo con paz, su semblante se acomodó también volviéndose relajado.

Mirándose a la poca luz de la lámpara y la escasa luz de la madrugada, llegaron a él los recuerdos de los últimos días, las peleas con su padre, las riñas con Carlos y las gemelas, el dolor de cabeza de tener que escapar.

Y pensó, que si Carlos lo valía.

Pero cuando el nombrado se acomodó en su pecho sacándolo de aquel transe abrumador, las ideas se fueron completamente y solo se limitó a pasarle un brazo por la cintura.

Pensaría en eso mañana.

| El Ángel | Corazón ¿contento?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora