14: Viviendo en negro

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El silencio se escapaba de la noche a medida que esta se desvanecía, y allí en el fin, él chico de cabellos morenos se abatia, sentado en un sillón fino esperaba.
Toda su preocupación y su vida estaba reducida en esas cuatro paredes, vio rebotar sus miedos, viniendo y yendo una y otra vez hacia él, como un puñal punzante que desataba miles de sensaciones.
No conocía el cielo, y temía pisar el infierno. Y lo que más lo destruía sin piedad, era saber que Carlos no le temía a nada.

Miró hacia la ventana, esperando encontrar la luna y en ella una compañía tibia. Pero ésta ya se encontraba fuera de su vista, el sol venía cargado y reclamaba su turno, el eje de las cosas temblaba en sus ojos y él, enloquecía a su merced.

Temió en su alma, que Carlos no llegara nunca.  Palideció ante tal pensamiento, y lo reprimió a una velocidad audaz.

Escabullido en el sabor del cigarrillo, quizás el número treinta y tres de la noche, no notó el sonido de la llave girar en la cerradura de la gran puerta. Respiró profundo cuándo oyó leves pasos, movió su cabeza solo para dejarla gacha, sin querer mirarlo.

Y el fuego acumulado dentro suyo fue más, todas sus caras se fundieron en una y su alma saltó dichosa y enérgica, de tenerlo de vuelta.
Entonces lo miró, primero despacio sin prisa, luego desesperado analizando su silueta brillar sobre los primeros rayos del día.

Él estaba ahí, parado frente suyo, y era la pintura que ningún artista sería capaz de crear en toda la existencia del mundo. Todos sus encantos se mezclaban con el amanecer maravilloso que los envolvía y en cierto punto los consolaba.

Los ojos encantadores de Carlos le devolvían el aliento, sin dejar de mirarlo él también le sostenía la mirada. Sin llamarlo o sin poder pedirlo si quiera, se acercó con una calma suplicante hacia él.
Ramón no reaccionó, sus piernas estaban inmóviles, los párpados le pasaban y la cabeza le retumbaba.
Pero levantó su mano extendiéndola hacia su acompañante.

Carlitos la tomó rápidamente, la suavidad de ésta llevó a Ramón a una empalagosa fantasía. Dónde no eran ladrones, tampoco libres como sí lo eran ahora, pero al menos, estaban juntos hasta el final, nada los separaría.

La mano libre de Carlos lo tomo de la mejilla con una calidez alcanzada, que lo sacó de dicho sueño y le devolvió la respiración, estaba allí, con él, otra vez.

Entonces volvió en sí y todas las sensaciones que rondaban antes sueltas en la habitación se disolvieron. La fuerza volvió a ser suya y se levantó con rapidez acercando a Carlos hacia él, tomándolo del cabello con suavidad, abrazándolo sobre su pecho.

El chico cerró sus párpados fundido en el perfume del morocho.

Sin prisa, Carlitos se soltó del contacto, y caminó hacia la cama que aún estaba tendida. Se montó en ella, quitándose el calzado en el camino, Ramón lo siguió.

Carlos se envolvió entre las frazadas y se acobijo en la almohada que parecía llamarlo a gritos. Ramón por su parte hizo la misma acción.

Perdidos en la mirada del otro, la oscuridad les pareció encantadora. Rostro frente a rostro, se miraron olvidándose hasta del nombre de cada uno.
Ramón supo lo que Carlos había salido a hacer, y le pareció que nunca temió más de él mismo, porque se encontró con el sentimiento de sentir, que no le importaba las acciones del rubio.

Quizás ésta era su vida más macabra, quizás pagaría en todas las demás. Pero solo quizás, y quizás no, porque realmente no creía en las cuentas que el universo pudiera hacer, porque Carlos creía solo en lo que nadie más se atrevería a creer.

La sensación de sentir un mechón de su cabello siendo tirado lo estremeció, por primera vez desde que salió de ese cuarto. Ramón tiró con suavidad de otro mechón, y así de unos cuantos, mientras él lo miraba atento a sus caricias.

—Antes de chiquito tenía el pelo más colorado...— le dijo en un susurro, con la voz de un niño.

Ramón le prestó atención para luego sonreír.

—¿Por eso te enojas tanto cuando hablo de tu pelo?—le preguntó Ramón interesado en la respuesta.

Carlos no tuvo que pensar demasiado en qué contestar, porque como siempre, diría lo más sincero.

—Lo odio, pero está bien, porque es como el de mi mamá...—dijo con calma más concentrado en un lunar en la cara de Ramón que en sus palabras.

Ramón se acercó para depositar un beso en la comisura de sus labios, dejándole toda la ternura del mundo en un simple rocé.—Dormí rubio.—

Carlos lentamente cerró los ojos, dejando un semblante profundamente relajado.

Pero Ramón lo observó dormir, y pensó en su vida, en lo que era antes de conocerlo. Y se sorprendió porque supo lo mucho que había cambiado este último tiempo gracias al personaje que ahora dormía a su lado.

Luego de un rato tocaron la puerta, se levantó con lentitud temiendo despertar a Carlos. El servicio del hotel le informo que tenía una llamada en espera. Cuando Ramón bajó y tomó el tubo entre sus manos, mordió sus labios con nerviosismo al escuchar "estoy yendo para allá.”
De la conocida voz de Federica.

Entonces no subió de nuevo al cuarto, lo esperó en la cafetería pudiéndose un café. Esperaba que eso le quitara un poco el sueño, no solo para despabilar, sino también para que Federica no notara su cansancio.
Porque sabía que iba allí para darle las gráficas noticias que habían tenido lugar por la noche. Y él no podía parecer un zombie que no había dormido nada, porque el otro sospecharía. Tal vez no de él, pero si de Carlos. Porque siempre había querido alejarlos.
Y se preparó mentalmente para lo que sería la conversación, repasando que diría y amoldándose bien para poder fingir.

No pasó mucho que Federica entró al establecimiento, sería imposible no verlo. Su extravagante vestimenta lo delataba donde quiera que valla y su forma de caminar no podía pasar desapercibida para nada.
Sonrió al verlo, a lo que Ramón saludo con la mano, seco.

El hombre se sentó en la silla libre frente a él, Ramón no lo miró directamente, el tipo lo notó e hizo una mueca de resignación.

—¿Cansado he?—

—Llegué ayer y no llegué a dormir mucho acomodando y eso..—mintió y esperó que el otro no insistiera.

Federica asintió comprendiendo, parecía no sospechar. Se dió una pausa para hablar mientras mecía las manos con nerviosismo sobre la mesa.

—Anoche, entraron a la casa de Alberto Gómez...—Ramón reconoció el nombre como el padre de su "novia" y fingió interés siguiendo las palabras del tipo.—no se llevaron nada, pero...lo mataron a sangre fría.

Instintivamente al escuchar la última frase cerró los ojos y bajó la cabeza para después levantarla con rapidez.
Federica lo examinó y vio frustración en su rostro, hizo una mueca mientras seguía observándolo sacar un cigarrillo de su campera para después prenderlo.

—¿Vas a decir algo?—le dijo el hombre con un tono como compasivo, que hizo recordar a Ramón a su padre.

Pero dándole otra pitada al pucho para soltar el humo respondió —nos quedamo' sin suegro—el tono con picardía y la mezcla de humor negro enfureció levemente a Federica.

Éste negó con la cabeza y luego tomó una mano de Ramón apoyada sobre la mesa, el morocho se sorprendió y miró hacia alrededor comprobando que nadie los viera.

—Vení conmigo a París, podés trabajar en lo que te guste allá y con más posibilidades...—

Ramón no supo que decir, pero comprendió en la situación en la que estaba, él era un ladrón escapando contra la corriente, que pronto tendría más motivos para escapar si Carlitos seguía el camino que ya estaba dibujando. Pensó en irse lejos, en un país completamente diferente y rico en muchos sentidos.
Y luego una sonrisa conocida abatió todas sus ideas, esa sonrisa lo atacó con fuerza atándolo a la tierra. Regresando a aquel hotel. Luego una voz, después un cabello rizado y su piel. Pero no quería seguir viviendo en negro.

—¿Y cuando nos iríamos?—preguntó viendo la sonrisa de Federica crecer.

| El Ángel | Corazón ¿contento?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora