22: Madre de toda maldad III

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No quiso oír más palabras pronunciadas con tanta rabia, tenia las suyas atoradas en el pecho incapaces de salir de sus labios. Giró rápidamente y emprendió una larga corrida hacia su casa. Dónde efectivamente terminaría llorando en su almohada, presa de las preguntas sin fin de su hermana, y lo peor, con el corazón en las manos, mientras lo miraría desangrándose y pudriéndose a la deriva.

Toda sensación de cariño se volvió peligrosa en su alma mientras el miedo le atravesaba la piel convertido en electricidad. Quiso llamarlo, pedirle alguna explicación al menos. Necesitaba oírlo de él, negándolo. Y en la peor situación más catastrófica. Oír aceptarlo.
Entonces todo cuadró, toda pieza se armó en un extraño y macabro rompe cabezas que terminó dándole todas las respuestas que alguna vez se hizo.

Entendió el tiempo que estaba ausente, cuando nadie tenía rastros de él, a veces ni siquiera sus padres. Entendió tantos regalos que siempre aceptó con gusto, sintiéndose especial para él, otra vez su corazón saltó en la palma de su mano.

Lloró sin consuelo, en los brazos de su hermana, idéntica a ella pero muy distinta en cuestiones de personalidad. Ella nunca se fío de Carlos, en cambio como una ilusa, ella se encontraba totalmente en las redes del chico.

Sucesos extraños que quedaron al aire en su momento, tuvieron compresión una vez que los analizó meticulosamente. Ya totalmente devastada decidió encararlo.

—¿Estás loca? ¡Déjalo en paz! Es mejor tenerlo lejos, si lo que dijo Marcos es verdad-

—¡Lo que dijo ese pibe no se sabe Ana! Y el es un metiche de mierda, mira si lo voy a poner por encima de Carlitos.—dijo con determinación, sin embargo, dentro suyo esas palabras temblaban.

—Marisol...me da un poco de miedo esto, tenemos que tener una seguridad, alguien que nos respalde en caso de...—

La chica miró a su hermana callar y meditar si largar la última frase o no, la miró con atención y abrió los ojos incitándola a decirlo.

—Qué Carlitos nos haga algo por saberlo.—

Marisol se quedó sin aire, la respiración le falló a ser consiente de esa posibilidad, pero a decir verdad, ella nunca había temido de él, ni siquiera ahora.

Entonces ideó un plan tan rápido como pestañeó fingiendo aflicción, tomó la mano de su hermana y prosiguió a cumplirlo.

—Mejor no hagamos nada, cuando venga no le abro y listo. Es mejor alejarlos, así vamos a estar seguras..—

Ana asintió sintiéndose aliviada de la decisión de su hermana, no comprendiendo la actuación y estando segura de que esta no haría alguna locura. Quizás, la telepatía de gemelas no existía realmente, porque esta vez, no funcionó.

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La adrenalina que su cuerpo manejaba le estaba dejando la mente seca, la incertidumbre de no saber si lo que hacía valía la pena la estaba consumiendo. Y el temor la sostenía entre sus piernas y la sentaba con fuerza en la locura del amor. Sobre ese banco. En la misma plaza dónde solía verlo, lo citó.

Después de deshacerse de su hermana llamó a Carlos, le habló como si nada, o lo intento al menos. Él por su parte no pareció notarlo entonces eso la tranquilizó.
Temió por momentos conocer la verdad, y tuvo que contener las ganas de salir corriendo de allí mismo.

Lo vio acercarse y sus piernas reaccionaron inmediato, parándose y tomando una postura indefensa. Él se acercó sonriente y a ella se le derribaron todas las defensas, flaqueó ante sus encantos y el amor que le profesaba. Y se sintió inútil por ponerse ella misma en peligro.
Lo miró a los ojos con dolor, mientras esté la miraba con atención, esperando que empiece la charla que le había dicho tendrían.

Carlos tan inteligente como no, pronto cambio su expresión y su postura corporal se puso a la defensiva. Comprendió en ese momento que a la chica le habían llegado ciertos rumores que hace días recorrían en barrio, y de los que él y Ramon estaban al tanto.

Suspiró con frustración, y buscó los ojos de su novia. No los encontró, ya que estos contenían lágrimas acumuladas, ella decidió apartar la vista escondiéndola bajo su cabello.

Él no la forzó a mirarla. Simplemente hizo un gesto con el cuerpo como si se balanceara, y cayó sentado en el mismo banco en el que ella lo esperaba hacia rato. Marisol agradeció la accion, ya que creyó que él posiblemente podría irse sin intentar hablar con ella, ya que él odiaba tener que dar explicaciones.

Entonces se sentó a su lado, a cierta distancia, seguida por sus ojos calculadores que la observaban sin preocupación.

—¿Quién te dijo?— preguntó él cortando el silencio.

Marisol estuvo a punto de responder cuando entendió que sería mejor no dar nombres, sólo se encogió de hombros buscando valor para hallar su voz.

—¿Me tenes miedo?—Preguntó él una vez que comprendió que ella no hablaría, y su pregunta salió de lo más profundo de él, queriendo conocer los sentimientos de la chica.

Marisol lo miró por primera vez. Y en sus ojos encontró la determinación de una chica decidida a terminar con sus dudas.

—Decime vos eso. Asegúrame que no tengo de que tener miedo.—respondió sin titubear ni siquiera una palabra.

Él se encogió de hombros, sin alterar sus facciones lucía tan tranquilo como siempre, cosa que casi hizo rabiar a la chica. Y se preguntó internamente como ese ser había llegado a su vida, y a este mundo, cuando él parecía tan ajeno a todos y a todas las cosas que eran normales.

—No se, si tengas que tener miedo o no.—dijo con sinceridad.—Pero se que no me perdonaría hacerte algo a vos.—

Marisol fue atravesada por varios, no, miles de oleadas de calor, alojándose en el interior de su alma y sacándole una sonrisa de gusto y alivio. Pero luego Carlitos la miró, y vio al ángel que cayó del cielo, echado por ser un demonio.


"El demonio es rubio y tiene ojos azules, oh señor, el demonio me parece encantador." Frida Kahlo.

| El Ángel | Corazón ¿contento?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora