19: Empezando el juego.

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Al oír aquellas palabras dichas por su padre con tanta frialdad, su respiración se dificultó. Divisó el rostro de Carlitos y lo aterró la firmeza de éste, sin una pizca de humanidad en ellos, sus ojos estaban desolados y no transmitían nada más que pura oscuridad.

Otra vez la idea de que Carlos atentara con la vida de su padre se hizo presente. Está vez la situación le quedaba grande, no había escapatoria de lo trágico que podía ser el destino.

Entonces tomó por primera vez una decisión por su cuenta sin tomar en consideración a su padre. Se paró y la firmeza que marcó en sus movimientos hicieron que los dos individuos que lo miraban expectantes cortaran el cruce de miradas peligrosas.

Se detuvo frente a Carlitos creando una barrera entre ambos, y José no lo detuvo, sino que lo observó como espectador. Carlitos lo miró sin ningún sentimiento de por medio, parecía completamente poseído por esa faceta destructiva que explotaría en cualquier momento. Pero él lo caso del brazo tragándose toda sensación escalofriante que le transmitía, y lo condujo hacia la entrada.

Se subieron al auto sin hablar, totalmente ajeno al otro, y cuando Ramón arrancó el auto Carlos lo detuvo con una mano.

—Carlos, se que estás enojado per-

—Tu viejo me amenaza con entregarme y después huir como un ladrón ¿y lo único que tengo que sentir es enojo?—le dijo con la ira a flor de piel, su voz se había agravado y en ella no se apreciaba nada bueno.

Ramón lo miró con cierta comprensión, y rogó que si el Carlitos de rulos rebeldes y ojos dulces estaba allí en alguna parte, también sintiera comprensión por él.
Lo tomó de la mano, acercándose primero con cautela, esperando no ser rechazado. Pero éste no corrió su mano, la dejó ahí inmóvil y Ramón comprobó lo tenso que estaba.

—No voy a dejar que haga nada, nunca Carlos.—Le prometió.

El rubio asintió resignado, haciendo una leve pausa en todo su día fatídico. Y espero que Ramón condujera a algún lugar apartado sin gente.

Cuándo éste tomó una camino dónde no parecía haber gente, habló.

—Frena acá.—

Ramón obedeció con desconcierto atento a lo que Carlitos pudiera hacer, desconfío de él y todo se derribo dentro suyo cuando el otro se acercó y lo besó cálidamente. Sin mover demasiado los labios, Carlitos junto sus bocas y comprendió por primera vez, que lo que quemaba dentro suyo siempre que estaba con el morocho, no era fastidio ni cansancio, ni siquiera fuego o pesadez. Era cariño. Si, así quería nombrarlo. Aunque supiera que la palabra quedaba muy pequeña para esa sensación.

Ramón sonrió una vez que se separaron, él era un chico sencillo y con ideas a veces torpes, como la actuación y el canto. Pero Carlitos le parecía todo lo contrario, era alguien que solo conoces una vez en la vida, si es que tenés la suerte. Tan extraño era, que fascinante no podía describirlo siquiera.

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—Tranquilo...—le susurró Ramón con un cariño que logró darle alivio al de rulos.

Carlitos suspiró e intentó distraerse con otra cosa, como los besos o las caricias, entonces lo miró suplicante.
Ramón comprendió, y en vez de observarlo como estaba haciendo hasta ahora con tanto gusto, comenzó a besarlo dejándolo respirar cuando debía, para que pudiera relajarse y olvidar un poco el dolor de allí abajo.
Carlitos dejó su boca para esconder la cara entre el pecho desnudo de Ramón, se apretó los labios al sentirlo completamente dentro de él.

—¿No podés ser más cuidadoso?—le reprochó con la voz entre cortada.

Ramón reprimió una risita debido a lo tierno y gracioso que se veía Carlitos luchando con aquella molestia.

—Podemos dejarlo para otro día.—le dijo con cariño el morocho para retroceder un poco separando el cuerpo del suyo.

Pero Carlitos lo acercó con rapidez nuevamente hacia él y volvieron a abrazarse envolviéndose en un calor corporal que hacia el ambiente más caluroso.

—¡No!—le dijo más alto—¿no ves que puedo?—le preguntó con cierta frustración y Ramón le pareció lo más comico-tierno del planeta.

Ambos aguantaron así varios minutos hasta que Carlitos perdió toda sensación dolorosa, pasando al placer inmediato. Ramón le susurró provocadoramente qué quizás debían hacerlo más seguido para que dejara de dolerle.

Carlitos le arrojó una colilla de cigarro prendida y no hablaron más del tema.

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La noche se acercaba y él debía ordenar la habitación para que no hiciera falta que la mucama de la pensión entrara, y no tener todo el trabajo de esconder las armas y el dinero de su alcance.

Carlitos aún dormía, su cuerpo había quedado agotado. Pronto llegaría la noche y ambos tendrían que salir a vivirla, como ellos hacían. Sin respetar lo privado y lo propio, porque en su diccionario no estaba ninguna palabra de esas.

Cuando Ramón salió de ducharse aún sin vestirse, se sirvió un trago de wisky, al apoyar la botella sobre la mesa su mirada descubrió el teléfono que aún no había conectado desde que volvió al pueblo. Se acercó con pereza y conecto el aparato.

Preparado para cambiarse escogió una camisa de su bolso y se la puso, pensó en despertar ya a Carlitos cuando el bendito aparato sonó.

Bufó con molestia pero atendió.

—Hola—dijo secamente, y no por el wisky.

—Hola amor, hace como una hora que te estoy llamando cielo—la voz de su madre parecía cansada.

—Me olvidé de conectar esta mierda. ¿Que pasa?—le dijo sin mucha atención.

—Tu papá quiere que vengas ya. Solo.—la última palabra lo introdujo a la conversación con un creciente interés.

—¿Y porqué solo dice?—desafió. Si su padre quería jugar, jugaría.

Escuchó suspirar a la mujer del otro lado.—La mamá de Carlitos vino hoy, nos denunció Ramón...—

A Ramón se le cayó la toalla y colgó rápidamente sin molestarse en volver a taparse. Solo con una camisa puesta  y el resto de su cuerpo desnudo volteó hacia la cama, dónde Carlitos dormía como un ángel.
  

| El Ángel | Corazón ¿contento?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora