27: Brillo metalico

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La incertidumbre viajaba tras las paredes de la casa, el silencio se volvía insoportable, sumado de una tranquilidad desesperante que nunca creyó no aguantar. Y así pasaba sus días, como si fueran completos desconocidos, Carlitos volvió a su rutina de aparecer muy poco en el hogar. Ella y su marido discutían constantemente. Y ángel se les escurría entre los dedos.

Lo único que tenia a su Merced eran fotos, lindos recuerdos y malos pensamientos. Derramó una lágrima que parecía la ciento y mucho. Parecía una madre paranoica, sus amigas solían decirle "nena a todos se nos van los hijos, es una etapa que siempre llega." Pero no, el problema no era que Carlitos se haya mudado. El problema eran sus incansables dudas que la asechaban creándole suposiciones atroces.

Cuando se las comunicaba a su marido, éste entraba en un estado sereno y gris. Ignorando el tema y esquivando la verdad que ambos sabían. Uno con más certeza que él otro, pero al fin y al cabo sabían.

Los rumores habían corrido siempre por el barrio. Que Carlitos no era nada parecido a su padre, por lo tanto no parecía hijo de él. Que la mujer alemana tenía un hijo incontrolable, quizás por la descendencia. Ja, al fin el muchacho se fue de casa, esa casa lo agobiaba claramente.

Sufrió casa uno de ellos, en silencio. Acostumbrada a los patéticos rumores creados en un barrio chismoso de que ella también formaba parte.

Entonces recordó los primeros indicios, los que si no los hubiese dejado pasar podría haber evitado algo. Cuándo Carlitos aún estaba en primaria y era expulsado de las escuelas dónde ingresaba a pocos días por mal comportamiento y disturbios. Si tan solo hubiese prestado más atención allí, si hubiese dejado los típicos pensamientos y no haber oído a terceros. "Solo le hace falta un hermanito, se siente solo." "Ustedes no le prestaran la atención necesaria." "Es obvio que quiere llamar la atención por algún motivo."

Cuándo lo envió al reformatorio porque su marido harto lo anotó sin antes consultarle a ella, recibió una llamada al segundo día. Luego volteó hacia la puerta y ahí estaba Carlitos. Que se había escapado. Entonces, en el marco de dos padres que no tenían idea de cómo lidiar con su hijo, sufrirían de por vida.

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—¿Me vas a decir que te pasa?—le preguntó ya cansado del silencio que se había vuelto habitual entre ellos, con mucha tensión y rabia en el medio.

Recibió la mirada congelada de un ángel próximo a la oscuridad destructiva qué la luz eterna. No pestañeó, se dedicó a ofrecerle una mueca helada de disgusto seguida de una leve movida de sus rulos rebeldes que le alcanzaban el rostro y casi le tapaban la vista.

—Si no me decís no entiendo, Carlos.—habló con claro enojo que no pasaba a mayores de la frustración.

Allí en ese pequeño "berrinche" parecía un niñito enfadado por perder un globo o ensuciar su caramelo, era tierno y escalofriantemente seductor. Ramón aguantaba demasiado a su lado, encantos que hacían caer hasta a las barreras más sólidas.

-Me rompe las bolas que siempre esté Miguel acá.—habló a final con la voz enroscada en enojo.—y cuándo no estás, se la pasa hablando de vos como si fueras el único tema en el mundo para charlar.—prosiguió con fastidio adoptando una pose poco discreta en ira.

Daba gracia verlo así, con todo y sus gestos. Sin embargo al morocho no le causó ni en un pelo de ceja. Decidió ignorar el tema. Y hubiese funcionado, de no ser por la repentina acción de Carlitos marchándose sin decir palabra alguna de despido.

Ramón suspiró con cansancio, no solo físico sino mental, parecía que hoy también se la pasaría de bar en bar con chicas a sus rodillas intentando olvidar un poco el estrés del "hogar".

| El Ángel | Corazón ¿contento?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora