26: Gelidos espíritus de hielo

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Estaba completamente cansado, la noche anterior no había logrado conciliar el sueño. Extrañas pesadillas lo acosaron dónde el sueño pasaba de ser calmo a subir de tono con horrorosas imágenes que ni comprendía, poco recordaba de aquellas visiones, sin embargo la sensación de terror permanecía en su cuerpo.
Y así se durmió sin notarlo preso de una increíble paz que atajó durante el camino. Tendido sobre el asiento trasero, Ramón había dejado subir de copiloto a Miguel. Sin darle demasiado interés subió al auto con la cabeza puesta en el robo programado.

Cuándo Miguel lo asustó de muy mal gusto haciéndole creer que ya era hora y el camión que transportaba leche se acercaba, brincó del susto al oír tal gritó que lo despojó de su tranquilo sueño. Las risas de Ramón y el nombrado le retumbaron en la cabeza e hizo una mueca de molestia. Quién era el idiota para entrar en tanta confianza con él.

La agudeza de su vista lo percató de inmediato de que el hombre robusto tenía una segunda arma debajo de su asiento. Sin perder un segundo se preparó para el golpe y alzó las suyas a la altura justa para empezar un tiroteo para nada de principiantes. Disparó una vez causando un sobresalto en Ramón y Miguel que se agacharon instintivamente. Así continuo disparando seguido de los mismos disparos provenientes del hombre que parecía no ceder ante los ladrones. Al fin uno de los tiros dió en el pecho del hombre, el segundo. En su cabeza.
Carlitos guardó sus armas y regresó al auto.




—¿A dónde vas?—le preguntó frente los ojos atentos de Miguel, que seguían los gestos de ambos como si los estuviese estudiando en un trabajo arduo.

La incomodidad en el ambiente fue inmediata. Ramón ojeó a Carlitos y no respondió sino después de varios minutos. No halló respuesta discreta, no quería decir ante ninguno que iba a encontrarse con Federica.

Pero Carlos entendió. Miguel bebió su trago e intentó hacerse el desinteresado.

—Voy con vos.—se oyó decir a Carlitos mientras se incorporaba de la silla y recogía sus armas de la mesa. Poniéndose la campera salió antes de Ramón, quien lo miraba con seriedad.

Así salieron juntos con el silencio tendido a flor de piel, la rabia quizás escondida, pero al fin en algún lado que ninguno supo localizar. También sentían deseo. Mucho. Que inútilmente no lograban expresar por el otro. Así lo suyo nunca llegó a lo concreto, era algo de un día que volvía a aparecer al otro día siguiente. Algo que podía llevarse el viento y no podía escaparse de sus mentes. Sus corazones secos, parecían bombear sangre solo cuando sus miradas brillaban por los ojos ajenos. Sus cuerpos al estar juntos, les aseguraban que se pertenecían.

Pero las personas a veces no comprendemos lo que nos hace bien, y elegimos a base de rabia, rencor y dolor.

Se subió al auto, pero Ramón se quedó parado observándolo mientras disgustaba un cigarro. El clima estaba frío y la reciente noche era ventosa y costaba hacerle frente.
Carlitos bajó la ventanilla.

—No voy a ir con vos.—le dijo directamente mirándolo a los ojos, casi devorándolo con su mirada marrón.

Carlitos se encogió de hombros.—¿Por qué no?—preguntó con una inocencia temible, y ahí estaba, volviendo a ser aquel niño que no sabía jugar con el juguete que tenía en sus manos.

—Porque vos no lo queres, y el a vos tampoco.—la respuesta fue franca. Sin punto ni coma. Rogó internamente que Carlitos no insistiera y lo dejara ir en paz. No quería que lo siguiera ni llevarlo por voluntad propia, simplemente no quería a Carlitos y Federica juntos en la misma sala. Temía.

| El Ángel | Corazón ¿contento?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora