11. Kubik.

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Ignoré el timbre, sería mi hermana que volvía del partido y me metí a mi habitación.

Abrí la cama mientras volvía a oir el timbre y a mi padre dando zancadas hacia la puerta.

Estaba dispuesto a meterme cuando oi a mi padre dando un grito:

- ¡Nathaan! ¡Bajaaaaaaa!

Bajé los escalones de dos en dos y cuando llegué a la planta de abajo estaba todo oscuro.

¿Pretendían que me matase el día de mi cumpleaños?

De repente se encendió una pequeña lucecita que titilaba al compás del viento, y seguida de ellas se encendieron otras diecisiete.

Me acerqué un poco más y comenzaron a aparecer caras que pude ir descifrando poco a poco.

Cuando por fín empezaba a entender en la situación que me encontraba, alguien comenzó a cantar una canción. Era una voz frágil pero dulce a la vez, una voz que conocía. Era mi hermana Ryde.

Pasados unos segundo se la unieron más voces:

'CUMPLEAÑOS FELIZ, CUMPLEAÑOS FELIZ, TE DESEAMOS TODOS, CUMPLEAÑOS FELIZ'

Todos comenzaron a aplaudir y encendieron las luces.

Allí estaba mi hermana pequeña en el medio con una gran tarta de chocolate con bolitas blancas y dieciocho velas que poco a poco se iban consumiendo. Detrás de ella, sujetándola por la cintura, estaba Héctor enseñando su sonrisa trident mientras me miraba y me decía 'felicidades, campeón' con los labios. También estaban Grinder y Camille que se disponían a darme un abrazo y una palmadita en la espalda. Por último vi a los capullos de mis padres colocados en las esquina del grupito mientras me guiñaban un ojo. Seguro que ellos lo sabían desde el principio.

Nos dirigimos a la cocina y repartimos la tarta entre todos, estaba riquísima. Seguidamente comenzaron a sacar regalos, y yo cada vez más ilusionado. El día había pegado un giro bastante grande. Ahora estaba feliz.

Grinder me entregó un regalo con papel rojo de lunares blancos y una lacito color azul cielo. Me daba pena hasta romperlo. La verdad esque pesaba demasiado y era bastante gordo. Lo abrí y... ¿un diccionario? ¿¡UN DICCIONARIO!? ¿Me estaba llamando tonto? Aunque no sería la primera vez.

Mi cara debió cambiar automáticamente y sin mi consentimiento, pues todos estallaron en risas y carcajadas mientras yo seguía teniendo cara de estúpido.

- Muchas gracias... - Conseguí vocalizar mientras le regalaba una sonrisa torcida.

- De nada, tío. Es para que encuentres el amor de una vez, que te está costando.

Ja, ja, ja. Que gracioso, oye. Me había regalado un puto diccionario solo para poder hacer la bromita. Era increíble.

Seguidamente Héctor me regaló su imán de 'chochetes', su One Million tan esencial; mis padres me regalaron dos camisas de cuadros bastante bonitas y que me realzaban la figura de escombro que tenía; y por último Ryde, mi pequeña princesa.

Me tendió un regalo alargado y plano, con papel verde y flores negras, y una tarjetita pequeña que ponía 'feliz cumpleaños'.

Rasgué el papel y pude apreciar el contenido.

Era un libro en cuya portada estaba la foto de los dos con las palas grandes en la playa. Seguí pasando hojas y allí se encontraban todas las fotos desde que nací, desde que nació ella. El primer helado compartido, el primer berrinche, la primera pelea. Era un álbum digital. Era espectacular.

La abracé tan fuerte que se quejó, y debo admitir que solté alguna lagrimilla, aunque rápido lo disimulé.

Era el mejor regalo de mi vida, y me lo había hecho el pequeño monstruito que se dedicaba a amargar todos los días de mi existencia.

Pasamos un rato hablando y riendonos todos juntos, y me di cuenta que Grinder iba arreglado.

Me disponía despedirme de todos para irme a dormir.

- ¿A dónde te crees que vas? - Me preguntó Héctor con un tono guasón.

- Ehh... ¿a la cama?

-No, no. Tú te vienes con nosotros.

- ¿Se puede saber dónde?

- ¡Cámbiate! - Me gritó.

Ni intenté hacerme el remolón, no iba a servir para nada.

Subí y me puse unos vaqueros oscuros que guardaba para ocasiones especiales y estrené una de las camisas que me habían regalado mis padres. Por último escogí unas deportivas nuevecitas azules.

- Fiiuu fiiuu - me silbó mi madre cuando aparecí por la puerta de la cocina.

Me sonrojé, cogí las llaves y les hicé una señal a mis amigos para irnos.

- No le espereís despierto - Dijo Camille mientras cerraba la puerta.

Fuera me esperaba mi carruaje, la chatarra de Grinder.

El trayecto no fue largo, pero tampoco corto. Grinder se metió por calles que yo ni siquiera conocía, hasta que por fín paró. Aparcó el coche y nos bajamos todos estirando las piernas.

Comenzamos a andar por la ciudad, pero por partes en las que yo nunca había estado.

- Ya hemos llegado - Anunció Héctor.

Frente a mí se divisaba un gran cartel luminoso con letras de color rosa y verde neón en el que se podía leer 'Kubik'. Desde fuera se podía oir la música a un volumen bastante alto, y al segurata en la puerta vestido de negro y con gafas de sol por la noche. Era una discoteca.

Le pagamos y nos dejó entrar. Había unas escaleras de caracol que bajaban a una gran habitación con las paredes en morado oscuro y grandes globos blancos que colgaban del techo. También había muchos focos alumbrando a todas las partes. En la parte izquierda estaba la barra con un camarero flacucho que servía a la velocidad de la luz.

'Cada dos minutos cambio de opinión, si me roza el corazón con el filo de sus labios'.

Acaban de poner mi canción. Me encantaba esa canción, pero ¿en una discoteca? Esta canción era imposible bailarla.

Nos acercamos a la barra y nos pedimos cada uno un cubata. Me giré hacia la pista de baile y... y entonces la vi.

CADA DOS MINUTOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora