24. Nuestro y de nadie más.

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- Toma, aqui esta el libro - La dije una vez que se había sentado en el sofa del salón.

- Muchas gracias - Me sonrío mientras lo guardaba cuidadosamente en su gran bolso negro.

- ¿Quieres algo de comer? - La pregunté deseando que dijera que no, pues mi única especialidad eran las tostadas.

- No, gracias. Siendo el primer día del año me he llenado hasta el último- Volvió a reir.

No sabía como sacar conversación en esa situación. Ella necesitaba alguna explicación, y yo se la debía, pero me era tan dificil hablar.

- Bueno, ¿qué me tienes preparado? - Me sobresaltó ella.

- Ninguna excusa que justifique que anoche te dejara sola - La confesé.

- Camille me contó algo entre sollozos y lágrimas, pero tranquilo, solo un tonto sería capaz de creerla - Me intentó consolar.

- Sí, un tonto como Grinder... - La contesté hasta que mi voz se apagó.

- Deja de martirizarte, es tu amigo. Llegará un momento en el que abrirá los ojos y te pedirá perdón.

- Por eso mismo, como es mi amigo, se que no lo va a hacer - Dije con los ojos brillantes debido al aguante de las lágrimas.

Samira me sonrió, y cambió de tema consiguiendo hacerme reir a carcajadas. Nos sentamos en la alfombra, y decidimos jugar a un juego de mesa. Entre los dos nos decidimos por 'hunde la flota', un juego de estrategia en el que tienes que intentar hundir los barcos del contrincante, pero sin que este te hunda los tuyos.

Samira iba ganando, por lo que decidi asomarme a su casillero sin que ella me viera. Pero con mi suerte habitual, me vió.

- Podías hacer trampas con un poco menos de descaro, ¿no crees? - Me preguntó mientras se cruzaba de brazos.

- Con el ojo así de hinchado, no veo nada. Hundido y ciego, ¡que buen capitán que soy! - Exageré la situación.

Samira comenzó a reir con esas carcajadas melodiosas que salían por su boca.

Y yo, como un tonto me quede mirándola embobado.

Mirándo como se achinaban sus ojos gracias a la risa, mirándo como se la hinchaba y deshinchaba el pecho cada vez que respiraba, mirando sus perfectos dientes perla y absorviendo todo ese aroma a mandarina.

Ella consiguió contagiarme toda esa alegría que desprendía, por lo que yo también comencé a reir. Esto provocó que ella me mirara divertida y se lanzará hacia a mi con la intención de hacerme cosquillas en la tripa.

- Mi ... espalda - Conseguí decir entre todas las carcajadas.

Samira pareció comprender el dolor que me provocaba esa posición, pues estaba, literalemente, tumbada encima mía, por lo que paró y se quedó mirándome fijamente a los ojos.

Con esos ojos oscuros capaces de trasmitir tanto positivismo, con esos ojos oscuros tan difíciles de descifrar, con esos ojos oscuros que te envolvían, con esos ojos que tanto deseaba.

Poco a poco, ella se acercó más y más hasta que nuestras caras se quedaron una frente a la otra y nuestras narices se chocaron, dejándome sentir todo el frío que tenía. Frío que se convirtió en calor cuando ella por fin posó delicadamente sus labios sobre los mios.

Y así comenzó ese beso tan deseado por lo dos.

Un beso interminable e intenso. Un beso apasionado, y lento, con toda la delicadeza del mundo. Un beso que saboreamos los dos hasta extremos infinitos.

Pequeñas descargas eléctricas aceleraban mi corazón, haciéndole cada vez más grande.

Yo ignoraba por completo las punzadas de dolor que golpeaban mi espalda, pues más que ese dolor merecía la pena ese momento.

Samira decidió que ya era bastante, por lo que se separó más despacio de mi, dejando a mi espalda un tiempo de descanso. Cuando abrí mis ojos, ella permanecía con los suyos cerrados y su cara estaba iluminada por una sonrisa. Ella seguía saboreando nuestro beso, pero lentamente abrió los ojos para volver a hipnotizarme con ellos.

- Y pensar que anoche me dejaste con las ganas de algo así - Me dijo con su sonrisa travisa.

Sin más, la volví a atraer hacia mi mientras enrredaba mis dedos entre su cabello para volver a repetir ese beso mágico.

Un simple beso que había cambiado mi vida, porque era NUESTRO beso, nuestro primer beso y de nadie más.

Mire el reloj y ya eran las nueve de la noche. Las nueve de la noche y nadie había irrumpido en mi casa. ¿Que obra navideña dura tanto?

Samira también se percató del tiempo, por lo que se separó un poco de mi, ya que estabamos en el sofa tirados y yo la envolvía con mis brazos, y me dijo en un susurro:

- Me voy a tener que ir Nathan, ya es tarde - Me puso ojitos de gatito - Me lo pasé muy bien. Gracias por esta tarde.

Volví a enganchar mis brazos sobre ella.

- No te dejo irte - La dije al oido haciéndo que su piel se erizara.

Ella me dio un pequeño beso, y aprovechó que mis defensas estaban bajo su hechizo para deshacerse de mis brazos y levantarse de sofa.

Me di por vencido, por lo que mientras se colocaba su gorro y su abrigo, yo me incorporaba con cuidado para acompañarla hasta la puerta.

- Mañana nos vemos - Me dijo despidiéndose.

- Eso espero - La respondí para después coger su cara entre mis manos y volver a darle otro beso que me despertara por dentro.

Nos despegamos, y cuando iba a cerrar la puerta para retornar al sofa, ella paró la trayectoria de la puerta haciendo que se volviera a abrir.

- Yo también prefiero besarte a ti en vez de a otro - Me confesó mientras me guiñaba un ojo.

Y así se dio media vuelta para alejarse cada vez más entre copos de nieve que caían en forma de cascada y no permitían dejar ver a cierta distancia, por lo que poco a poco Samira fue desapareciendo de mi vista y yo acabe cerrando la puerta.

CADA DOS MINUTOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora