9. El amor no tiene edades.

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Llamé suavemente a la puerta. Seguramente que ya estaría durmiendo y no quería asustarla.

- Pasa - contestó susurrando.

Entré a su palacio, su sala de confidencias. Las paredes rosas no se apreciaban por la oscuridad, pero unos rayos de luna que avanzaban por las rendijas de la persiana dejaban ver su armario lleno de fotos, de recuerdos, de buenos momentos en familia en los que todos salimos sonriendo. Había una foto especial que siempre me quedaba mirando. Salía ella con dos palas de plástico enormes, una azul y otra verde, enterrándome con la arena de la playa, mientras yo me hacía el muerto. Aún eramos muy pequeños para llevarnos mal. Al lado de esa foto había otra de mis padres abrazados en la boda de unos amigos, y con una sonrisa de oreja a oreja. Supongo que ellos aún no se habían quemado lo suficiente el uno al otro para discutir todos los días.

Cuando me vió entrar se quedó mirándome sorprendida. Quería hablar, disculparse, pero las palabras se le trababan, no le salían.

- Nathan, yo de verdad que lo siento... - Logró pronunciar al fin.

- Ryde, duermete, ¿vale? Ya he hablado con Héctor y esta todo solucionado. Sólo quería avisarte y saber que estabas bien. Mañana hablamos, descansa.

Salí de la habitación fijandome en las dos fotos de siempre. Ella se quedó muda, sin palabras. Simplemente me sonrió y se volvió a acostar.

RIIIING RIIIING RIIING sonó el despertador. Las 8:00 de la mañana, comencemos con el martes.

Me pegué una ducha rápida, tan rápida que no dejé que saliera el agua caliente. Me abrigué todo lo que pude y más, hasta me puse dos pares de calcetines. Bajé a la cocina para desayunar y allí estaba Ryde quién me saludó con una sonrisa y me mostró dos tostadas que me había preparado como más me gustaban. Mantequilla y mermelada de mora. Deliciosas.

Me las comí y salí dispuesto a coger el autobús.

Llegando a la parada oí el claxón de un coche. Sonaba a chatarra. Me giré y vi a un Grinder que me saludaba por la ventanilla bajada. Cada día se le veía mejor, más sano.

- Ojos que te ven, macho - le saludé.

- Ya ves tío. El amor, que me tiene muy ocupado. Venga monta.

Me subí en el coche y casi se descuelga la puerta.

- Deberías comprarte otro coche, o simplemente no sacar este - Le sugerí.

- Con esto no se bromea, Nathan - Me dijo mientras se le borraba la sonrisa y se ponía totalmente serio - Este coche es mítico.

- Una reliquia, mejor dicho - Contesté soltando una carcajada.

Seguimos el trayecto. Me alegraba poder tener un poco de tiempo a solas con uno de mis mejores amigos, aunque echaba de menos las partidas a los dardos de por las noches.

Le puse al corriente de lo de Héctor y mi hermana, y la reacción que tuve cuando les pillé besándose.

- Joder tío, si todo el mundo sabía que Héctor quería a Ryde. Yo creo que tú eras el único que no lo notaba. De todas formas, me alegro por ellos. Todo el mundo tiene derecho a encontrar el amor - Respondió cuando terminé.

' Todo el mundo menos yo', pensé.

Él me contó que con Camille todo bien. Que cada día se querían más, pero que había veces que no se ponían de acuerdo y acababan discutiendo.

- Como todas las parejas, Grinder - Le tranquilicé.

Llegamos al instituto, nos despedimos y me dirigí hacia mi clase.

- ¡Nathan! Este finde cumples 18, habrá que celebrarlo por todo lo alto, ¿no? - Me recordó Grinder antes de entrar por la puerta.

- Supongo... - Contesté sin ningún ánimo. Sabía que aunque fuera el cumpleaños más especial, lo pasaría solo o jugando a los dardos. Como siempre.

Cerré la puerta y me senté en mi pupitre. Almudena comenzó a explicar la lección.

Sonó el timbre de última hora y en la puerta estaba esperándome mi madre con su Nissan Juke negro.

- ¿Qué tal el día, cariñín? - Me preguntó mientras subía y me abrochaba el cinturón.

- Como siempre, mamá. ¿Y tú?

- Como siempre, hijo - Me dijo regalandome una sonrisa - ¿Me vas a contar de una vez porqué estabas tan raro?

- Por nada mamá, no te preocupes.

- Espero que no sea por lo de Héctor y Ryde.

- ¿Qué? ¿Tú también lo sabías? Esto ya es el colmo. Debo de ser tonto, porque no me lo explico.

- Sí, yo también lo sabía. Y me parece super bien que por fín esten juntos, o intentándolo.

- Mamá, Ryde tiene 15 años y Héctor 19.

- Hijo, Héctor mira a tu hermana como no la ha mirado ninguno de sus novios nunca. Y el amor no tiene edades.

- Esperemos que todo salga bien.

- Estoy segura hijo, estoy segura.

Ryde me estaba esperando en mi cuarto, sentada en mi cama y con el pelo recogido en un moño. Se alegró al verme, pero se la notaba avergonzada. Parecía que había tenido que esperar mucho, pues mi cama estaba destrozada, como si mil enanos hubieran librado un batalla encima de ella.

Dejé la mochila sobre la silla de la ropa y me senté a su lado.

- Nathan, lo siento. Se que debimos contartelo antes, pero no pudimos...

- Esta bien, Ryde. Lo entiendo, pero ¿porqué no me dijiste lo de Rubén?

- Pensaba que todo eso pasaría, que solo fue un rato concreto; y tenía miedo Nathan, mucho miedo. Empezó un día que discutimos por una tontería y me empujó. A el siguiente enfado me empujó más fuerte hasta que caí al suelo. Y el día que vino a buscarte Héctor, me tiró al suelo mientras se reía y cada vez que intentaba levantarme me daba una patada. Hasta que Héctor llamó al timbre y me salvó.

Solo de imaginarme a ese hijo de puta empujando a mi hermana me entraban ganas de matarle.

- Ryde, pero no lo entiendes, ¿y si no llega a aparecer Héctor?

- No se Nathan, lo importante es que apareció, y gracias a él Rubén se llevó lo suyo.

- Esta bien Ryde. A partir de ahora sin secretos, ¿vale?

- Claro que sí. Te lo prometo Nathan.

- Una última cosa. ¿Tú le quieres?

- Claro que le quiero Nathan.

- Pero si es más mayor que tú... - Aún no entendía ese factor.

- No es cuestión de edades. Es cuestión de como me hace sentir cuando estoy con él, como me regala el mundo entero solo con sus ojos, como me trata, como me protege y como me lo demuestra.

- Yo no veo eso Ryde, solo veo a mi hermana pequeña saliendo con uno de mis mejores amigos.

- Ya lo verás cuando quieras a alguien, Nathan. Te lo prometo.

' Si eso llega algún día' , pensé.

Asentí con la cabeza y en silencio me dispusé a salir de mi habitación dejando sola a mi hermana.

- Te quiero Nathan - La oí decir.

- Y yo a tí pequeña - Cerré la puerta.

CADA DOS MINUTOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora