18. ¿Pesto?

45 1 0
                                    

Y esta vez fue ella la que estaba esperándome sentada en la parada con las piernas cruzadas y mirando la pantalla de su móvil.

Me pude fijar que de vez en cuando alejaba el movil de su cara y fruncía el ceño.

- ¿Necesitas gafas? - La pregunté cuando llegue a su altura.

Samira se sobresaltó y me miró confundida.

- Lo más normal y lo que suele decir todo el mundo es 'hola' - Me contestó sonriendo.

- ¡Hola! ¿Necesitas gafas? - Volví a insistir.

- Muy bien, ¿y tu? - Me dijo con una sonrisa juguetona.

- Con frío - Respondí.

- Pues será mejor poner rumbo a cualquier sitio antes de morir congelados.

- ¿Un cine y unas palomitas? - Pregunté metiendo las manos en los bolsillos.

- Tú no seras el típico chico que hace que bosteza y me mete mano, ¿no?

- ¡Culpable! - Me declaré, y entre risas y algún copo de nieve llegamos a la puerta de una bolera.

Entramos decididos a jugar y nos dirigimos al perchero para poder dejar nuestros objetos. Allí nos esperaba una chica colocada en una ventanilla, de más o menos nuestra edad. Nos sonrió amablemente mientras se subía unas gafas por la nariz con el dedo índice de la mano derecha y nos enseñaba unos dientes rodeados de brakets.

- Un euro por prenda u objeto - Nos anunció.

Dejamos los abrigos y Samira un bolsito pequeño de color marrón.

Quitándose el abrigo me dejó observar cada curva de su cuerpo marcada con un leggin de color vaquero y una sudadera de color verde con coderas marrones. Las mejillas se le habían sonrojado gracias al cambio de temperatura. Estaba guapísima.

- La primera puerta a la derecha y encontrais los zapatos - Dijo la chica dehaciendo mis pensamientos.

Detrás de la puerta nos esperaba un hombre con un gran bigote y una gorra roja en la cabeza.

- No pienso ponerme esos zapatos tan horrorosos - Dijo Samira mientras el hombre nos sacaba un par de nuestros correspondientes números.

- Si no te los pones, no puedes jugar - La advirtió el hombre.

- ¡Asumo las consecuencias! - Exclamó ella llevándose una mano a la cintura.

- Osea, me haces venir aquí sabiendo que yo prefería ir al cine, para ahora no jugar por unos zapatos. ¡A ti lo que te pasa es que sabes que vas a perder! - La dije para picarla.

- ¡Dame esos zapatos! - Me dijo mientras me los quitaba ferozmente de las manos - Si te gano, me invitas a una cena; y si me ganas tú... ya decides tú, ¿vale? - Me retó ella atandose esos zapatos.

- Vale - Sonreí.

Empezamos a jugar y el tiempo pasó demasiado deprisa para mi gusto. Cuando me quise dar cuenta ya la iba ganando por un par de puntos. ¡Mierda! Tenía que perder como fuera. No podía arriesgarme a elegir yo el final de nuestra primera cita. ¿Y si no la gustaba? ¿Y si no quería volver a quedar conmigo? Hice todo lo que pude pero sin ser demasiado cantoso para que ella no se diera cuenta, y conseguí perder.

- ¡Já! ¡Te he ganado! ¡Alguien me debe una cena! - Me dijo divertida.

Después de dejar los horribles zapatos y volver a ponerse sus vans verdes, tiró de mi y me arrastró hasta un restaurante italiano.

Una camarero joven, con un traje muy elegante y una bandeja de plata en la mano derecha se nos acercó en cuanto nos vió elegir mesa.

- ¿Que quiere tomar la parejita? - Nos sonrió.

CADA DOS MINUTOSDonde viven las historias. Descúbrelo ahora