Una joven pareja de casados, disfruta de los primeros años de matrimonio con el nacimiento de Patrick. Él, más que ser el primer hijo, es un símbolo de lucha; pues fue concebido tres años después de que un doctor le dijera a Melany que, las posibili...
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Adam había estado buscándolo hasta el cansancio.
Supo muy de mañana, que Steven se había divorciado. Al parecer un vecino suyo se asustó cuando no lo encontró en su sala después de haberlo "rescatado" en la calle. Fue a su casa y le preguntó a Melany, ella le comunicó que ellos se habían divorciado un par de días atrás y desde entonces no conocía su paradero.
Adam fue a buscarlo al hospital, sabiendo que estaría hablando con su madre o con su progenitor y supo que la demencia senil de Victoria había puesto la estocada en el estado anímico de su mejor amigo. Y desde entonces, estaba desaparecido.
Duró tres días, con ayuda de un oficial de policía cercano, buscando a Steven. Su teléfono apagado, su auto en alguna calle sin gasolina desde hacía unos pocos días. El hombre de aproximados treinta años, había vagado con el poco dinero que tenía en el bolsillo hasta perderse.
A las siete de la mañana del tercer día, Adam recibió una llamada. Acudió al cementerio y el celador lo guió hasta la tumba del pequeño Patrick. Steven estaba dormido sobre el panteón. Había una botella vacía de Vodka a un lado y su apariencia física le decía que llevaba ahí desde el mismo día en que desapareció.
Pero claro, pensó Adam, no podía estar en ningún otro sitio.
Steven apenas estuvo despierto mientras Adam lo llevaba al pequeño apartamento que compartía con su esposa y lo dejó dormir en pequeño colchón de aire, en un rincón de la sala. Después de dormir veintiséis horas más, despertó.
Vio a Adam con una bolsa de papel del supermercado, desempacando compras en la cocina, mientras su esposa preparaba el desayuno. Olía a huevos revueltos y el olor le sacudió el estómago. No comía nada hacía tres días.
— ¡Hey! Buenos días —Saludó el moreno cuando le vio —Dormiste como una princesa.
— Una princesa muy ebria. —Comentó su esposa y Adam dejó salir una risa contagiosa —¿Cómo te sientes, Stev?
El susodicho se talló los ojos, adaptándose a la luz. Le dolían todos los músculos de la espalda y le ardía la piel de los brazos y el cuello. Al parecer, según vio, estuvo mucho tiempo expuesto al sol.
— Tengo hambre. —Murmuró, sentándose. La pareja se vio y sonrieron entre sí, como si confirmaran un pensamiento.
— Estoy preparando el desayuno.
— Y yo te traje algunas cosas: —comenzó Adam, devolviéndose a la bolsa de papel — un cepillo de dientes, una cuchilla de afeitar, cojines de champú; encontré ropa limpia en tu auto y recuperé todos tus documentos.
Steven se dio cuenta que no llevaba camisa y sólo vestía unas bermudas. Se cubrió el pecho con la sábana. Ellos lucían felices y nada molestos de ayudarle.
—Lamento arruinar su luna de miel.
— ¡Al demonio! —Exclamó la mujer, con un tenedor en su mano — La aplazamos para fin de año. Adam tiene mucho trabajo y tú nos necesitabas.
Steven sonrió. Se rascó una barba de tres días. Debía de lucir como un auténtico desastre, pero al menos no estaba solo. Había llorado esos días, lo que no había llorado en años. Quizá en toda su vida y ahora, sólo se sentía cansado. En dos días, había perdido las dos mujeres que más había amado en su vida.
— ¿Por qué no te duchas, te pones hermoso y vienes a desayunar? —Preguntó Adam entrando a su habitación. Steven edificó un gesto exhausto y él asomó la cabeza por el lumbral de la puerta —Tienes que ir a ver tu ex esposa hoy.
Sabía que debía de sacar sus cosas de esa casa. No quería esperar hasta el último día. No quería volver a ver a la abogada. No quería tener que firmar nada más. No quería otro proceso legal. No quería compartir por mucho tiempo, un espacio reducido con ella.
— ¿Y adónde voy a llevar mis cosas? Aún no tengo dónde vivir. —Apuntó, envolviéndose en la sábana para caminar al baño.
— ¡Problema resuelto! Pagamos la renta del primer mes del apartamento de enfrente. —Informó la mujer de color, sonriendo ampliamente. Les hacía muy feliz ayudarlo. Steven gesticuló un gesto de agradecimiento y ella levantó su pulgar. Adam estaba sonriendo también.
—Gracias —Musitó conmovido. — En serio, gracias por todo lo que hacen.
— Sí, no te pongas sentimental ahora. Mete tu trasero al baño, quiero desayunar rápido ¡Tengo hambre! —Vociferó su amigo, guiándolo por el cuarto.
***
La que alguna vez fue su casa, lucía ajena, extraña, desconocida.
El vecindario se escuchaba tranquilo, silencioso, sintió los ojos de todos sus vecinos, clavados en su espalda. Adam estaba junto a él, observando el jardín delantero.
Steven no quería entrar, pero tampoco tenía opción.
Recibió un golpecito de apoyo en el hombro y se sumergió en el aura absorbente de la casa. Todo estaba limpio, demasiado. Los muebles estaban cubiertos con sábanas blancas y las ventanas cerradas, evitando el paso del polvo.
Una vez dentro del cuarto, apretujó su ropa dentro de una enorme maleta que su amigo le había prestado y se repitió que no debía tardarse allí dentro. Tomó todo de lo suyo, sobre la repisa y dentro de los cajones. No había señales que indicaran que ella estaba en casa, eso le alivió un poco. En el baño, encontró sus artículos de aseo y vio, detrás de un vaso con cepillos de peinar, el anillo de bodas de Melany. Quiso llevárselo y se maldijo.
Sacó la maleta y antes de descender al primer piso, entró al cuarto de Patrick. Era la única parte de la casa, que seguía intacta. Imaginó que era el sitio al que Melany no se atrevía a limpiar o abrir la ventana o recoger el desorden que habían dejado sus sobrinos.
El león de peluche que había dañado el niño, estaba aún en el piso. La espuma estaba esparramada por varias partes. Se inclinó y tomó el cuerpo del animal de felpa. Ya no tenía ni siquiera alientos para sollozar. Y antes de decidir irse, sintió la presencia de ella, detrás.
Melany tenía cada hebra de su dorado cabello, detrás de sus hombros. Lo veía, únicamente. Steven dejó el peluche dentro de la cuna. Ella, seguía inexpresiva y luego de un instante dijo:
— ¿Por qué me miras así?
Steven negó brevemente con la cabeza.
— No sé de qué hablas.
— Sí, me estás mirando como si yo tuviera la culpa.
— La tienes —. Aseguró él. Tenía una pequeña llama de ira dentro de sí — Y yo también la tengo. Pero no pretendas que todo recaiga sobre mí.
Melany había estado esperando que él fuera por su ropa, pero había planeado no estar cuando él llegara. Sin embargo, había escuchado los cajones cerrándose desde el cuarto de lavado y había subido, para verlo. Únicamente por una curiosidad morbosa.
— No esperes que te pida perdón otra vez. —Aclaró Steven, rompiendo con uno de sus pensamientos. —Adiós.
Pasó junto a ella y bajó las escaleras. Melany no se ocupó en seguirlo sino hasta que él abrió la puerta y arrastró la maleta ayudado con las pequeñas llantas.
—Steven —Pronunció insegura. Él la miró mientras sostenía la puerta y Adam introducía la maleta por el otro costado del auto —espero que te vaya muy bien.
Él edificó una sonrisa apenas visible y se metió al carro.