Doce

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Se aplicó la crema humectante sobre sus brazos, con sumo cuidado y dedicación

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Se aplicó la crema humectante sobre sus brazos, con sumo cuidado y dedicación. No quería lastimarse. No más. Había tenido suficiente con ver los profundos ojos azules de su esposo la noche anterior, juzgando cada célula de su cuerpo. Sintió vergüenza. Sintió miedo y se sintió señalada.

Miró con recelo sus hematomas y gimoteó, sorbiendo por la nariz. No iba a llorar más. No tenía sentido. Observó su cuarto y decidió que ya era hora de arreglar todo. Steven había salido en la madrugada a correr, o eso asumió al verle de reojo con ropa deportiva. Él no iba a gimnasio, así que decidió que había retomado su hábito de trotar en las mañanas.

Comenzó a recoger todo lo que encontró en el piso y sin darse cuenta, terminó recogiendo el desorden de toda la casa. Sin pensar demasiado en el por qué hacía lo que hacía, encendió la aspiradora y absorbió la suciedad de todo lo que pudo. Llevó la canasta cargada de ropa al patio de lavado y la empujó dentro del electrodoméstico para ocupar su tiempo en otra cosa mientras esta era limpiada. 

Los platos a pesar de no ser usados, estaban empolvados, la mesa tenía marcas de vasos y comida. Fregó la suciedad de las ventanas y decidió cambiar de cortinas, aspiró los sofás, pero el cuarto de su hijo permaneció cerrado.

En el patio, la piscina ya requería de limpieza y las sillas necesitaban ser limpias de inmediato. Mientras tiraba el carbón inútil de la parrilla que no usaban hacía más de un año, escuchó las llaves de Steven caer en la mesa de la cocina. Apretó sus puños, insegura de tener los moretones tan a la vista, pero a la vez sabía que ya no tenía ningún sentido seguir ocultándolos, si él los había visto.

Se dio la vuelta cuando él llegó al patio, buscándola. Sintió algo indescriptible que le azotó el pecho, como si una chispa de ira acabara de encenderse. Steven permaneció inmóvil ante su expresión. Ella parecía que acabara de reiniciar su sistema. Llevaba una camisa con mangas cortas y pensó si ya no le interesaba que él la viera o cualquier persona de la calle. Sintió pena ajena, pero decidió callarse. No se quitó los auriculares sino que subió para ducharse.

Ella siguió limpiando, pero su humor ya se había arruinado. Terminó de mala gana y se fue a ver cómo iba el ciclo de lavado de la lavadora. Aguardó hasta que esta sonó, anunciando que había terminado.

El agua corrió por su cuerpo, haciéndolo sentirse mejor. Pensó que ojalá la ducha también quitara el mal humor, la ira reprimida y el estrés que se lo estaba comiendo vivo. Cuando se vistió, bajó para hablar con ella. Sentía que debía dar el primer paso luego de lo de la noche anterior. Tomó una gran cantidad de aire y se aventuró a buscarla. Estaba en el patio de lavado, configurando la secadora.

—Oye... —Inició, acercándose indeciso y ella se giró, sorprendida de que le dirigiera la palabra.

—No quiero hablar de eso. —Se apresuró ella en atajarlo. 

Él alzó ambas cejas, evitando incomodarla. Algo de culpa redargüía su tórax. —Qué defensiva... Pero no, no pensaba hablar de "eso". Quería comentarte algo que me pasó hoy.

Como en los viejos tiempos, pensó ella. Esperó, con una mezcla de curiosidad e irritación.

—Tenemos vecinos nuevos, Samanta y Harry, creo que son sus nombres. Hoy hablé con ellos y me dijeron que han venido a golpear varias veces y nadie sale. Creyeron que vivía solo. —Cuando vio que el interés de ella estaba disminuyendo, entendió que la estaba aburriendo y recurrió al punto —En fin, me dijeron que harán una parrillada el fin de semana, que todos los demás vecinos están invitados, quieren que vayamos también.

Ella siguió observándolo, esperando que él dijera algo más, pero al no hacerlo se dio la vuelta. Steven suspiró hondo, evitando enojarse.

—No sé tú qué harás, pero yo no iré. — Contestó a la pregunta oculta, sabiendo que no podía verlo durante más tiempo.

—¿Por qué no irás?— Preguntó, inyectando algo más de presión. Ella no respondió —Sí, supongo que debe de ser triste que no puedas usar tu vestido azul.

—¿Por qué se supone que no podría usar mi vestido azul?— Se giró, negándose a sentirse mal por el tono que él había adquirido. Ambos recordaban que ella había comentado que usaría el vestido azul cielo para la próxima parrillada.

— Porque no creo que quieras que todos vean lo que haces cuando estás sola. —Explicó, señalando ligeramente su brazo derecho. Melany contrajo su expresión.

—Me importa un carajo lo que puedan pensar. 

—¡Perfecto! Entonces me tomaré eso como un "Claro que vamos a ir". —Finalizó él, apartándose para no permitir que ella pudiera decir alguna otra cosa.

Secretamente, él esperaba verla maquillada, arreglada y hermosa como siempre lograba ponerse cuando iban a salir. Sabía que eso le daría la sensación de que nada malo estaba sucediendo entre los dos.

Su teléfono vibró en su bolsillo y leyó un mensaje:

Jess: Que haces? :)

Y Steven sonrió.

UNA ROSA MARCHITA │COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora