Una joven pareja de casados, disfruta de los primeros años de matrimonio con el nacimiento de Patrick. Él, más que ser el primer hijo, es un símbolo de lucha; pues fue concebido tres años después de que un doctor le dijera a Melany que, las posibili...
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Steven había tenido un día bastante difícil. Aunque le agradaba que lo trataran como si no hubiera pasado absolutamente nada. Al menos ya no le hablaban con esa falsa modestia que tanto le enojaba. Le habían exigido lo mismo, incluso había sentido que le exigían más.
Había salido a las seis de la noche como siempre. Y cuando llegó a su casa, la halló exactamente igual a como la había dejado en la mañana. De sus recuerdos no desaparecía lo sucedido días atrás. Sintió temor de hablarle o decirle algo que la sacara de quicio, pero definitivamente él también tenía un límite.
En su mente no había espacio para nada más que no fuera acumular ira, estrés. Necesitaba despejar su mente y su corazón, así que aprovechaba su trabajo al máximo. Se deshizo de su corbata y empezó a subir por la escalera. Se abrió los botones de la camisa y quedó con las solapas abiertas. Empujó la puerta de su cuarto, con recelo y encontró las ventanas abiertas y las persianas corridas.
Se extrañó. Una ligera oleada de felicidad le invadió el pecho. Dejó el saco, el portafolio y la corbata sobre el borde de la cama. Se inclinó contra la puerta del baño, pero lo encontró silencioso. Apretó los labios, animándose a abrirlo. Su visión confirmó lo oído: No había nadie allí dentro.
—¿Mel?— Llamó, saliendo de su aposento. Sus pasos eran aterradoramente silenciosos. La casa se sentía fría. La buscó en la sala, en el cuarto de Patrick, en el cuarto de invitados y al no encontrarla, se desesperó —¡Melany!
—¿Quieres parar de gritar?— Pidió ella desde alguna parte de afuera de su casa. Era tonto que utilizara esas palabras, ya que, él sólo había gritado una vez. Suspiró con alivio y fue al patio trasero.
Ella estaba sobre la hamaca, cubierta por algunas mantas, con los ojos cerrados y con un cigarrillo en su mano derecha. No fumaba desde que estaba en la universidad y cuando Steven la vio, sintió su estómago hundirse. Tragó saliva, viendo el césped que, había podado con ella hacía dos semanas.
—¿Qué estás haciendo?— Inquirió retóricamente, ella sólo cerró los ojos y expulsó el humo a través de sus labios.
—¿Qué parece que hago?—Steven notó parcialmente, un moretón en su antebrazo y se acercó silenciosamente, notando de cerca el hematoma. Cuando ella abrió los ojos nuevamente y lo halló tan cerca, se irguió.
—¿Qué te pasó?— Preguntó él, demandante. Ella lo miró con ira unos segundos y luego en un instante, se puso sobre sus pies y se echó a andar dentro de la casa. Los pasos de él, la siguieron escaleras arriba —Te estoy hablando, Melany ¿Qué te hiciste ahí?
Ella apresuró su paso y se metió en el cuarto, intentó cerrar la puerta detrás de él, pero no lo logró. Él estiró su brazo y rozó su piel, pero ella fue más veloz y con su la gracia de su delgada figura, logró meterse al baño y cerrar la puerta antes de que él la siguiera allí.
—¡Te estoy hablando, maldita sea!— Golpeó la puerta con su puño e instantes luego, temió haberla roto. Su pecho se inflamó de ira y aguardó frente la puerta — Espero que no sea lo que estoy pensando ¡Abre la puerta, Melany! ¡Abre la maldita puerta!
Cuando volvió a golpear la puerta, pensó que ya era suficiente, si no se controlaba iba a tirarla. Apretó su mandíbula y se dio la vuelta, viendo su cuarto, hecho un desastre. Su respiración encontró el hilo normal y luego de un profundo exhale, salió para ir al cuarto de su hijo.
Todo estaba como lo habían dejado hacía una semana. La cuna permanecía a mitad del cuarto, su ropita estaba acomodada en el armario y la ventana seguía filtrando ese velo traslúcido de brillo lunar, al igual que esa madrugada. Cerró los ojos, recordando cuando lo había metido por primera vez al cuarto y sus ojitos expedían alegría y curiosidad.
Tragó saliva, ahogando las ganas de llorar que lo embargaban. Sintió angustia, porque se había dado cuenta, que la tristeza se había transformado en ira, en tensión. Apretó los labios, absteniéndose de regresar a la habitación y golpear la puerta hasta que su mujer abriera.
Le hervía la sangre, la paciencia, la razón de pensar que quizá, Melany se estaba lastimando así misma. Siempre que llegaba, la encontraba con un camisón, unas pantuflas y su cabello enmarañado y "recogido" en un moño mal hecho. Hasta el momento, su cabeza divagó en no haber logrado ver si el anillo de compromiso seguía alojado allí en su dedo.
Se miró la mano y encontró el de él, en su dedo anular. Apretó los dedos, formando un puño y oyó la puerta del baño abrirse. Giró su cabeza para comprender mejor los sonidos y detectó el arrastre de los pies de su mujer, por el piso. En el momento, llegó como una visión, el recuerdo de todas las veces que él le había dicho a ella, que dejara la cuna de Patrick, dentro del cuarto de ellos.
Era la primera vez que eran padres, el doctor les había dado miles de recomendaciones, entre ellas: Jamás perderlo de vista. Steven sabía bien que también se aplicaba a las horas en las que el infante dormía. Pero su esposa le había dicho mil veces que, era mejor que el durmiera en su cuarto, que comprarían ese ridículo monitor para bebés.
¿Acaso había servido? ¿Acaso estaba su hijo vivo?
Eso era lo que se preguntaba. Dio dos zancadas hasta el aparato y lo tomó con la mano de práctica, para lanzarlo contra la pared, estrellándolo y partiéndolo por completo, justo como había hecho su esposa con su teléfono. De la nada apareció la susodicha, bajo el lumbral de la puerta.
—¿Qué estás haciendo aquí?— Exigió saber. Su cabello estaba desordenado, estaba pálida y por supuesto, estaba histérica y eso a Steven le irritaba— ¡¿Qué haces en la habitación de mi hijo?!
Cuando él vio que ella iba directo hacia él, quizá a forzarlo a salir como había hecho en las primeras horas del día, él se adelantó y la tomó por los hombros, devolviendo su pequeño cuerpo al corredor y luego de un manotazo, cerró la puerta en su cara. Quería estar a solas con el último pedazo de la casa que, había visto a Patrick con vida.
—¡Sal de ahí, Steven! —Vociferó la mujer, golpeando la puerta con sus puños. Él sólo retrocedió hasta golpearse con el pequeño closet. Un peluche de león tambaleó por el golpe y cayó al piso. Steven lo miró y apretó los dientes, tan fuerte que creyó que se lastimaría.
Estaba tan terriblemente enojado: Los gritos y golpes de su esposa en la puerta, el aroma y ambiente que había en la habitación y por supuesto que la ausencia de su hijo también.