Veintiocho | Extra

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El viento sopló un grupo de hojas naranjas que volaron en un pequeño torbellino y luego se perdieron tras el tejado de una casa. Un grupo de niños corría, soltando risotadas contagiosas y de vez en cuando chocando contra otro grupo de infantes que saltaban emocionados por las burbujas que creaba un juguete.

Caía la tarde, las seis estaban a punto de llegar. Las luciérnagas se movían sobre el césped del patio delantero, danzaban siguiendo un ritmo inaudible para las personas. Voces femeninas llamando nombres, indicaban que ya estaba llegando la noche y luego los pequeños corrían puertas adentro. 

Steven se dio la vuelta, dejando atrás la ventana de la sala y caminó hacia la cocina, sobre la mesa del comedor había un pequeño frasco con frutas, sacó una manzana y le dio un mordisco. Escuchó risas del cuarto del fondo y atravesó el pasillo para meterse en el baño. La suave luz iluminaba cada rincón del pequeño cuarto. Sonrió por la escena.

Melany estaba sentada en un banquito, ofreciendo los puños para que el bebé se sostuviera mientras se sacudía de emoción por el agua tibia. En tanto la niña vio a Steven soltó una risotada que contagió al hombre. Sus mejillas estaban adornadas con hoyuelos que se profundizaban cuando sonreía.

La mujer se dio la vuelta para verificar que su hija le sonreía a Steven y le guiñó el ojo, en complicidad por la efervescente felicidad de la pequeña. Él observó hasta que terminó de bañarla y luego cuando la secó y vistió para meterla en su cuna, que estaba junto a la cama de la pareja. Aguardó frente a ella, mientras Melany llegaba detrás de él.

— ¿Estás bien? —Preguntó ella, apoyándose en el hombro de Steven, quien suspiró profundamente y asintió —¿Vas a llorar?

Steven sonrió y se dio la vuelta, envolvió a la mujer entre sus brazos y la vio a los ojos. Melany lucía satisfecha, feliz; no como cuando todo sale bien después de un largo día, sino cuando descubres que tu vida, en medio de todo, ha valido la pena. 

Se inclinó y le rozó los labios, sintiendo el calor corporal calando dentro de sí, los grillos afuera orquestaban una sinfonía natural que le transmitió calidez y una sensación de hogar a Steven, quien finalmente profundizó el beso, despacio. Melany se asió de las solapas de su chaqueta y sonrió contra la boca masculina.

— ¿No extrañas nuestra antigua casa? —Indagó luego de un rato, recuperando el aire. Steven le acarició el cabello negro.

— No, me gusta nuestra nueva casa —Aclaró, detallando las facciones de su esposa —. Me gustas tú y me gusta mi hija.

— Eres hombre de gustos simples   — Su mirada indicó que, de pronto su imaginación se fue a otra zona — ¿Qué pasa si la rosa se vuelve a marchitar?

— Sembraremos otra.

— ¿Por cuánto tiempo haremos eso?

Steven sonrió, había preparado la respuesta para ello, con mucho tiempo de anticipación.

— Hasta que la muerte nos separe, obviamente.

Melany sonrió, complacida con la respuesta y le dio un casto beso.

— ¿Finalmente tienes lo que quieres?

— Quiero lo que tengo... y las tengo a ustedes. —Señaló a su hija completamente dormida.

Se volvió para entregarle a su esposa las ganas que tenía de besarla.  Ella se desató el pequeño vestido y lo deslizó por sus torneadas piernas. Steven por su parte, se quitó la chaqueta y se deshizo de la playera. Le besó el cuello y la guió hasta chocarse con la cama. 

Melany susurró por debajo de su respiración:

—Y yo te quiero a ti. 

UNA ROSA MARCHITA │COMPLETADonde viven las historias. Descúbrelo ahora