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capítulo treinta y nueve

[ Lea ]

Víspera de año nuevo. 31 de diciembre. Se suponía que debía ser un día feliz. Un día en el que las personas celebraran, pues era el comienzo de un nuevo año. Un día lleno de revoluciones, donde las personas estarían ocupadas haciendo comidas o simplemente pasando el rato con sus familias.

Era un fresco y nuevo comienzo.

Algunos pasaban el día de fiesta en fiesta, otros la pasaban con su familia haciendo cosas mundanas como ver televisión o encender fuegos artificiales. Pero aún así, era un día feliz.

Bueno, se suponía.

Este año, tenía miedo de afrontarlo. Porque justo en este día, era la boda de Justin y Janice.

De nuevo.

Pero esta vez, dolía incluso más. Mi pecho dolía con sólo recordar lo que había pasado hace tres días. El día que le dije a Justin que aún tenía sentimientos por él. Que aún lo amaba. Me había confesado, y había pensado que eso solucionaría las cosas, pensé que... él también me amaba.

Tal vez él también confesara sus sentimientos.

Pero estaba equivocada. Muy equivocada.

Me había sentido más y más como una tonta con cada día que pasaba. Cuando intentaba mirarlo, él alejaba su vista. Me dolía sólo pensar en el hecho de que Justin no podía hacer algo tan simple como mirarme. Pero tenía que imaginar cosas cuando sentía sus ojos en mí. Porque cuando intentaba confirmar eso, estaba lo más alejado de mí.

Y para hacer las cosas peor, Janice no había dudado un sólo momento en mostrar la intimidad que había entre ellos. Como si intentara probarme un punto. De que la amaba a ella y no a mí. Pero no tenía que preocuparse, tenía el mensaje claro. Muy claro.

Suspiré, pasando una mano por mi cabello.

—¡Mami! ¿Puedes subir el cierre de mi vestido, por favor? —preguntó Sophia, sacándome de mis pensamientos. Le doy una pequeña sonrisa, pidiéndole que se de media vuelta. Lentamente subí el cierre de su lindo y rosado vestido.

—Gracias —dijo con una sonrisa. Arreglo un poco su cabello.

—¿Y tu hermano? —le pregunté en tono suave, aclarando mi garganta después.

—Creo que se está cambiando aún, y te apuesto, mami, que está teniendo problemas con eso - ya lo conoces. Demasiado hombre para admitirlo —rodó sus ojos. Reí, pellizcando suavemente sus mejillas. Un chillido sale de sus labios y aleja mis manos. Soltando una pequeña risa.

—¿Aún no te vas a cambiar? —preguntó con un pequeño puchero. Junté mis labios en una línea, mirando mi atuendo. Vestía una sudadera y pans, pero no podías culparme, durante los últimos días no había parado de sentirme mal.