Epílogo: parte II

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Dos años y un par de meses después.

—¡Drew, Mason Bieber! —grité, la frustración ganando lo mejor de mí. Un gemido de molestia entró por mis oídos mientras mi hijo de siete años me ponía una mala cara.

—¡Ve a prepararte para la fiesta de cumpleaños de tu hermano! —ordené. Abrió su boca para protestar, pero le di una mirada, se dio por vencido y se encogió de hombros.

Niños.

Nunca terminaba de asombrarme lo parecido que era a su padre. Habían pasado dos años, su cabello había crecido y lo peinaba como su padre. El azul de sus ojos había ido desapareciendo poco a poco, dándole la bienvenida a un verde. Y con forme crecía, sus ojos iba cambiando de color de manera frecuente.

Y no era por la apariencia con lo que te dabas cuenta de su relación, era más por la personalidad. Infantil, engreído algunas veces, cuidadoso  y amoroso.

Suspiré, dándome media vuelta para bajar las escaleras. Fue entonces cuando escuché la familiar voz de mi hija llamarme. Me detuve y cambié de dirección.

Juntando mis labios en una línea, toqué en la puerta de su habitación, de inmediato abrió.

Me encontré con su ceño fruncido, sus ojos brillaban con desesperación y molestia.

—¿Qué está mal, cariño? —pregunté, frunciendo el ceño también. Caminó dentro de su habitación y se sentó en su cama. Miré alrededor de la habitación pintada de color púrpura y rosa. Tenía decoraciones de princesas, con coronas pintadas en el techo, una esponjosa alfombra y una gran y rosada cama, situada justo en el medio.

Era el sueño de toda niña de su edad.

—¡No encuentro nada para usar! —suspiró. Mi ceño se hizo más profundo e hice mi camino hasta el gran armario. Había demasiadas blusas, vestidos y conjuntos acomodados de manera perfecta.

—¿De verdad? —le pregunté de manera sarcástica. Hizo un puchero, haciéndome rodar los ojos con diversión. Con un suspiro, caminé hacia ella, sentándome a su lado.

—Usa lo que quieras, cariño. Te verás hermosa. Además, solo vamos a la casa de los abuelos —le dije. Sacudió su cabeza, cruzando sus brazos sobre su pecho.

—Pero ahí va a haber personas —peleó.

—¿Y? Eso no importa, Sophia. Usa lo que sea, nadie va a analizar tu vestimenta —aseguré, acercándola a mí y pasando una mano por su cabello. Asintió con un suspiro.

—De acuerdo, ¡pero solo estoy haciendo esto por Max! —celebró, mencionando a su hermano pequeño. Reí y me puse de pie.

—Buena chica, él lo apreciará. Estoy segura —sonreí, mi corazón llenándose de calidez, sabiendo lo mucho que se querían. Con una nueva actitud, Sophia se puso de pie, caminando al armario y escogiendo un atuendo para esta tarde.

Respiré, cerrando la puerta a mis espaldas y quedándome ahí de pie. Los gemelos solo tenían siete años y eran algo difícil de manejar. Sabía que mientras pasaran los años mi trabajo como madre solo se iba a volver más difícil.

Me estremecí ante el pensamiento de mis hermosos hijos volviéndose adolescentes.

No quería que eso sucediera pronto.

Saliendo de mis pensamientos, recordé a mi hijo más pequeño.

Con una pequeña sonrisa en mis labios, hice mi camino hasta su habitación
La puerta estaba cerrada, ya que no quería que algún ruido lo molestara de su pequeña siesta. En silencio abrí la puerta, y entré en la habitación color azul.

Bound [ spanish version ]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora