- Tenemos que hablar... - exigió la reina, sin aceptar un no por respuesta.
- No hay nada de que hablar - contradijo Taita, dirigiéndose hacia la puerta con el semblante frío.
Azura no iba a dejar las cosas así, por lo que cuando Trateva se abalanzó sobre su nodriza con la espada desenvainada no la retuvo. Kismena dejó al niño en el suelo y corrió a socorrer a la joven.
- ¿¡Qué haces!? - gritó al ver como la espadachín posaba el filo de su espada en la nuca de Taita, quien permanecía inmóvil con los párpados cerrados - ¡Prima, por favor, detén esta locura!
- No hasta que me deis una explicación - murmuró la reina, acercándose a ella con porte solemne - No creas que no siento nada al verla así, Kismena. Me duele tanto como a ti, pero, si no hay más remedio...
El semblante de la reina era frío como el hielo. Su sonrisa había muerto en sus ojos, desafiantes e irritados.
- «Tiene que volcar su ira y su frustración en alguien» - quiso pensar Kismena. - «Piensa que la hemos traicionado...»
De nuevo, fijó su mirada en la expresión de su prima. Permanecía al lado de su vasalla, mirando el filo de la espada, expectante, como si buscase algún tipo de respuesta en meros gestos.
- ¿¡Pero el qué!? ¿¡Qué te duele!? - sollozó la chica de cabello celeste. - Az, tú no eres así... ¿Qué te hemos hecho?
Azura rió de forma fría, sin apenas mover los labios, mostrando una sonrisa algo siniestra.
- No sabéis mentir... - fue lo único que dijo.
Kismena comenzó a respirar con dificultad.
- No mentimos - se excusó. - Nunca podríamos...
- Kismena - la cortó Taita de forma brusca. - Para, no sigas.
La chica bajó la mirada, intentando esquivar la fulminante mirada de su prima, quien le ordenó a Trateva que retirase la espada. La espadachín obedeció a regañadientes y fue a comprobar como seguía su compañero, sin dejar de vigilar a Taita, que se había girado para poder sostener la mirada de su protegida.
- ¿Qué queréis saber? - preguntó la joven de cabellos plateados.
- Todo... - suplicó Azura, algo más calmada, dejando a un lado su parte imperturbable e insensible.
- ¿Todo?
- Todo - repitió la joven reina de nuevo. Sus palabras, agónicas y firmes mostraban una súplica que jamás revelaba.
La nodriza pasó una mano por su nuca. Con un escalofrío presente en su espalda recorrió el lugar donde se había posado el filo de la espada. Suspiró con pesadez y añadió:
- Bien. - murmuró - Acompañadme, por favor. Es una larga historia...
La joven reina asintió. Las tres se dirigieron al balcón, donde había una pequeña mesa y un par de sillas. Azura hizo ademán de sentarse, cuando alguien tiró del bajo de su vestido. Era el pequeño Miklo, que jugaba con los pliegues de su falda. La joven reina le sonrió y lo cogió en brazos, sentándolo en sus rodillas. El niño se recostó contra ella y su madre les dirigió una dulce sonrisa a ambos. Kismena se sentó junto a su prima con recelo, hasta que ésta le ofreció la mano. La chica estrechó su mano con cariño, preguntándose donde había quedado aquel ser inamovible con el que había discutido segundos antes.
En ese momento, Trateva salió al balcón y se sentó junto a su señora, ignorando la mirada de Taita, que se había sentado frente a ella y miraba a su protegida con cierta vergüenza.
- Afachi está mejor - puntualizó la joven rubia. Se recostó contra su silla y se cruzó de brazos. - En un par de días estará como nuevo - sonrió.
- Gracias, Taita... - murmuró Azura, haciendo caso omiso a la indiferencia que mostraba su vasalla, quien desvío la mirada al oír el nombre de la muchacha. - Ahora, por favor, quisiera que nos explicaras que es lo que ha pasado exactamente y hasta que punto estás involucrada en todo este asunto.
- Lo haré con gusto señora, pero, por favor prometedme que no le diréis nada a nadie de esta conversación.
La joven asintió y su nodriza comenzó a hablar con aire calmado.
« Todo empezó hace unos veinte, casi treinta años, cuando yo era solo una niña y vivía junto a mi padres y mi hermana en una pequeña aldea del norte. No éramos un poblado muy grande la verdad, pues no superábamos los cincuenta habitantes. Nos dedicábamos a la agricultura y a la ganadería y cuidábamos con cariño nuestras tierras. Si soy sincera, no éramos un pueblo muy devoto, a pesar de que había un templo muy importante cerca de nuestros campos.
Mis padres eran los jefes de la aldea, dos personas muy queridas y respetadas por todos que trabajaban muy duro por su gente. Un día, mi madre cayó gravemente enferma... »
La joven hizo una pausa. Azura notó como le costaba recordar aquellos tiempos y se arrepintió de haberla sometido a tanta presión. Estrechó su mano con fuerza, dándole ánimos para continuar.
« En el pueblo teníamos buenos recursos medicinales, ya que los reyes habían ordenado distribuir libros de medicina por todas las aldeas del reino. Varios médicos vinieron de los alrededores para tratarla, consiguiendo que mejorara poco a poco. Lamentablemente, una noche, cuando ya casi se había recuperado, uno de los médicos se equivocó de medicina y le suministró un veneno mortal que acabó con su vida tras varias horas luchando por sobrevivir. Mi hermana, mi padre y yo lloramos su muerte durante meses, hasta que un día mi hermana desapareció de la aldea sin dar explicaciones a nadie, dejándome sola. Yo intenté seguir con mi vida normal, dirigiendo la aldea junto a mi padre y su nueva mujer, la cual tenía dos hijos algo mayores que yo. No volvió a haber ningún problema grave en el poblado, por lo que mi padre y mi madrastra decidieron enviarme un tiempo a vivir al templo que había en las afueras. Allí aprendí varios idiomas, me empecé a aficionar al arte de la poesía y me hice sacerdotisa, además de que aprendí principios básicos de medicina y curación mágica. Cuando cumplí los quince años volví a la aldea, donde me instruyeron en el arte de las armas y empecé a enseñar a los niños más pequeños, ejerciendo de maestra. Pasaron los años y la vida siguió...hasta que una noche una joven encapuchada se coló en el pueblo. Yo estaba haciendo guardia cuando me percaté de su presencia, así que cogí mi lanza y me dispuse a ver que era lo que tramaba. La encontré en los límites del poblado, junto a la tumba de mi madre. Al verla allí enloquecí de pura rabia y le asesté un mandoble en el brazo izquierdo, propiciándole una profunda herida. No fui consciente de mi error hasta que ví su rostro iluminado bajo la luz de la Luna, que brillaba llena en lo alto del firmamento. Era mi hermana. Había cambiado mucho, ya no era la niña de nueve años que yo recordaba. Pero, aún con recelo, le pregunté entre sollozos donde había estado todos estos años y que hacía allí. Ella, con una voz oscura impropia de una criatura viva, me explicó que había ido en busca de alguien que la guiase por los caminos de las artes oscuras, para, después de aprender lo suficiente, poder resucitar a nuestra madre, quien, según ella, había sido injustamente sacrificada. Yo le advertí, le dije que aquello era una locura y le supliqué que se quedase a mi lado. Mi hermana no me escuchó, así que no tuve más remedio que intentar detenerla. Conseguí herirla de gravedad en el vientre, cuando utilizó su magia negra para invocar guerreros fantasma, que comenzaron a aparecer de entre la tierra.»
Un pensamiento cruzó fugaz la mente de todas, y Azura no pudo evitar que sus profundas sospechas escapasen de entre sus labios:
- Anankos... - murmuró, con los ojos muy abiertos.
Taita asintió y siguió hablando.
« En ese momento, cuando ya lo daba todo por perdido y el miedo controlaba mis sentidos, un escuadrón de caballeros venidos de la corte irrumpieron en el bosque y comenzaron a masacrar a las tropas invocadas por mi hermana. En un descuido, mi hermana decidió llevar a cabo su plan, resucitar a nuestra madre usando el arte de la nigromancia. Se colocó frente a la lápida y comenzó a recitar un extraño conjuro, cuando uno de los caballeros le prendió fuego a la lápida, incinerando lo que quedara del cuerpo de nuestra madre, anulando así el hechizo. El rostro de aquel caballero quedó grabado en la memoria de mi hermana para siempre y el nombre de Athan sigue resonando aún en sus peores pesadillas... »
Azura palideció al oír el nombre de su difunto padre, pero no hizo ningún comentario al respecto. Dejó que Taita siguiese con la historia.
La nodriza vió el rostro cubierto de añoranza que mostraba su protegida, pero decidió seguir hablando, pues ya era demasiado tarde como para echarse atrás. Volvió a respirar con fuerza para continuar:
« Mi hermana enloqueció de furia e intentó asesinar al rey, sin resultado alguno. No tardaron en prenderla y, al ver que se resistía a los guardias del rey, la golpearon en la nuca para que se desmayase. Nos llevaron a ambas a palacio, pensando que yo también era cómplice de aquella locura. Nos encerraron en una de las mazmorras del castillo y nos interrogaron a ambas. Yo no le dirigí la palabra a mi hermana en ningún momento, ya que había enloquecido y no se prestaba a ayudar. A pesar de todo quise curarle la herida que presentaba en el vientre, la cual había empezado a tomar un aspecto negruzco. Ella se negó rotundamente, convirtiendo así la herida en un agujero negro en su vientre. No dió la cara por mi en ningún momento, pero logré escapar fácilmente, pues uno de los magos que nos interrogó vió que mi mente estaba limpia y que yo no era más que una mísera testigo de todo lo sucedido. Una vez fuera de la prisión, el rey me pidió disculpas por su insensatez y la reina me ofreció trabajo en la corte. Yo acepté encantada y empecé como doncella de la reina, convirtiéndome en su persona de mayor confianza, hasta que, un par de meses después, nació Azura y me convertí en su nodriza. No volví a ver a mi hermana ni a saber de ella, hasta que un día, cuando Anankos destruyó la capital y huí con Kismena a las montañas, sentí una extraña presencia en el castillo. Y mis sospechas se confirmaron cuando ví una silueta encapuchada sobrevolando los cielos a lomos de un extraño dragón...
Pasaron los años y yo me olvidé de ella casi por completo. Pero, hace no mucho, sentí esa misma sensación en las paredes del castillo. Me asusté y decidí comprobar si seguía rondando por aquí. Llegué hasta el límite con Nohr, muy cerca del norte del imperio nestrio, cuando una horrible sensación recorrió mi cuerpo y una tibia niebla violácea nubló mis sentidos. »
El corazón de la reina se detuvo un segundo.
- ¿Una niebla violácea? - murmuró con temor, uniendo hilos.
Taita asintió y Azura dejó escapar un sollozo.
- «Una niebla violácea inundó la estepa, tragándose a todo aquel que alcanzaba.» - había dicho Takumi.
- Anankos instruyó a mi hermana en sus artes oscuras, convirtiéndola en una maga muy poderosa, capaz de resucitar a los muertos, además de que consigue sin mucha dificultad que las personas obedezcan sus órdenes... Al igual que los dragones - explicó la muchacha.
Un nudo se formó en la garganta de la reina, impidiéndole hablar. Empezó a unir cabos sueltos, poco a poco y recordó, sin mucho esfuerzo:
- Te advertí que siempre la llevarás... - murmuró, antes de caer inconsciente - Te protege de los dragones...
- Corrin... - gimió, derramando un par de lágrimas.
¿Cómo?, se preguntó. ¿Era posible que no todo fuese tan sencillo como aparentaba ser? ¿Cabía alguna esperanza de que...?
- «No» - se dijo, volviendo a la realidad - «Es imposible...»
- Majestad... - susurró Taita, y acarició el rostro de su protegida - Lo que le ha pasado a Afachi es fruto de esa misma magia negra. Somete tu voluntad y, si intentas resistirte, lanza contra tí un torrente de agonía que te hace perder el sentido. Cubre tu cuerpo de estrías moradas y nubla tu mente por completo. Si es tratada a tiempo y con la magia apropiada, tiene cura. Si no, es imposible hacer nada... - explicó. Hizo una pausa y levantó el mentón de Azura para poder mirarla fijamente. - Puede que todo no sea como creáis. Puede que aún quede una esperanza...
- ¿Por qué iba a haberla? - exclamó la joven, hirviendo de ira y desconcierto.
- Porque no lo han encontrado... Y eso significa que no está tan muerto como pensáis.
Azura suspiró y miró a Trateva. Entonces, una idea rondó su cabeza. Acarició con cariño su vientre, oculto tras la tela de su vestido y añadió, levantando la mirada, solemne e indiscutible.
- No descansaré hasta encontrarlo - murmuró - Recorreré cielo y tierra si es necesario, pero no pararé hasta encontrarlo.
- «Porque Corrin no está muerto, - se dijo - si fuese así mi corazón ya habría dejado de latir... Si sigo viva, ¿por qué no lo hará él?»
Besó su anillo de compromiso y perdió la mirada en el horizonte, bajo las luces del amanecer...
- Te encontraré. - susurró, tan bajo que nadie oyó sus palabras - Te lo prometo...Holi✋✋✋, bueno aquí os dejo el capítulo número dieciseis. Espero q os esté gustando. ¡¡Buen finde!!💗😘
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Fire Emblem Fates II: Amanecer
Fanfiction(Segunda parte de Fire Emblem Fates: Unión) La mayoría de personajes de esta historia pertenecen a Nintendo y a Intelligent System. La historia es 100% mía. Han pasado cinco meses desde que Corrin y Azura derrotaron a Anankos y le devolvieron la lib...