27: Besos

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Trateva corría por el bosque, llamándolo con ímpetu, mientras las zarzas y los arbustos raspaban sus tobillos y sus rodillas. Su cabello, recogido en dos coletas rubias, caía por su espalda, danzando de un lado para otro. La copa de los árboles impedía que la luz llegase al suelo, bañando aquel sendero envuelto en la penumbra.
- ¡AFACHI! ¡AFACHI! - repetía una y otra vez, quedándose sin aire, corriendo más y más rápido.
Los pájaros revoloteaban a su alrededor y las ardillas saltaban de una rama a otra, vigilando a la muchacha tras las verdes hojas de los abetos y los pinos. Trateva tropezó con la raíz saliente de un árbol que se colaba en el camino, pero aquello no hizo más que animarla a seguir corriendo. La temperatura disminuía poco a poco, dando a entender que el día llegaba a su fin.
Absorta en sus pensamientos, corrió hasta el borde de un desfiladero, cayendo al vacío. Trateva gritó con todas sus fuerzas, viendo que aquel barranco parecía no tener fin. Rápida, desenvainó su espada y la clavó entre dos rocas, logrando parar la caída, cuando la hoja de su espada se quebró debido a su peso y volvió a caer, esta vez sin nada con lo que aferrarse. Entonces, sintió como alguien le agarraba la mano con fuerza, impidiendo que cayera de nuevo. La chica levantó la cabeza, encontrándose con la mirada esmeralda de Afachi. El muchacho estaba agarrado a varias rocas con una mano, aferrado a ellas con todas sus fuerzas, mientras que con la otra mano agarraba a Trateva, quien lo miraba atónita. El muchacho río, todavía impresionado por el susto que le había dado Trateva.
- ¿Ves cómo entrenar me ha servido para algo? - dijo, elevando la voz para que lo oyese bien.
Trateva no respondió a su provocación. Le sonrió torpemente, asustada y sorprendida, y agarró la mano que la sostenía con fuerza, mientras él comenzaba a subir poco a poco. Tras una dura y peliaguda subida, lograron llegar al borde del precipicio, exhaustos. Trateva, agitada y todavía algo sorprendida, miró a Afachi con los ojos vidriosos.
- Tev, ¿estás bien? - preguntó el muchacho, sentado mientras respiraba con cierta dificultad.
Los ojos azabaches de Trateva se empañaron rápidamente por mil lágrimas delicadas y cristalinas. La muchacha no pudo aguantar más y con un profundo sollozo se lanzó a los brazos de Afachi y lo abrazó con fuerza.
- Ya está, Tev. - susurró el joven en el oído de la chica, tranquilizándola - No ha pasado nada, estamos bien.
- Perdóname... - sollozó Trateva, cerrando los ojos con fuerza. - Perdóname, lo que te he dicho ha estado horriblemente mal... Soy una desagradecida, lo siento... Por favor, perdóname...
- Uhm... Claro que te perdono, Tev. - murmuró, abrazándola más fuerte. - ¿Cómo no voy a perdonarte?
Besó su cabello y enterró el rostro entre sus mechones rubios, cuando la muchacha susurró dulcemente en el oído:
- Te quiero...
Afachi notó como Trateva se despegaba un poco de él y le cogía el rostro suavemente con ambas manos, mirándolo con cariño. Nervioso y con las mejillas ligeramente coloradas, pensó en separase de ella, repeler su contacto...pero cuando Trateva se acercó a él más que nunca y lo besó torpemente en los labios, siendo aquello un simple roce, Afachi no la rechazó. Sin saber muy bien que hacer, dejó que la muchacha continuara besándolo, con cariño y ternura.
Avergonzada, Trateva se separó de él poco a poco, con las mejillas coloradas y los ojos aún enrojecidos por las lágrimas. Agachó la cabeza y se levantó con rapidez para salir corriendo de allí, cuando Afachi la cogió de la mano y la retuvo a su lado para volver a abrazarla.
- Y yo también a tí... - murmuró el espadachín, rodeando la cintura de la joven con ambos brazos, sintiendo como ella sonreía contra su pecho.
Los dos cerraron los ojos suavemente y disfrutaron de la compañía del otro, mientras el sol se ponía por el horizonte.

- Listo - farfulló Takumi - Ya tenemos cena.
Leo no respondió a su comentario. La actitud infantil y arrogante que Takumi mostraba a menudo le era indiferente, totalmente innecesaria y absurda, muy absurda. Además, tenía cosas mejores en las que pensar. Volvió a escuchar la voz suplicante de Hinoka en su cabeza, rememoró su rostro descompuesto por la decepción, el miedo, la ira, la tristeza y la incertidumbre. Todavía no sabía como había sido tan miserable como para dejarla atrás sin ningún tipo de explicación. Todavía no sabía como había sido capaz de confiar en Takumi...
Suspiró pesadamente, observando sin mucho interés como el joven príncipe recogía las presas que había cazado y las dejaba en su zurrón mientras le daba los últimos retoques a la fogata que él había hecho. Se acercó hasta él, dispuesto a ayudar, y ambos empezaron a preparar la cena. Cenaron un par de perdices silvestres que Takumi había cazado, acompañadas de unas cuantas bayas que Leo había recolectado por los alrededores. Junto al calor que desprendía la fogata, las cosas parecían mejor de lo que en realidad eran, así que ambos príncipes no tardaron mucho en comerse la cena tan rápida y rústica que habían preparado.
- ¿Todavía le estás dando vueltas al asunto? - le preguntó Takumi, aunque aquella pregunta sonó más como una afirmación.
- ¿No me digas que tú no has pensado en ello? - contraatacó Leo, devorando el último trozo de su perdiz.
Takumi jugueteó con una de las bayas que tenía en la mano antes de responder:
- La verdad es que hemos sido un poco arrogantes al irnos sin decirle nada... - admitió el príncipe hoshidano.
- ¿Un poco? - dijo Leo, levantando una ceja.
- Muy arrogantes - se corrigió el joven, contando las flechas que le quedaban.
Suspiró, mirando las puntas de sus flechas contra la luz de la fogata, observando el filo de acero con remordimiento, preguntándose si estaban haciendo lo correcto. Tal vez aquello no era más que otra de sus muchas honestas acciones suicidas que todo el mundo acababa rebatiéndole. A lo mejor no era demasiado tarde para regresar junto a su hermana, pedir disculpas por haber desaparecido durante un par de días e intentar comenzar una nueva vida, dejando atrás el pasado...dejando detrás a Corrin...y a Azura.
Inconscientemente, el muchacho dejó que una lágrima resbalase por su mejilla izquierda, sintiendo como la mirada de Leo se clavaba en él.
- ¿Qué? - preguntó Takumi, volviéndose para mirar a Leo, enfadado. - ¿Nunca has visto a alguien llorar? - murmuró, limpiándose las lágrimas con la manga de su chaqueta.
Leo no respondió. Volvió la cabeza, mirando de nuevo la fogata con una triste sonrisa en los labios. Las llamas danzaban lentamente, haciendo que los pequeños tocones ardieran poco a poco. Pequeñas lágrimas amarillentas escapaban de la hoguera, siendo transportadas por el viento hacia las estrellas.
- Yo me voy a dormir - murmuró Takumi, cogiendo su zurrón para sacar una tosca manta de piel y tenderla sobre la hierba. - Buenas noches - añadió, tendido sobre ella y tapado con otra manta algo más suave.
- Buenas noches... - respondió Leo, dándole la espalda a Takumi.
Se fijó más en las flamantes e imponentes llamas, cuando su mente le jugó una mala pasada. Le pareció ver su rostro entre las llamas...
- ¿Hinoka...? - susurró, entrecerrando los ojos un poco para ver mejor.
Entonces le pareció oír su risa entre los árboles. El joven se irguió rápidamente, buscándola con la mirada entre los arbustos.
- Hinoka...
Volvió a escuchar su risa, esta vez entre las llamas de la fogata. El muchacho se volvió hacia las arbustos, no sin antes sacar a Brynhildr de su zurrón, por si acaso. No era la primera vez que unos extraños espíritus jugaban con él, engañándolo.
No muy seguro de lo que oía, comenzó a inspeccionar el claro, con cuidado de no despertar a Takumi. Después de revisar varias veces el terreno, decidió pensar que aquella voz que había oído era fruto de la tensión y el cansancio, por lo que volvió a sentarse sobre el tocón que habían colocado frente a la fogata.
Tras un buen rato meditando frente al fuego, decidió imitar a su compañero e irse a dormir, no sin antes apagar la fogata. Abrió su libro de hechizos en busca de algún encantamiento acuático, cuando una voz lo llamó dulcemente:
- Leo...
El príncipe levantó la cabeza.
- ¿Hinoka...? - volvió a preguntar, temeroso.
La voz río, dando a entender que la había reconocido. Entonces las llamas de la fogata empezaron a contraerse y a expandirse en amplias ondas, formando la silueta de la joven princesa hoshidana. Leo se quedó petrificado al verla frente a él, sonriéndole cariñosamente. Su cuerpo entero estaba formado por las llamas que segundos antes ardían frente a sus ojos, pero su sonrisa era tan verdadera que el joven no pudo evitar llorar.
- Hinoka... - sollozó, inmóvil de la emoción.
La muchacha se acercó hasta él lentamente, haciendo que las plantas que crecían a sus pies se marchitaran rápidamente. Cuando llegó hasta él, cogió su rostro con ambas manos y acarició sus mejillas con dulzura. Una lágrima se detuvo en el dedo índice de la joven, volviéndolo completamente negro, carbonizado. Aquel color comenzó a extenderse por todo su brazo, llegando hasta su hombro y expandiéndose por su pecho, llegando hasta los tobillos con fugacidad.
Leo siguió llorando sin consuelo, mientras el cuerpo de la joven se carbonizaba poco a poco, apagando su luz.
- Me gustaría pasar más tiempo contigo - susurró Hinoka, apenada - pero tengo que irme ya...lo siento.
- No... Hinoka...
- Shh... - dijo, acercándose a él para besarlo con ternura, haciéndole callar.
Leo envolvió el cuerpo de la joven con sus brazos, abrazándola con fuerza, deseando que permaneciera a su lado. El príncipe vió como su cuerpo ya casi no brillaba y comprendió que debía despedirse de ella. Hinoka enterró su rostro en el cuello de Leo, susurrándole al oído:
- Buenas noches... Te quiero... - susurró, tristemente, cuando una ráfaga de aire se llevó su cuerpo, formado por miles de cenizas que impregnaron el cielo aquella noche de primavera.

Fire Emblem Fates II: AmanecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora