14: ¿Cómo decirte adiós...?

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Kaze abrió la puerta del despacho bien entrada la noche. Se deslizó lentamente dentro de la habitación y se quedó parado junto a la entrada. La observó en silencio, esperando a que ella hablase. Pensó en dejar el informe e irse, dándole intimidad, pero sabía que aquello no estaría bien. No podía dejar las cosas así. Ella haría preguntas. Necesitaba que alguien respondiese a ellas.
Permanecía de pie frente a la ventana, solemne como una estatua, tensa, pero majestuosa, a la vez que escalofriante. Su vestido azul marino caía en cascada sobre la alfombra azulada, y ocultaba su rostro tras un leve velo de un azul muy oscuro. Las luces del anochecer recortaban su figura, mostrando en su rostro reflejos azulados. Una pequeña tiara plateada relucía entre sus cabellos, recogidos en una larga trenza que llegaba hasta sus rodillas. Mostraba una expresión fría, casi muerta, que hacía que un escalofrío recorriese tu espalda. A pesar de todo, de vez en cuando mostraba alguna fugaz sonrisa de aspecto formal y angustioso. Tenía una mano en el vientre, protegiéndolo, mientras con la otra mano jugueteaba con su colgante.
La joven reina suspiró pesadamente, mostrando su malestar.
- Mira... - le dijo a Kaze sin volverse - ¿Ves que oscura está la Luna esta noche?
- Sí, mi señora. Tiene un aspecto frívolo y gélido... - murmuró, sin inmutarse.
- Frívolo y gélido... - susurró ella - Como mi corazón... - vaciló un momento, dejando que su mirada divagase entre las estrellas. - Es irónico, ¿sabes? - continuó. Kaze se acercó más a ella, quedando a su lado. - Mi padre... - cogió aire antes de continuar - me pidió que me quedase a su lado. Me dijo que él podría protegerme... Yo le hice caso y, cuando Corrin me prometió permanecer siempre juntos, nos creímos invencibles... - Azura soltó un breve suspiro, casi una risa, débil e inerte. - Fui una tonta al pensar que la paz era posible, que siempre estaríamos juntos... - se volvió para mirar a Kaze con los ojos vidriosos, pero no derramó una sola lágrima al añadir - No te enamores nunca, Kaze. Al principio todo es fácil y hermoso. Te crees invencible y no ves la realidad porque crees que todo es posible al lado de esa persona. Pero, tarde o temprano, la realidad alcanza tus ojos... Y no sabes lo doloroso que puede llegar a ser... Es como si mil espadas atravesaran tu corazón, dañándote con fuerza, taladrando tu alma sin piedad, y tú lloras pidiendo que todo acabe, cierras los ojos esperando que todo sea una terrible pesadilla... Pero nunca volverás a abrir los ojos, porque esto no es una pesadilla. Se llama amar y duele...mucho. - recalcó, con todo el dolor de su corazón.
El joven ninja ahogó un jadeo al sentir como su mirada sin vida se clavaba en sus ojos castaños, atravesando su corazón con mil espadas mientras su expresión fría taladraba su alma.
Entonces, la joven reina se desplomó de golpe, pero Kaze fue más rápido y logró sostenerla entre sus brazos. La dejó reposar en el alféizar de la ventana y le tendió el papel que le había traído. Ella lo leyó con gesto neutro. Alzó la cabeza y miró a Kaze.
- Mañana será el funeral - murmuró con la cabeza gacha - Lamento no haber podido encontrarlo, Majestad. - se despidió de ella con una breve reverencia y abandonó la sala - Descansad... - le pidió con cariño, antes de cerrar la puerta.
Azura cerró los puños con fuerza, arrugando el papel con energía. Se levantó rápida hasta la mesa de su despacho. Temblorosa y con los ojos empañados, abrió uno de los cajones del escritorio. Dentro, en uno de ellos, había una pequeña daga que Corrin le había traído tras uno de sus viajes a Nohr. La sostuvo con cuidado entre sus dedos, mirándola con atención. Se clavó la empuñadura en la palma de su mano de tan fuerte como la estaba apretando, dejando pequeñas marcas entre sus dedos.
Entonces, la alzó y observó su filo a la luz de la Luna. No pudo retener más lágrimas. Siguió observando el filo un buen rato y entonces posó la punta de la daga sobre su pecho. Un mero gesto de su muñeca abría bastado para acabar con su vida, pero no se atrevió a hacerlo, no enseguida. Tras una breve vacilación, se decidió a hacerlo, cuando vió a alguien paralizado en el umbral de la puerta.
Leo llegó fugaz a su lado y logró arrebatarle la daga sin lastimarla. Azura se revolvió entre sus brazos, nerviosa, pero el joven príncipe la acunó poco a poco, calmándola mientras intentaba disimular el miedo que había invadido su corazón al verla allí parada, dispuesta a acabar con su vida y la de su hijo. La joven reina gritó y lloró de pura angustia y miedo, siendo consciente de lo que había estado a punto de hacer.
- Por Sarinnad... ¿Qué he hecho? - murmuró ella, consciente de la situación.
Enterró el rostro en el pecho de su hermano y lloró con energía. Leo la meció con cuidado, intentando que se calmase.
- Leo... Lo siento... Yo...
- Tranquila, estoy aquí. No ha pasado nada.
- No, sí que ha pasado. Por poco me mato. ¡Maldita sea, Leo! Por poco mato a...
- Shh - la cogió en brazos y se sentaron de nuevo en el alféizar. - Ambos estáis bien, eso es lo que importa...
Azura se pegó más a él y dejó que una discreta lágrima rodase por su mejilla derecha.
- Estoy loca - murmuró, mirando las estrellas con expectación.
- No - negó su hermano, abrazándola con fuerza - Estás enamorada...
Azura cerró los ojos y deseó que todo acabase pronto. Pero, como antes le había dicho a Kaze, no iba a despertar, porque aquello no era una pesadilla.
- Duele - susurró, buscando su mano.
Tras encontrarla, la estrechó con fuerza y dejó caer la cabeza sobre su pecho.
- Lo sé - respondió él, besando sus nudillos con cariño - Lo sé...
Tras un breve silencio, Leo comenzó a juguetear con los anillos de su hermana. Mostraba dos en la mano izquierda. El primero reposaba en su dedo índice y era bastante llamativo. Constaba de una reluciente piedra de color aqua, que había ido pasando de rey en rey durante años. Azura sabía que aquella piedra era muy importante para su pueblo, por eso siempre la llevaba, sintiéndose orgullosa y responsable de su reino y de sus gentes.
El otro anillo descansaba en su dedo anular. Aquel era uno de los tesoros de la reina, pues era su anillo de boda. Era plateado con reflejos azulados y mostraba una pequeña inscripción, que decía:
- "Siempre a tu lado. Siempre juntos" - escrita con la letra de Corrin.
- Leo... - murmuró ella, haciendo que bajara de las nubes. - ¿Tú le echas de menos?
Leo la despegó un poco de sí para mirarla fijamente, perplejo, mientras la mirada de su hermana aún se perdía entre algún rincón del cielo vallés.
- Claro que sí, Az. ¿Qué te hace pensar lo contrario?
- Ha sido esta mañana... Iba andando por los jardines cuando oí hablar a un par de nobles extranjeros, probablemente nestrios. Dijeron... - tragó saliva y cerró los ojos un momento - dijeron que Corrin estaba mejor muerto. Si hubiese tenido fuerzas les habría contradicho... Pero no puedo más, Leo. - se volvió para mirarlo fijamente. - No puedo más... Tengo que encontrarlo...
- Han inspeccionado la zona varias veces, y sabes tan bien como yo que no lo han encontrado.
- El único al que no han encontrado...
Ambos suspiraron pesadamente. Azura no tardó en caer rendida en brazos de su hermano, con una idea en mente. No podía dejar las cosas así. Debía encontrarlo, solo eso podría hacer que volviera a respirar... Porque ella estaba tan muerta como él, y los muertos no pueden descansar en paz tan fácilmente.

Fire Emblem Fates II: AmanecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora