39: Llamas

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El dragón volvió a batir con dificultad sus enormes y oscuras alas, atravesando las rojizas nubes que componían el cielo con su mirada esmeralda. Sintió como una nueva descarga hacía convulsionar con levedad su escamoso cuello y sus fuertes garras, y él no tuvo más remedio que contraerlos con cuidado en un intento de disminuir su dolor. Volvió a batir las alas mientras hacía una piruleta hacia la derecha, descendiendo con gracia hasta el suelo en cuanto divisó el macabro y gigantesco castillo que se alzaba imponente en mitad del infierno.
Enseguida se transformó de nuevo en un muchacho de cabello oscuro y ojos color jade que posó su mirada, fría e inquietante, en uno de los tétricos torreones del castillo. Vessperion retiró un mechón oscuro de su frente mientras que con la mano derecha se aseguraba de que su resplandeciente katana seguía brillando en su cinto. El joven todavía no sabía como había logrado llegar hasta el mismísimo infierno. Confiaba en que Azura hubiese logrado abrir la Puerta, permitiéndole de esa forma poder colarse en las entrañas de aquel desolado y desesperante lugar que durante tantos años había estado buscando. Tal vez por eso se detuvo un instante junto al portón de entrada, observando con detenimiento hasta el más mínimo detalle de aquel lugar.
Vessperion rozó la puerta con la yema de los dedos en una suave caricia, haciendo que ésta se abriese lentamente, permitiéndole entrar tras unos instantes. El joven volvió la vista atrás una última vez antes de adentrarse en la boca del lobo, preguntándose de nuevo cuantas posibilidades tenían de salir vivos del infierno...

- ¡KISMENAAA!
La joven volvió la mirada al frente, pero ya era demasiado tarde. Observó como la punta de aquella flecha se acercaba a su corazón, rápida y mortal, y pensó que, después de todo lo que había pasado para llegar hasta allí, el destino la había vencido, llevándosela de este mundo antes de tiempo; sin embargo, uno siempre puede vencer al destino, por muy disparatado y pesado que éste nos parezca.
Una inagotable chispa de esperanza seguía brotando en el corazón de Kismena, reflejándose de forma incandescente en sus enfurecidos ojos anaranjados.
- «Si he de morir... - pensó la muchacha, seria. - que sea plantándole cara al destino...»
Y, en un rápido movimiento de muñeca, Kismena desenvainó su espada y la interpuso entre su esperanzado corazón y la mortal flecha que pretendía acabar con ella. Ambas armas chocaron, pero la flecha terminó por ceder, cayendo al pedregoso suelo para clavarse en él fijamente.
Trateva y Takumi se detuvieron antes de llegar hasta ella, asustados y agitados, con el corazón en un puño, sintiendo como su irregular respiración se paraba un instante. El joven príncipe posó una mano en el brazo de Trateva, indicándole con la mirada que no se moviese de allí. Ella observó confusa como Takumi clavaba su mirada en Ummal, caminando lentamente frente a él, interponiéndose entre ambas tropas. Cuando llegó a la altura de Kismena, giró sus talones para mirarla a los ojos fijamente, dándole la espalda al capitán de la Guardia Nestria.
Afachi se asomó entonces por una de las almenas de la muralla para buscar entre los soldados a Trateva y a Takumi, agotado después de haber ayudado a evacuar a todos los habitantes de la parte sureste de la ciudad, donde estaba la entrada principal a Cyrkensia, lugar que no tardaría en convertirse en un campo de batalla si Takumi no hacía algo pronto. Lo vio parado entre ambas tropas, con una mano posada en su carcaj y la mirada fija en Kismena, quien lideraba su tropa montada en la grupa de un bello caballo bayo. La joven se veía totalmente convencida de lo que hacía, o al menos eso transmitía su postura, totalmente relajada.
El joven espadachín encontró a su novia después de un tiempo buscándola entre la multitud. Trateva se mantenía ligeramente apartada de toda aquella tensión, esperando tal vez que Takumi se decidiese a plantarle cara a Kismena para poder usar su espada con total libertad. Afachi silbó para llamar su atención, haciendo que ella no dudase en reunirse con él en la parte alta de la muralla.
- Afachi... - murmuró la joven espadachín, corriendo hasta él para refugiarse en sus brazos.
Afachi la abrazó con fuerza, depositando un sonoro beso en su alocado cabello rubio, cuando Trateva se separó bruscamente de él para asomarse por las almenas de la muralla. El muchacho se acercó a ella, rodeando su cintura con un brazo mientras averiguaba que había llamado la atención de la chica. Un escalofrío seco recorrió su espina dorsal cuando vió la enorme nube de tierra que empezaba a divisarse por el horizonte.
- Mierda... - maldijo Afachi al distinguir las siluetas de Hinoka, Camilla, Leo y Ryoma en la lejanía.
Se separó de Trateva y, con su espada desenvainada, comenzó a correr escaleras abajo con toda la urgencia del mundo, bajando los escalones de tres en tres.
- ¿¡A dónde vas!? - le gritó Trateva cuando lo vió cruzar una de las entradas a la muralla montado sobre un corcél tordo.
Afachi se volvió con rapidez, lanzándole una diligente mirada mientras seguía avanzando. Trateva vió que sonreía, y entonces supo que tenían que actuar, meticulosa y eficazmente, pero tenían que actuar, y pronto, si no querían que todo por lo que habían luchado se fuese al traste.
Bajó la cabeza, observando su espada con decisión mientras su mano izquierda se cerraba entorno a su empuñadura, aferrándose a ella con esperanza. Su mirada azabache se levantó junto al sol, el cual se elevaba por el horizonte, clavando sus ojos en los soldados nestrios. Por primera vez en su vida, tuvo totalmente claro que no iba a dejar que nadie cayese luchando en aquella batalla. Nadie. Ni enemigo ni aliado. Comprendió que ella no era parte de una guerra entre buenos y malos, sino una soldado más que, como todos los demás, tenía sus propios objetivos. Objetivos que nunca llegarían a ser totalmente puros y acertados, pero eran una parte más de ella, algo por lo que estaba dispuesta a pelear, pero no a matar. Porque tus objetivos pierden su nobleza en el momento en el que los manchas con la sangre de otros...
Se mordió el labio inferior y comenzó a bajar las escaleras del torreón en el que se encontraba fugazmente, llegando enseguida a unas pequeñas cuadras que había en mitad del lado interior de la muralla. Se fijó en que aquella cuadra era exclusivamente de wyvern, y entonces una alocada idea cruzó su mente.
- «Necesito ganar tiempo» - se dijo, mientras comenzaba a abrir las cuadras de los wyvern a golpes. - «Az necesita tiempo...»
Golpeó la puerta de uno de los establos con una estaca de madera, haciendo que el cierre de la cuadra cediera y varios wyvern empezaron a revolotear por la zona. Repitió la misma estrategia varias veces, hasta que consiguió dejar libres a todos los wyvern. Los animales comenzaron a salir de sus cuadras, alterados por todo el escándalo que había montado la joven.
Trateva los miraba nerviosa y algo asustada, con un espada y una estaca de madera como única defensa. No estaba acostumbrada a tratar con animales, eso siempre se le había dado mejor a Afachi, y el wyvern que ella montaba era mil veces más manso que a los que había liberado. Lanzó un pequeño grito cuando uno de los wyvern se acercó hacia ella en un inesperado respingo, retrocediendo poco a poco mientras intentaba mantener la calma.
- Vale - le susurró al dragón. - Tranquilo... - dijo, extendiendo su brazo derecho en un intento de mantener alejado al animal, el cual la miraba fieramente a través de sus profundos ojos rojizos.
El wyvern dejó entrever sus afilados dientes mientras amenazaba a Trateva con un profundo gruñido gutural, avanzando hasta ella pausadamente, tomándose su tiempo.
La joven jadeó cuando vió a otro wyvern imitar la estrategia de su compañero, enseñándole los dientes en una horrible mueca mientras la rodeaba poco a poco. Apretó la empuñadura de su espada con fuerza cuando se vió completamente rodeada, dispuesta a pelear contra aquella banda de dragones hambrientos y enfurecidos.
- «¿Por qué siempre salen mal mis planes?» - se preguntó, alterada, intentando mantenerse relajada y mostrándole a los animales un gesto superior y autoritario, el cual se transformó en un grito alarmado cuando uno de los wyvern se abalanzó sobre ella inesperadamente.
Trateva reaccionó, cubriéndose la cabeza con ambos brazos mientras se acuclillaba contra la pared del establo. Por fortuna, una de las antorchas que iluminaba el interior del establo cayó al suelo cuando Trateva chocó contra la pared, formando un círculo de fuego alrededor de la muchacha, que abrió poco a poco los ojos cuando oyó el fuego arder. Asombrada, vio como todos los wyvern permanecían expectantes alrededor del fuego, contemplándolo con respeto y asombro a la vez. Los ojos de los animales brillaban con fuerza, y una fugaz idea cruzó la mente de Trateva.
Logró hacer memoria de sus primeros años estudiando en la escuela de su poblado, recordando la primera vez que había montado un wyvern. Ella apenas tendría seis años, y su maestra le había explicado que, si había algo que lograba amansar y controlar a los wyvern, era el fuego. Y eso era exactamente lo que tenía que hacer. Controlar a todos aquellos wyvern para ganar tiempo y lograr salir de allí.
Volvió la mirada hacia la entrada del establo cuando oyó la cálida y amigable voz de Takumi hablar al otro lado de la muralla, y un escalofrío no dudó en alojarse en su nuca. Algo no iba bien.
- ¿Takumi...?

Fire Emblem Fates II: AmanecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora