36: ¿Empieza la guerra...?

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Manal espoleó a su corcél alazán, oyendo como los cascos del animal rechinaban contra las pedregosas calles de la ciudad. La gente se apartaba, atónita y desconcertada, al paso de su ejército, observando con incredulidad como las tropas del capitán vallés cruzaban fugazmente Ípoles. El joven volvió atrás su azulada mirada, esperando que, en algún momento, Lilah apareciese entre sus soldados seguida de su ejército, dispuesta a seguirlos a él y a Ryoma hasta Nestra para vengar la muerte de sus reyes. Sin embargo solo vió como su capa azulada se zarandeaba de un lado a otro, ocultando de vez en cuando los rostros de algunos de sus soldados. Agarró con fuerza las riendas, volviendo a mirar al frente, fijándose en las decoradas almenas que se alzaban solemnes sobre él, gobernando la gigantesca muralla que rodeaba la capital vallesa.
Uno de los guardias que vigilaban la entrada a la ciudad corrió a abrirles una de las puertas cuando vió al capitán enfilar la calle principal de Ípoles, dejando que él y su ejército atravesasen la muralla. Manal saludó al muchacho cuando pasó a su lado, haciendo un breve gesto con la mano, mientras sus soldados seguían galopando con rapidez tras él.
Atravesaron la muralla, cruzaron el enorme puente que cruzaba el río Ylaida y galoparon entre la gigantesca estepa que se abría a sus pies, un poco antes de llegar a las montañas. Dejaron el mar Keraila a sus espaldas, dirigiéndose al norte del reino, cuando el joven capitán distinguió a su izquierda las tropas de Ryoma, que acababan de salir de la capital vallesa. Una enorme nube de polvo rodeaba al ejército del rey hoshidano, el cual se unió a ellos cuando empezaron a galopar entre los empinados senderos que conducían a las montañas.
Ryoma espoleó a su montura después de mirar a Manal con aprobación, haciendo que su caballo subiese hasta la parte alta de aquella montaña desde la que se divisaba todo el sur y el este de Valla, pudiendo contemplar sin dificultad como el sol empezaba a salir por el horizonte. Siguieron cabalgando un buen rato, sintiendo como el viento azotaba sus espaldas, hasta que, de pronto, Ryoma detuvo a su corcél tordo y mandó parar a sus tropas.
Manal obedeció las órdenes del rey hoshidano, reteniendo a su caballo en mitad de la meseta, volviéndose para ordenarle a sus soldados que detuviesen a sus monturas. El joven capitán se acercó hasta Ryoma, sosteniendo las riendas con una mano mientras que con la otra acariciaba la empuñadura de su espada.
- ¿Qué sucede, Majestad? - murmuró, confuso. - ¿Por qué nos detenemos?
Ryoma suspiró por lo bajo, levantando el brazo derecho para señalar con el dedo índice un punto frente a sí, en la lejanía. Manal posó su mirada inquieta en el lugar que señalaba el rey hoshidano, distinguiendo cuatro siluetas montadas a caballo que permanecían inmóviles frente a ellos.

Hinoka espoleó ligeramente a su pegaso, haciendo que el animal diese un paso adelante. La joven princesa miraba desafiante a Ryoma mientras el viento zarandeaba su cabello rojizo y tiraba de su capa blanquecina, donde el símbolo de Hoshido se podía ver grabado claramente, el cual relucía en el centro de la tela con majestuosidad, con sus reflejos dorados brillando contra la luz del sol.
Leo permanecía a su derecha, mirándola con incertidumbre, guardando a Brynhildr entre las crines azabaches de su caballo negro, teniendo fe en su plan. Tenían que conseguir tiempo para Takumi y Azura. Si al menos conseguían retener allí a Ryoma, puede que ambos lograsen detener a Kismena antes de que ésta cometiese cualquier locura. O lo que es peor, que otro loco le siguiese el juego, llevando aquella insensata partida de ajedrez al extremo. Y la diferencia entre una partida de ajedrez y la realidad, es que en la vida real tú no llegas hasta el rey sin dejar un rastro de sangre tras de tí, y tal vez decir "Jaque mate" puede costar mil vidas que no volverán del infierno al terminar la partida...
Elise y Sakura permanecían inmóviles sobre sus pequeñas monturas, dos discretas yeguas que estaban tan nerviosas como ellas. La yegua pinta de Elise comenzó a patalear poco a poco, clavando las hendiduras de sus cascos en la fina tierra, levantando leves nubes de polvo, mientras que Sakura mantenía tensada a su yegua palomina, agarrándola con fuerza de las riendas, preparada para salir corriendo de allí si la cosa se ponía fea. Ambas habían adornado sus cintos con una espada, en el caso de Elise, o con un arco, en el caso de Sakura, dispuestas a defenderse si era necesario. Sin embargo, los nervios impidieron que ninguna de las dos niñas captase la postura desafiante que mostraba Hinoka, quien había bajado de su pegaso para avanzar un par de pasos hacia donde permanecía Ryoma, segura de sí misma, con la mirada de Leo clavada en su nuca.
La joven princesa miró con desgana a su hermano mayor, relajada, como si aquello formase parte de su rutina, como si fuese un simple juego. Levantó un poco la barbilla para dirigirle una mirada desafiante, amenazadora y escalofriante que el joven rey no dudó en dar respuesta.
- Apártate, Hinoka... - murmuró Ryoma, serio.
- No... - negó Hinoka, rotundamente, fría.
El joven suspiró, acostumbrado al terco carácter de su hermana menor. Espoleó suavemente a su montura, haciendo que el animal avanzase un par de pasos.
- Hinoka, apártate, por favor... - Ryoma vió como la joven negaba ligeramente con la cabeza y él no pudo evitar susurrar. - Por favor, no quiero hacerte daño...
- ¡Haberlo pensado antes de encerrarme en mi alcoba sin antes escucharme y negarte a detener esta locura! - gritó Hinoka, con los ojos vidriosos y los puños cerrados con fuerza.
Ryoma tragó saliva, sintiéndose muy culpable. Se paró a pensar un momento. ¿Qué diantres estaba haciendo...? ¿De verdad valía la pena empezar una nueva guerra? La venganza sería gratificante, no lo negaba, pues él seguía convencido de que los nestrios eran los responsables de haber matado a Corrin, y con él, a Azura. Pero, tal vez, nada de aquello merecía la pena del todo. Abrirse paso hasta Cyrkensia para acabar con su emperatriz no le devolvería a sus hermanos. Matar a Himbira no le devolvería a ninguno de los dos... De los tres, más bien...
Bajó la mirada y observó la palma de su mano izquierda, oculta por su impenetrable guante granate, observando la pequeña gargantilla dorada que protegía entre sus dedos. Aquel había sido el primer regalo que le había hecho a Azura, en su séptimo cumpleaños, semanas después de que ésta llegase como rehén al castillo Shirasagi. Una lágrima rodó por su mejilla, recordando la primera vez que aquella asustadiza niña de cabello celeste entró al Salón del Trono Hoshidano. Hacía tanto tiempo que no pensaba en eso, que recordar aquel día era como volver a tenerla de nuevo frente a él. Su pálida piel manchada de hollín y polvo. Sus frágiles piernas, que no paraban de temblar, ocultas tras el bajo de su rasgado vestido blanco. Su enredado cabello celeste, cortado torpemente a la altura de su barbilla. Y su mirada dorada invadida por el miedo y la incertidumbre, la cual desprendía una débil y esperanzadora luz.
Cerró el puño con ahínco, clavándose los detalles tallados en la frágil medalla que mostraba la gargantilla en la palma de la mano, cuando sintió como unos suaves dedos acariciaban su rostro con cariño.
- «Pequeña...» - pensó, abriendo los ojos poco a poco, con la esperanza de abrirlos y encontrarla a su lado, mirándolo a través de sus áureos ojos cristalinos.
Cuando los abrió, Ryoma miró extrañado a Camilla, quien había bajado de su wyvern para acercarse a él. La joven reina sonrió cálidamente, reconfortándolo enormemente. Vestía su antigua armadura de guerra, de tonos violetas oscuros, y su hacha lucía orgullosa prendida en su espalda. Su cabello turquesa caía en cascada por su espalda, recogido en una coleta alta que dejaba fluir libre su flequillo.
- ¿Qué estás haciendo aquí? - preguntó entonces Ryoma, atónito. - Corréis peligro. Tú y el bebé...
Ella negó suavemente con la cabeza y Ryoma levantó discretamente la mirada para mirar por encima de su hombro.
Silas, Kaze y Lilah esperaban órdenes de su reina a sus espaldas, cada uno cabalgando a lomos de su montura, al frente de sus respectivas tropas,que invadían una gran parte de la estepa. También vió a Azama, Setsuna, Niles, Odín, Hana, Subaki y Arthur, que se alejaron del ejército para reunirse con sus señores, quienes seguían plantados frente a Ryoma y Manal, con la barrera mágica de Leo todavía activada.
Ryoma volvió a bajar la mirada cuando sintió las manos de su esposa abandonar su rostro. La vió subir a lomos de su wyvern, asegurarse de que su hacha seguía ajustada en su espalda y levantar la cabeza, segura de lo que hacía, para volver a mirarlo.
- Sé muy bien lo que hago - masculló. - A lomos de mi wyvern no correremos ningún riesgo, tranquilo. - desvío la mirada del rostro Ryoma para posarla en la expresión dubitativa de Hinoka, quien había vuelto a montarse en su pegaso y esperaba pacientemente frente a ellos. - Separados no lograremos nada, cariño. Si de verdad queréis parar esto, no podéis hacerlo solos. Por favor, déjanos ayudar...
Hinoka no respondió. Apretó con fuerza las riendas de su pegaso y se mordió el labio inferior, sin saber muy bien que hacer. Sin embargo, cuando Leo buscó su mano y la estrechó con fuerza, ella no pudo evitar asentir ligeramente, entrelazando sus dedos con los del joven príncipe, quien no paraba de mirarla con ilusión, animándola. Estrechó su mano con fuerza, levantó la cabeza con decisión y miró a toda la gente que habían logrado reunir allí. Suspiró, pensando que ya habían ganado el tiempo suficiente, y que tal vez ya era hora de actuar de verdad. Posó su mirada rojiza en Ryoma y murmuró:
- Sí... - susurró, con la voz entrecortada - Sí, claro que podéis ayudar. Todavía podemos salvarlos... - añadió, esperanzada. - Ryoma - lo llamó, mirándolo con cariño. - Todavía están vivos... Lo noto...
El joven rey la miró con confianza, recordando la extraña sensación que había sentido momentos antes de que Camilla llegase junto a él, después de haber reunido a todo aquel ejército con el que tenían pensado ir hasta Cyrkensia. Si cabalgaban día y noche sin parar, en apenas dos jornadas y media a caballo estarían frente a la capital nestria.
Ryoma asintió, antes de volverse hacia sus soldados para ordenarles que pusieran rumbo a Nestra. Silas, Kaze, Lilah y Manal imitaron al rey hoshidano, poniendo rumbo a Nestra después de que Leo deshiciese la barrera invisible que, al final, no les había servido de mucho. Camilla y Ryoma encabezaban la comitiva, seguidos de Hinoka, Elise, Leo y Sakura, mientras el resto del ejército los seguía de cerca, cabalgando entre valles, montañas, mesetas y llanuras.

Fire Emblem Fates II: AmanecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora