18: Planes de fuga

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- Hechizos ígneos... Hechizos anticongelantes... Hechizos curativos... Hechizos protectores... Uf, nada - resopló, después de repasar aquella página por enésima vez. - Nada de hechizos localizadores...
Cerró el libro con desgana y se levantó para colocarlo en su sitio, en una de las muchas estanterías con las que contaba la biblioteca del castillo. Dió media vuelta y volvió a sentarse junto a la mesa para examinar otro libro más grueso que el anterior. Resopló, agotada.
Se había despertado hacía poco, pero llevaba todo ese tiempo examinando los libros que no había leído la noche anterior. Por ahora tenía información más que suficiente. Tenía una ruta establecida, había calculado el número de provisiones necesarias y había ensayado algunos hechizos muy simples que le podrían ser de gran ayuda. Pero aún había algo que lograba descuadrar sus planes. Por suerte o por fortuna, se trataba de su embarazo. No podía emprender un viaje así estando embarazada. Era un peligro para la salud y el bienestar de su bebé. Pero también estaba Corrin. ¿Y si estaba vivo? ¿Y si todavía había alguna oportunidad, por mísera que fuese?
- «Tiene que estarlo» - se dijo a sí misma - «Lo siento... Siento que su corazón sigue latiendo»
- Corrin... Por favor, si estás ahí, mándame una señal... - rogó, con recelo.
Esperó un rato, sentada junto a la mesa, envuelta en el más profundo silencio, pero nada ocurrió.
- No sé ni por qué lo intento... - suspiró y se levantó con lentitud, dirigiéndose hacia la puerta, pesarosa. - Definitivamente estoy loca.
Abrió la puerta y se dispuso a salir de la biblioteca, cuando uno de los libros que había sobre la mesa cayó al suelo, asustándola. La joven gritó al oír el golpe y se giró con rapidez sobre sí misma, mirando asombrada la escena. Después de permanecer varios segundos junto a la puerta, avanzó con cautela hasta la mesa y se agachó para observar el libro que había caído sobre el suelo de mármol. Estaba abierto por una página al azar y un papel amarillento y arrugado permanecía entre las dos páginas por las que se había abierto el libro.
Azura leyó en un santiamén el contenido de aquellas páginas. Su corazón se aceleró al leer el título. "Dragones"...
Con un suspiro agotado, se dejó caer sobre el frío suelo, sin saber muy bien que hacer.
- Menuda señal... - río, con la mirada perdida. - Veo que sigues ahí...de algún modo.
Envolvió su vientre con ambas manos y cerró los ojos, antes de susurrar:
- Perdóname por lo que voy a hacer... Te quiero, y lo último que deseo es ponerte en peligro. Pero, puede que papá esté vivo... Y tenemos que buscarlo... Los dos.

Dejó la carta que había escrito sobre la mesa y depositó la pluma en el tintero. Se levantó de la silla y se acercó a la ventana para contemplar los últimos restos del atardecer a través del impoluto cristal. Los gorriones revoloteaban entre las almenas, persiguiéndose unos a otros, dibujando diversas formas en el cielo, que se oscurecía por momentos.
Volvió la mirada un segundo, reparando en cada detalle de aquel silencioso despacho. Pensó que tal vez fuese la última vez que lo veía, aunque aquello no bastó para hacerla cambiar de idea.
Fugaz, abandonó el despacho, asegurándose de que nadie la viese. Llegó hasta su alcoba y se deslizó dentro de ella, entornando la puerta para entrar. Se deshizo de su vestido de lino color crema, del velo que cubría suavemente sus cabellos celestes y comenzó a buscar ropa más cómoda. Abrió su armario, encontrando su antiguo uniforme de auriga celeste. Lo cogió, con añoranza, recordando tiempos pasados y se dispuso a probárselo. Por suerte para ella, la zona del vientre y la cintura era bastante amplia, así que podría bastarle. Se lo puso y continuó rebuscando en su armario, cuando distinguió una potente luz proveniente del interior. Apartó varios vestidos y un par de trajes para poder ver con mayor facilidad lo que se ocultaba allí al fondo.
Una sonrisa iluminó su marchito rostro al encontrar su preciada espada enfundada en un rincón del armario. La cogió, melancólica y se la ajustó al cinto. Volvió a mirar otra vez en el fondo del mueble, encontrándose con su amada lanza, la cual se enfundó a la espalda. Por último, cogió una capa de terciopelo oscura que descansaba en uno de los percheros del armario, cubriéndose los hombros con ella. Corrió hasta su espejo, colgado en una de las paredes y, con un sonrisa, observó su reflejo. Suspiró, viendo de nuevo a la joven de diecisiete años que, casi sin quererlo, se había embarcado en una pesadilla que parecía no terminar nunca.
- ¿Como una ilusión es capaz de mover a tanta gente...? - se preguntó, melancólica. - Dicen que la esperanza es lo último que se pierde, y te puedo asegurar que yo no me rendiré. No hasta que te vea...hasta que pueda verte de nuevo, tal vez por última vez... No me rendiré hasta que me des el beso que tanto tiempo llevo esperando.
Besó su colgante, con fervor, y se dispuso a salir de la habitación para poder perderse entre el bullicio de los pasillos.

Fire Emblem Fates II: AmanecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora