43: Amanecer

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No hicieron falta más palabras. El joven rey envolvió la cintura de su esposa con los brazos, sintiendo como ella se aferraba a su cuello y escondía el rostro entre sus cabellos rubios. Un par de instantes después, ambos desaparecieron completamente, unidos por un amor que no conocía límites, un amor que era capaz de desafiar al infierno por volver a encontrarse, por no volver a separarse... Jamás...

Una extraña sensación recorrió el cuerpo del joven, como si algo quisiera alcanzarlo, arrancarlo de los brazos de su esposa y llevarlo lejos. Sin embargo, aquella horrible sensación desapareció cuando el sol salió por el horizonte, desvaneciendo los restos de niebla que intentaban llegar hasta él.
Los primeros rayos de sol acariciaron dulcemente su piel, despertándolo poco a poco. Corrin abrió los ojos, desconcertado, sintiendo como un horrible dolor punzaba su cabeza...y su torso. Gimió para sí cuando intentó incorporarse, comprobando así que la terrible herida que la magia de Éxora le había producido seguía ahí.
- «Éxora... » - se dijo a sí mismo, alarmado, cuando oyó una respiración suave y cansada a su lado.
El joven rey se volvió, temeroso de descubrir su mortal mirada magenta junto a él, acechando entre las sombras... Corrin suspiró débilmente cuando comprobó que la joven que yacía a su lado no era otra que Azura. La joven tenía la frente perlada por el sudor, el cabello desparramado por el pedregoso suelo y la expresión inocente de una niña. El muchacho se deleitó al acariciar su rostro, sin llegar a despertarla en ningún momento. Sonriente, Corrin volvió la mirada al frente, dejando que los rayos del sol bañasen su cuerpo, envolviéndolo entre sus brazos.
En ese momento el joven rey sintió un repentino dolor punzar su cabeza. Estaba agotado, hambriento, sediento y malherido, manchado de sangre y empapado por el sudor y las lágrimas. Se mordió su agrietado labio inferior, recostándose contra su esposa en un tierno y protector abrazo, deseando poder soñar después de haber sobrevivido a la pesadilla bañados por las primeras luces del sol, la luz de un nuevo amanecer, cuando una silueta encapuchada se acercó hasta ellos, apurada...

El vaivén del carromato terminó por despertarla. Lilah entreabrió los ojos, desconcertada, intentando adaptarse a la poca luz que había allí dentro. Comenzó a frotarse los ojos con desgana, apartándose el flequillo de la frente mientras gateaba por el interior del carromato, a pesar de que el techo de éste era bastante alto. La joven comandante palpó el suelo con cuidado, encontrando un candelabro que utilizó para alumbrar el interior del carro. Dejó el candelero junto al cuerpo de Trateva, quien aún seguía dormida, y comenzó a retirarle, con cuidado, las vendas que le cubrían la cabeza.
La muchacha observaba con detenimiento la herida a la luz del candelabro cuando el carromato se detuvo y Manal, Afachi y Takumi entraron dentro de éste.
- ¿Cómo está? - preguntó el joven capitán, preocupado por la que había sido su discípula.
- Ahora mismo iba a empezar a curarle la herida - respondió Lilah, sacando una pomada y un trozo de algodón del botiquín que permanecía en una esquina del carro. - No tiene fiebre y su pulso es el adecuado. Solo necesita descansar...
Fue a aplicarle el ungüento en la herida cuando Afachi la agarró suavemente del brazo.
- Salid y respirad un poco de aire, comandante. - le pidió, mirándola fijamente. - Yo me encargo de cuidarla...
Lilah dudó un instante. Ladeó ligeramente la cabeza, buscando la segura y aprobadora mirada de Manal por algún lado. La muchacha frunció ligeramente el ceño cuando no lo vio por ningún lado.
- Ha salido fuera - murmuró Takumi, sentado en un rincón, cuando la vió dudar. - No te preocupes por Trateva, Lilah. Afachi es de fiar...
Lilah se volvió para mirar al espadachín fijamente. Al contrario que Manal, ella solo había tenido trato con Trateva, pues la joven espadachín había formado parte de su división un tiempo, antes de que a ella la ascendieran a comandante. Y no es que no se fiara de Afachi, solo que simplemente no sabía si era buena idea dejar a su amiga en manos de cualquiera en una situación así.
- Prométeme que no dejarás que le pase nada... - masculló Lilah, desafiante.
Afachi desvió la mirada del rostro débil de Trateva, clavándola en su superiora con toda la fuerza de su ser.
- Moriría si fuese necesario para salvarla, comandante. No sois la única en este ejército a la que le importa Trateva, ¿sabéis? - contraatacó, sin importarle lo más mínimo faltarle el respeto a la joven.
Lilah bufó, lanzándole una última mirada de reproche a él y a Takumi antes de salir del carromato. Corrió la lona que hacía de puerta a un lado y dió un pequeño salto para bajar al suelo. Nerviosa, empezó a buscar a Manal con la mirada, recorriendo completamente el pequeño valle en el que la comitiva entera había decidido detenerse a descansar un cierto tiempo.
- ¡Kaze! - le gritó al joven ninja cuando lo vió bajar de su montura, acercándose rápidamente a él. - ¡Kaze...! ¿Has visto a Manal?
- No... - respondió, distante, el joven.
Lilah desvío la mirada a un lado, volviendo a bufar por lo bajo.
- ¿Ha pasado algo con él? - preguntó Kaze, enarcando una ceja.
- En absoluto... - cortó la muchacha, alzando la vista para mirarlo con desgana. - Simplemente quería hablar con él.
Kaze sonrió, desviando la mirada para deslizarla por los verdes picos de las colinas que constituían el valle.
- ¿Qué?
El joven ninja ladeó la cabeza, cogió a su corcél pardo por las riendas y se dispuso a dirigirse en busca de sus reyes, no sin antes volverse para mirar a Lilah.
- Lilah, me gustaría darte un consejo, si me lo permites...
- Adelante, soy todo oídos - respondió ella cruzada de brazos.
- Deberías empezar a darte cuenta de lo que tienes y aprender a disfrutar de ello antes de que lo pierdas... - dejó caer Kaze, sonriente y serio a la vez.
Lilah fue a replicarle, cuando sintió la extraña necesidad de enmudecer, dejando que él se volviera y se perdiera entre el resto de soldados. El viento sacudió su cabello castaño y una sensación heladora se alojó en su nuca, haciéndola estremecer.
- «¿Qué demonios quieres decir con eso, Kaze?» - se preguntó Lilah a sí misma, a pesar de que sabía perfectamente a qué se refería el joven ninja.
Desvió la mirada un segundo, distinguiendo la capa azulada de Manal meciéndose gracias al viento en lo alto de una colina. La joven sonrió inconsciente, acercándose hasta él rápidamente.
- ¡Capitán! - lo llamó, subiendo la colina sin mucha prisa.
Manal no la oyó, y Lilah hizo amago de volver a llamarlo, cuando lo vio desaparecer colina abajo, apurado.
- ¡Manal! - le gritó, subiendo el último tramo de colina.
La joven comandante llegó a la cima de la colina, agitada y parcialmente cegada por los primeros rayos de sol. Hizo visera con la mano para poder ver mejor, sin dejar de arrugar el gesto en ningún momento. Volvió a hacer amago de llamar a su compañero, cuando lo vió arrodillado entre la hierba y las rocas, al lado de dos cuerpos que yacían tendidos en el suelo, probablemente inconscientes, y junto a una cuarta figura encapuchada que también permanecía arrodillada junto a Manal. Su corazón dió un vuelco cuando reconoció a sus reyes.
- Dioses...
Taita levantó la cabeza cuando oyó la voz de Lilah, quien se acercó a ellos poco a poco, temerosa. La joven vió como Manal se desprendía de su capa para envolver el cuerpo de Azura con ella, acariciando la mejilla de su reina con respeto y cariño.
- Están vivos... - sonrió Lilah, impresionada, dejándose caer junto a Manal.
- Corre a avisar a alguien... - masculló Manal, ciego por la emoción. - ¡Lilah, corre!
La muchacha se incorporó, enfurecida en cierto modo por la brusca actitud de Manal, quien parecía totalmente obsesionado con la salud de ambos reyes. Sin embargo, no dudó ni un instante en correr colina arriba, alzando la voz para hacerse oír, avisando a todo el ejército de que Corrin y Azura habían vuelto...vivos.

Fire Emblem Fates II: AmanecerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora