Semanas después, todo había empeorado.
Todo era una simple rutina.
Evitábamos las conversaciones y miradas en el desayuno.
Nuestras vidas eran monótonas, sin ningún sentido.
La tranquilidad, que tanto antes me gustaba, se había convertido en un silenio atronador.
Como si la casa estuviese deshabitada, sin vida.
Era como si toda nuestra felicidad, sueños y esperanzas se hubiesen desvanecido, y convertido en polvo.
Mamá se había quedado en casa este ultimo mes, para cuidar de Victoria y su niño.
Nuestros padres habían acordado con los de Felipe, que no volviesen a verse, y que ellos cuidarían del bebé. Lo que hizo que Victoria y yo nos distanciásemos aún más de mamá y papá.
Victoria y yo tampoco nos hablábamos mucho. Solo nos encargábamos de consolarnos la una a la otra en nuestros peores días.
Lo de Ryan, quedó en silencio, como era de esperar. Y cada vez que un chico se me acercaba por la calle, me daba miedo de que fuese él, y me hiciese daño una vez más.
A mis amigas se las veía muy preocupadas por mí, pero no podía contarles lo que me pasaba.
Ya no confiaba en nadie.
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Era una nublada mañana de Enero.
Me había pasado toda la noche estudiando para un trimestral de matemáticas, y había tomado unas tres tazas de café para no quedarme dormida.
Miré mi movil y vi que eran las seis de la mañana. Me acosté en mi cama, y me quedé dormida.
De repente se escuchó el sonido del despertador.
Estaba harta de aquella maquinita.
En realidad, estaba harta de todos.
Estaba enfadada con el mundo.
Ya nunca quedaba con mis amigas, me pasaba callada los recreos, e incluso me había distanciado de Gonzalo.
Pensé que sería lo mejor para él.
No quería que le pasara nada. Había pensado varias veces en denunciar a Rayn, pero con todos los problemas que ya tenía que soportar en casa, no quería una razón más para preocupar a mi madre.
Me puse la bata y me dirigí al baño.
Encendí la ducha. De vez en cuando ayudaba a relajarme.
El vapor de agua, conseguía quitarme el estrés, las penas y el sueño acumulado durante el día.
Se podría decir que era una de las pocas razones por las que sonreía cada día.
Cuando me vestí, le di a Viki un beso en la frente, para despedirme de ella.
Viki ya no estudiaba en el colegio. Mi madre le daba clases en casa. Ya no podía asistir a clases. Era demasiado evidente su embarazo como para salir a la calle.
Solo salíamos para ir a comprar, y al parque, que siempre estaba solitario por esa época, para que nadie nos viese.
Ya estaba enpezando, otro día de rutina más, para nuestra ESPECIAL, si se puede llamar así, familia.