CAPÍTULO 4

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-¿Como te llamas?- me preguntó él sin dejar de sonreír.

-Charlie...-dije susurrando y sin mirarle a los ojos, porque sabía que si los volvía a mirar no podría apartar la vista de ellos.

-Yo soy Gonzálo, encantado de conocerte-me dijo el con su preciosa sonrisa y su mano extendida.

Tenía ganas de que me tragase la tierra. No se me daban muy bien las conversaciones con chicos, bueno, ni con chicos, ni con nadie.

De repente, una hoja cayó sobre su cabeza y a mí me salió una media sonrisa.

-¿Qué ocurre?-me dijo mirando hacia a su pelo y levantando una ceja.

Estaba muy bueno.

Nosé como ni porque, pero tuve algo de fuerzas para levantar mi mano, aunque temblorosa, y acaricié su pelo, quitándole aquella hoja tan inoportuna.

Nuestras caras estaban a solo unos centímetros y mis ojos verdes miraban los suyos.

-Tenías una hoja en el pelo-le dije, apartándome y sonrojándome de nuevo.

El chico también se apartó y se echó los brazos a la nuca.

Se recostó en el árbol al igual que yo había hecho hace unos minutos.

-¿Qué dibujabas?-me comentó cerrando sus ojos.

Le miré con una mirada sarcástica y le sonreí.

-Dibujaba a mi hermana, recordaba buenos momentos con ella-

Le enseñé mi cuaderno, no sabía porque, auquel chico de pelo castaño me inspiraba confianza.

Gonzalo abrió los ojos y agarró mi cuaderno con suavidad.

Miró aquel dibujo en el que mi hermana salía con su uniforme, de perfil.

-¿Victoria es tu hermana?-

Afirmé con la cabeza

-¿La conoces?- pregunté con extrañeaza

Claro que la conocía, todo el mundo conocía a mi hermana Viki. Era de último curso y era muy simpática. Su fama se había extendido por todo el insti.

-Sí, me han hablado de ella-

Observé su rostro. No lo había visto nunca, así que le pregunté si había llegado ese año.

Asintió volviendo a recostarse con los ojos cerrados.

Miré a mi reloj y ya eran las once y media, dentro de nada tocaría el timbre.

-Pronto sonará el timbre-le dije, cogiendo el cuaderno de sus manos y metiéndolo en mi mochila-¿Vienes?

No me contestó.

Se limitóa levantarse, y a extender su mano frente a mi cara.

Yo se la agarré, y me levanté con un pequeño tirón.

La mano de Gonzalo era cálida.

Todavía no me la había soltado, ni parecía dispuesto a hacerlo.

De repente sonó el timbre.

Pegué un respingo y nos soltamos las manos, emprendiendo camino hacia la clase de matemáticas, que se me haría eterna, y no tan solo por el hecho de tener que pasar toda la hora haciendo ecuaciones

DENTRO DE MÍDonde viven las historias. Descúbrelo ahora